CUENTAS
Al nacer se nos entrega
un reloj que cuenta horas,
días, semanas y los años
que estaremos de camino,
Un reloj que nunca falla,
marca inicio y los finales,
y al final rompe la cuerda
para decir que en sus cuentas
ya no quedan más minutos,
y detiene sus canciones
relojes que no caminan,
zenzontles de piedra y roca
por millones en las ramas
de un bosque ya todo quieto
siempre viendo a un horizonte
de silencios y de olvidos.
Pero son dos los relojes
que se nos da en el inicio,
el otro tiene las cuentas
de los besos y abrazos,
de los cantos y los rezos
que tendremos en la vida.
Un reloj que cuenta y mide
las palabras de consuelo,
las lágrimas que vertemos
por alegrías y dolores,
de las veces que veremos
las estrellas y el cielo,
del cantar de nuestros vientos
y el murmullo de riachuelos,
de la atención que prestemos
a la risa de los niños,
al soñar de las campanas
para acudir a la iglesia,
del paso de las posadas
del niño en cuna de frío.
Y ese reloj que es la vida,
no quiero que no se cumpla,
que no se queden abrazos
de mis hijos y hermanos,
o besos para mi esposa,
y palabras de consuelo
que son para los que sufren,
no quiero ser sordo y necio
al sonar de las campanas
para acudir a mi iglesia
donde rezaba de niño.
¿De qué me sirve la vida
si el reloj que vale y cuenta
se duerme lleno de todo
lo que le debo al destino?
Que se agoten los abrazos,
Los besos y las canciones,
que no se queden palabras
de consuelo y de esperanza,
que cuando el reloj se pare
esté vacío de tristeza
y suenan sus campanitas
como un coro de camino
un salmo de bienvenida
allá donde el tiempo acaba
y empiezan las eternidades.