LAS FIESTAS
Aprendí desde pequeño,
allá en mi pueblo de sueños,
que había días de otros colores,
de luces y de canciones,
de risas y de arco iris,
los días de fiestas y luces.
En la gran fiesta del pueblo,
todo era luz y alegría,
estrenamos la ropa
y a veces hasta zapatos;
temprano, recuerdo ahora,
mi madre nos arreglaba
y juntos, con todo el pueblo,
nos reuníamos en misa.
Y, niños al fin y al cabo,
sentíamos muy cerca a Dios,
en una fe que no mengua
con el paso de los años,
y se mantiene en nosotros
en el paso de la vida.
Monedas de plata y oro
que guardamos con cariño.
Y es en esa mi iglesia,
donde entendí que en la vida,
las respuestas más urgentes
la fe nos las da con fuerza.
Y no cambio mi iglesita
por catedrales sagradas
de San Marcos o San Pablo,
de San Pedro o Notre Dame,
de Compostela o Madrid.
Era una fiesta pequeña,
con carreras de caballos,
los mismos que, al otro día,
trabajaban en el campo,
y me gustaban las nieves
con un sabor de luceros,
y en el parque caminaban
las muchachas y los niños.
Y mi padre me llevaba
a montar los caballitos,
que imaginaba gigantes
surcando mares y cielos,
y la verdad era un juego
de sólo cinco caballos,
que el dueño empujaba fuerte
para que dieran de vueltas. .
Pero, salvo ese detalle,
no he vuelto a soñar tan alto.
Como en esos caballitos
en la fiesta de mi pueblo,
pequeña como piñata,
siempre llena de sorpresas,
y de gente tan feliz.
Las fiestas nunca faltaron,
cumpleaños y bautizos,
casamientos y regresos,
recuerdos que no se van.
Regresé a mi pueblo viejo
y ya no tiene alegría;
el parque cambió su rostro,
los caminos se achicaron,
sólo puertas de salida,
con regresos muy contados.
Y ya no estaban mis padres
ni las tías llenas de gozo.
Y un silencio que lastima,
peregrinación de Penas,
de fiestas que se acabaron,
de Nieves que nadie compra,
ni campanas que inviten
a la misa y al rosario,
de gente de andar cansado,
que saluda y se retira.
Y en el alma llora y grita
el recuerdo de los juegos,
caballitos de madera
en que cabalgué las nubes
y estrenaba ropa nueva…
Cuánto diera, padre tiempo,
por volver a esas mis fiestas,
con mi gente siempre alegre,
con mi madre de la la mano,
caminando por mis calles,
por ver a mi padre, fuerte
guerrero de mil batallas,
campesino alma de tierra,
Corazón de elote tierno,
ojos de trigo y cebada,
y alma de pueblo noble.
Pero la vida se pasa,
los que fueron ya no son,
las fiestas ya se acabaron,
y sólo queda el recuerdo
de esos días de luz y canto,
que se anclaron en los ojos,
recuerdos que nadie borra
porque ellos son la sangre,
el ritmo que marca el tiempo
con que late el corazón.