ALFIL NEGRO

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VIVIR

En horas negras y frías

como éstas que sufrimos,

cuando la vida se pierde

en volados con la muerte,

vale la pena decirnos:

¿qué es existir y vivir? 

Si es tan corto este camino,

si con el paso del tiempo

se pierde nuestra memoria,

y llega un día y una hora 

en que nadie nos conoce,

y el polvo barre todo

nuestro nombre y los sueños,

y somos aunque no guste

nadie en la tierra de nadie.

Pero la vida es hermosa,

vale la pena vivirla,

y agradecer al maestro 

el amor de nuestra esposa,

la alegría de nuestros hijos,

la ternura de los padres,

los hermanos y amigos.

Y la presencia por siempre

del diseñador del mundo,

que coloca a nuestro alcance

un adelanto del cielo.

Como cuando de pronto

suena un violín de quién sabe dónde.

Violín de estrellas y de penas,

con un mucho de llanto

y de nostalgia.

Un violín de lluvia y de manzanas,

Que suena entre la noche de la niebla

como voz de esperanza y de salida

con el color de la mañana fresca.

Un violín tocado por un ángel

que nos guarda y bendice desde siempre. 

Como la angustia de tantos inocentes

en refugio antibombas por la guerra.

Con la angustia corriendo por sus venas,

mientras estalla furiosa la metralla. 

Porque la vida nuestra

son los niños

jugando en el parque

de nuestro pueblo viejo.

Mientras que eso

que llamamos “progreso”,

destruye su cielo, su aire y las estrellas,

y el trompo y el yoyo,

el valero y el charpe,

se mueren en olvido,

por todas las apuestas de grandes comerciantes 

que cambian esos sueños

de noches navideñas

y reyes milagrosos,

por refrescos y papas en bolsas asesinas

de tanto niño nuestro… 

La vida es extrañar al padre que se ha ido,

platicar con la madre 

aunque bien lo sepamos

que nos dejó una tarde 

de lluvia y de duraznos.

Porque vivir es siempre

bendecir las estrellas,

el canto de gorriones,

la lluvia y sus diamantes,

la gente de la calle,

el juego de los niños

y el viento que nos duerme… 

Cuando, cosas del tiempo,

nuestras luces se apaguen 

aunque no haya recuerdos

ni sepan nuestros nombres,

el creador de la vida

nos mirará a los ojos,

y amoroso padre

pronunciará tu nombre,

y como en ese tiempo

dirá con gran cariño:

“Hijo mío, estás en casa.

Ven y no temas nada,

sígueme sin miedo

ya te estaba esperando”.