LA SOBERBIA
DEL GRILLO
La soberbia es una actitud, en que se sobrevaloran las cualidades o el poder de uno y se busca imponer con criterios y actitudes a los demás, en la creencia de que es tal la fuerza que se tiene que nada ni nadie lo puede detener, porque se tiene el poder para decidir y actuar de acuerdo a su sabiduría y excelencia en todo.
La humildad, por otro lado, es la actitud de quien es consciente de lo que tiene y de lo que vale, siempre con espíritu de solidaridad con los demás desde la fuerza o poder que se tenga, en el entendido de que se tienen esas cualidades para servir a los demás.
Sobre todo en política, donde la humildad de un político vale oro molido y la soberbia es casi siempre, tarde o temprano, el camino al voladero de la desaparición del mapa de la historia del municipio, estado o nación donde se vive y se actúa.
Generalmente los buenos políticos no son soberbios, y por eso son buenos políticos.
Los de medio pelo, que por alguna circunstancia llegan a algún puesto de poder, pierden la cordura y se hinchan de soberbia en la creencia de que están llenos de las gracias de los grandes personajes de la política y actúan mientras no los dejan fuera de la jugada y sus patrones los aguantan, con acciones no sólo torpes, sino verdaderamente groseras con quienes tienen la confianza de los ciudadanos.
Sienten que son ellos los poderosos, los que deciden la suerte de todos con sus genialidades, que no son más que ocurrencias de grillo barato, saltimbanquis que alegran la vida de sus amos.
En la jerga se les llama grillos a los políticos que por buen cargo y buen dinero son maestros en el chisme y las mentiras, además de manejar las medias verdades como parte fuerte de su discurso.
Son finos para el fingimiento, y para la actuación de las dos caras pues frente a quien atacan desde el doble discurso, son dados al fingimiento del respeto y consideraciones, pero tan pronto les dan la espalda les clavan el puñal de la agresión, generalmente en busca de una buena cosecha de parte de quien paga el baile.
Subidos en el ladrillo que les prestan para que se noten, hacen todo lo posible para demostrar que son fuertes y poderosos, generalmente confrontándose con quien sí tiene el aval ciudadano para el ejercicio del poder público.
Actúan de acuerdo a las órdenes de alguien que los manipula a su gusto, llenos de soberbia y prepotencia retadora para quien ven como rival o enemigo de su amo.
Pierden el control porque son medianías y se pelean con todo mundo, sin medir tamaños o importancia, sin darse cuenta que a quien meten en problemas a la hora de hacer cuentas es a su patrón.
Pero son sus momentos de gloria, cuando como el personaje de la narración bíblica pueden gritar “No te serviré”, sin darse cuenta que es la primera paletada para el hoyo del olvido.
¿En Hidalgo hay grillos de estos?
Claro que los hay, y casi todos los días dan funciones en plaza pública y si no se las inventan para grillar.
¿Quiénes?
Usted lo sabe… póngales nombre.
Y en todo caso, “al que le venga el saco que se lo ponga”.