Cientos de venezolanos cruzan cada día por el paso fronterizo de Pacaraima, puerta de entrada a Brasil, para huir de la miseria y el hambre. El miedo a más ataques xenófobos se une a una travesía llena de obstáculos
Pacaraima, el primer pueblo de Brasil al cruzar la frontera desde Venezuela, no pasa de cuatro calles destartaladas, pero a lado y lado de la carretera cada mañana el bullicio es el de una gran ciudad. Decenas de venezolanos hacen cola para empezar sus trámites y conseguir la residencia o la condición de refugiados. Marta del Blanco, una abuela de 44 años, espera fuera de las carpas con su nieto de un año, mientras sus hijas hacen los papeleos con la policía:
“Nos vinimos porque no podíamos más. En Venezuela no hay trabajo, y el poco que hay no vale la pena. ¿Para qué vas a estar trabajando todo el día si no vas a poder comprarte un pan? Vengo con mis tres hijas y el bebé, pero es mejor esto que continuar allá”, comenta. La casa en la que vivía se la dejó a un amigo: “Si se queda vacía te la pueden expropiar, y a mí me tiene fichada”. Marta lo cuenta sin perder de vista todas sus bolsas y maletas. Una vida empaquetada.