PEDAZOS DE VIDA
Olía a tabaco quemado, a fluidos corporales, olía a pescado a fragancia femenina y a cigarro, olía a todo junto mezclado con resaca, a bebidas alcohólicas derramadas, olía viejo, a sucio, a todo menos a él.
-¿Recuerdas cuando rentamos aquel cuartito en los sauces?, cuándo soñábamos con morir juntos, cuando aún teníamos la ilusión de caminar tomados de la mano y de crecer a la par… ¿Recuerdas la saciedad?, aquella que teníamos en los primeros días y que luego emigró para vivir en la invitación para que otros se unieran a compartir nuestro lecho, nuestro rincón que fue búnker del placer y dónde olvidamos los problemas de allá afuera…
La cuarteada lápida en cuyo cuerpo fue esculpido el nombre de Jair, comenzaba a desmoronarse, el agua que había sido clara en los floreros y que después se había podrido, se había ido libre en evaporaciones del calor de abril, los recipientes se habían roto y a pesar de las lluvias, ya no había más agua que oliera a panteón.
-Aunque dicen que Dios tiene sus tiempos, yo estoy seguro de que aún no era tiempo de que te fueras, que aún tenías mucho que acompañarme, que tenías que regresar conmigo a ese lugar. Te acuerdas que cuando nos corrieron les dijimos que estaba maldito. Pues ya no lo está, ha crecido la colonia
El cielo comenzaba a perderse entre las nubes que se cerraban a prisa, como si el aire tuviera que terminar sus labores antes de que fueran las tres de la tarde, y él seguí ahí, contándole a una lápida lo que había sucedido estos años, en los que él había aprendido a vivir en soledad, la forma en que de la hecatombe vivida resurgieron esas ganas de seguir, de dejar los intentos hedonistas de suicidio.
Hacía algunos años que se había ido de la ciudad. La tarde la sepultura, habían sido dos almas las que se estaban yendo con un solo cuerpo, el dolor sería insoportable los primeros días y luego la soledad dejaría casi muerto a Manuel. Los rumores habían llegado hasta su familia, quien lo había despojado de la cruz de prejuicios que cargaba desde que les dijo que era homosexual, todo con tal de salvarle la vida.
La imagen del hombre derrumbado sobre la cama dónde había llovido la pasión, el cuarto que olía a todo, menos a él, hizo que su madre se arrodillara y que su padre llorara ante la culpa que genera el abandono. Hoy, ellos tampoco están, Manuel está vivo aún, lo suficiente para ir y dejar una flor en las tumbas de quienes contribuyeron a su destino.