Afinando motores

TIEMPO ESENCIAL V

Saber a qué nos metemos es importante; pues sucede con frecuencia que una cosa es la que nos imaginamos y otra lo que en realidad es. Cuando decimos que es un conocimiento problematizador, estamos diciendo que en la filosofía son más importantes los problemas planteados que las respuestas encontradas. Y esto puede dejar insatisfechos a quienes se acercan a ella pensando encontrar una sabiduría eterna, perfecta e irrefutable. Y lo hacen así porque lo que buscan son conocimientos seguros más que problemas o portentos insolubles o por lo menos interminables como son los problemas filosóficos.

Hemos dicho en los pasados números que ante la ausencia de una práctica filosófica en nuestro Estado y el deseo de contar con ella por parte de algunos hidalguenses, resulta menester poner manos a la obra aún cuando las instituciones de educación superior pospongan dar una respuesta a las demanda social de quienes buscan formarse como filósofos;  porque si bien filosofar requiere  una formación sistemática que sólo se alcanza en la academia,  su práctica se produce en cualquier lugar donde se lo propongan sus seguidores y simpatizantes.    
Hicimos énfasis en informar que la práctica filosófica responde a problemas y circunstancias concretas, lo cual no nos libera de conocer el desarrollo filosófico universal, aunque resulte imposible e inútil tratar de repetir aquí lo hecho en otros lados; pues nuestra tarea filosófica en este momento, es hacer presente una filosofía generada al calor de nuestra propia realidad vital y con nuestro propio ritmo y armonía.
Se trata ahora de dar los primeros pasos en firme hacia ese propósito, situando nuestra tarea filosófica en el lugar y la circunstancia en que nos encontramos; ampliando la elipse que venimos trazando desde el principio para alcanzar una visión más amplia.
Hagámoslo mediante preguntas más significativas, igual que hace un científico al pasar de las hipótesis a los métodos y de éstos a las teorías, que luego pondrá a prueba en sus investigaciones. Con calma y nos amanecemos. Esta tarea no es cualquier bocadillo. No, estimados paisanas y paisanos, estamos ante un platillo fuerte, que requiere del aperitivo y la entrada, como paso previo para su degustación y buena digestión. El que comienza al revés termina indigestado y jurando no volver a paladear las viandas que le empacharon, aunque la culpa no sea de ellas, sino de sus malos hábitos.
Es usual que un texto escolar inicie con la definición de la ciencia o el arte que trate, como si ésta contuviera su significado entero; cuando por el contrario, la definición encierra en sí misma la complejidad del objeto definido. Por ejemplo, el concepto de “Física”, no tiene el mismo sentido que recibía en la antigüedad y ni siquiera en el siglo pasado. Pero si en el campo científico la definición es compleja, en el filosófico lo es aún más. Por esa razón, no comenzaremos por tal definición, porque además de compleja, nos distraería de nuestro propósito actual que es, como dijimos, hacer presente su práctica entre nosotros.
Pero si ya deseamos comenzar nuestro viaje, hemos de validar nuestro pasaporte cubriendo tres requisitos básicos: el primero consiste en saber que la filosofía es ante todo un conocimiento problematizador; segundo, saber que para la filosofía, “nada humano le es ajeno” y que, por tanto, todos los problemas del diario vivir, de nuestro real saber y entender; de lo que consideramos valioso o deleznable; digno de mérito o repulsa, de nuestra saber o nuestra ignorancia, de lo íntimo o público, de lo nuestras creencias o dudas;  todos,  tienen que ver con  la filosofía y,  tercero, saber que la filosofía despoja a todos esos problemas de su sentido particular, para convertirlos en problemas  filosóficos, es decir, que los traduce a un lenguaje  común a todos los seres humanos, de todo tiempo y lugar, reflexionar y comunicar sus dudas y certezas,  alegrías y tristezas, esperanzas y desesperanzas en un diálogo abierto y coherente.
Saber a qué nos metemos es importante; pues sucede con frecuencia que una cosa es la que nos imaginamos y otra lo que en realidad es. Cuando decimos que es un conocimiento problematizador, estamos diciendo que en la filosofía son más importantes los problemas planteados que las respuestas encontradas. Y esto puede dejar insatisfechos a quienes se acercan a ella pensando encontrar una sabiduría eterna, perfecta e irrefutable. Y lo hacen así porque lo que buscan son conocimientos seguros más que problemas o portentos insolubles o por lo menos interminables como son los problemas filosóficos.
Si usted cree que tal o cual filósofo tiene la respuesta completa a sus inquietudes metafísicas, políticas o morales entonces sus problemas habrán terminado: basta con ahondar cada vez más en el vasto océano del pensador en cuestión, para alcanzar un mayor grado de certeza y certidumbre. Pero entonces, imperceptiblemente, usted habrá dejado de problematizarse la realidad, para convertirse en un seguidor, discípulo, experto, o erudito; pero el pensar filosófico se habrá ocultado.
Contra ese peligro ya nos advertía Benito Díaz de Gamarra, un filósofo mexicano del siglo XVIII –sacerdote y científico por demás señas- con un afirmación que hemos tomado como divisa filosófica: “Declaramos que nuestro juicio será libre, así que no hemos de jurar en la secta de ningún filósofo, pues pensamos que no hubo alguna secta que hubiese visto todo lo verdadero y ninguna que no hubiese visto algo de verdadero”
El pensamiento de un filósofo auténtico es como un sistema solar que nos acerca a la comprensión de los problemas radicales del pensamiento y la existencia humanos proyectando nuestro espíritu hacia dimensiones que jamás hubiéramos podido alcanzar sin su ayuda. La obra de estos hombres y mujeres excepcionales son una guía indispensable porque constituyen un esfuerzo sistemático de enormes proporciones para dar respuesta a los problemas del ser, el conocimiento y los valores de la existencia humana. Sin embargo, estrictamente, no es correcto hablar de ellas como si fueran la filosofía misma, porque quienes sólo reconocen como filósofos con apellido (kantianos, hegelianos, etc.); sólo hacen uso del conocimiento filosófico para sustentar sus propias verdades, antes que abrirse a la búsqueda de la verdad sin límites ni condiciones previas.
Lo anterior no quiere decir que la filosofía se haga sin un punto de partida. En materia filosófica es imposible comenzar de cero. Quien así lo intente sólo terminará confundido. Es por ello que la práctica filosófica se acompaña siempre con la historia de la filosofía; porque en lo dicho hace siglos encontramos tanta inspiración como en lo que hoy se dice en ella.  No pensemos pues, que hemos “descubierto” un gran problema o que contamos con una gran respuesta a alguna incógnita filosófica antes de revisar con cuidado lo que se ha dicho sobre el asunto en el pasado. Las teorías filosóficas no surgen artificialmente, sino que brotan de las raíces del viejo árbol de la filosofía, cuyas ramas se secan y se llenan de follaje en ciclos de florecimiento, decadencia y renovación a lo largo de su historia, gracias al tenaz y a veces anónimo esfuerzo de sus jardineros.  
Pero ¿cómo sabemos que un problema es filosófico y no otra cosa clase de problema? ¿Y qué importancia tiene saberlo en   la tarea de hacer surgir una práctica filosófica en nuestro provinciano terruño?
Bueno, eso lo veremos en la próxima entrega de Tiempo Esencial. Escriban, aporten, informen, debatan, dialoguen con nosotros; de lo contrario, esta columna tendrá contados sus días ante el implacable juicio del director de éste Diario. Envíen sus opiniones a info@plazajuarez.mx/historico/historico
Hasta la próxima.

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