
Hay una historia sobre un emperador o filósofo chino que soñó que era una mariposa y al despertar no sabía si era un humano que había soñado ser mariposa o estaba siendo en ese momento una mariposa que soñaba que era humano, ahora recuerdo la historia porque hay ocasiones que a las tres de la mañana alguien tocaba a mi cuarto, que es la única habitación que tiene puerta de madera y cuyo toque es muy peculiar.
Recuerdo la historia porque han sido varias ocasiones en las que me despierto y lo primero que digo es: “¿quién?”, luego caigo en cuenta que vivo solo, me levanto, miro por la rendija de la chapa y en el pasillo no hay nadie. Sigilosamente, reviso la casa y no hay rastro de que alguien haya entrado, salgo del departamento y tampoco, todo en orden como suele ser en cada madrugada.
Varias veces me había preguntado si soñaba que tocaban la puerta o realmente la tocaban, y como suele ser de práctica mi mente, lo más fácil fue creer que soñaba que la tocaban, así me quitaba de conflictos y de teorías que nunca podría resolver.
Eran las dos con treinta y cinco minutos de la madrugada cuando desperté y escuché que tocaban la puerta del cuarto, esta vez no tenía la somnolencia de siempre encima, esta ocasión tuve tiempo de despabilarme, de ver el celular, saber la hora y escuchar los golpes en la puerta. Me levanté y pregunté: “¿quién?” pero nadie me contestó, ahora sí, muy temeroso, revisé la casa y salí del departamento, pero no había rastro de que alguien anduviera cerca.
Entonces pasé al baño, digo, hay que aprovechar y más, que con el frío de la noche dan ganas de orinar, creo que tras mi visita al sanitario me dieron ganas de bostezar, conforme avancé, fui apagando las luces y al llegar a la recámara, que por cierto tiene una lámpara de luz tenue, pude mirar desde el umbral de mi puerta la silueta de una persona que estaba sentada en mi cama, por un segundo, que pudo ser una eternidad, me quedé callado, el frío que sentí no se compara con el más cruel que haya vivido en cualquiera de los 27 inviernos que me había tocado vivir, y luego reaccioné y encendí la luz, pero el apagador, como si tuviera un resorte, la volvió a apagar.
La silueta seguía ahí (sentada en mi cama), parece que la cara estaba dirigida hacia mí pero no alcanzaba a distinguirla, encendí de nuevo la luz pero no había nada, y tampoco quería averiguarlo, quise gritar pero no pude, quise asimilar lo que había visto, quise marcarle a medio mundo pero mi autocontrol no me dejó hacer el ridículo con nadie “hola, me acaban de espantar, se metió un espanto, hay un fantasma”, tomé una cobija y dormí, con la luz encendida, en el sofá.
A veces me despierto y de reojo miro como desde la silla de mi pequeño escritorio me observa, entonces finjo que es un sueño, me doy la vuelta y me vuelvo a dormir; y al despertar, trato de convencerme de que todo ha sido un sueño, aunque aquella vez que me dormí en el sofá desperté en mi cama pero mi cobija estaba en el sofá. Así es lo que sucede aquí, aunque debo reconocer que desde entonces creo que ya no me tocaron la puerta en plena madrugada. Dicen que no se tocan las puertas cuando uno ya está adentro…