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CONCIENCIA CIUDADANA

El neoliberalismo salvaje que domina a México desde hace casi cuarenta años, es la más reciente forma adoptada por ese modelo o paradigma en Latinoamérica y casi todo el mundo.  El grotesco ideal de la cultura occidental que justificó y glorificó las tropelías de las supuestamente civilizadas naciones europeas como la culminación de la cultura y el progreso humano, se presenta ahora bajo el paradigma del desarrollo económico sostenido por gobiernos, organismos internacionales y el capital monopólico internacional

En la decisión sobre el nuevo aeropuerto de la ciudad de México que el presidente AMLO ha puesto a consideración de la población mediante consulta abierta,  la conciencia ciudadana debe y tomará una posición de importancia histórica.
    El debate sobre la decisión se ha centrado principalmente en la viabilidad o inviabilidad del proyecto técnico porque hemos sido conformados (deformados, sería más preciso decir), para tomar nuestras decisiones en términos de utilidad monetaria como base del desarrollo social, dejando en segundo o tercer lugar su impacto sobre la vida de los seres humanos afectados y menos aún sobre la naturaleza misma.
    La cultura de la ganancia monetaria como estándar de éxito o fracaso de un proyecto o un movimiento político data del triunfo del capitalismo a partir del Renacimiento.  Bajo esa bandera los estados modernos europeos se lanzaron a conquistar y depredar al resto del mundo, donde las culturas originales mantenían su convivencia social en cierta armonía o, por lo menos, con un impacto menos agresivo sobre el contexto que les rodeaba. En otros casos, como las culturas originales de Mesoamérica, la convivencia hombre-naturaleza formaba parte de los valores y significados de la vida común de la mayoría de los pueblos originales, quienes tras ser conquistados por los depredadores europeos, vieron rotos sus lazos religiosos, sociales y económicos originales de manera violenta.  
    La agresión a las culturas prehispánicas y la depredación de los recursos naturales no fue un dato secundario de la conquista, sino su motivo central. Desde sus orígenes hasta nuestros días, la acción de los dominadores españoles, ingleses, portugueses, franceses y holandeses en América fue orientada directamente a hacer de los elementos humanos y naturales la base de la producción económica destinada a generar un superávit financiero transformado en bienes, producción de materias primas y artículos de consumo a través de la explotación de hombres y territorios a fin de acumular un excedente de riqueza que permitiera a sus “propietarios”, la capacidad de imponer su voluntad sobre el resto de la sociedad impidiendo con la fuerza de las armas, la ideología y la religión “cristiana” cualquier cambio que afectara sus intereses.
    El neoliberalismo salvaje que domina a México desde hace casi cuarenta años, es la más reciente forma adoptada por ese modelo o paradigma en Latinoamérica y casi todo el mundo.  El grotesco ideal de la cultura occidental que justificó y glorificó las tropelías de las supuestamente civilizadas naciones europeas como la culminación de la cultura y el progreso humano, se presenta ahora bajo el paradigma del desarrollo económico sostenido por gobiernos, organismos internacionales y el capital monopólico internacional. En México, ese modelo fue impulsado por una clase capitalista dependiente, es decir, que no cuenta con liderazgo propio sino que actúa como representante nativa de las elites internacionales siendo, en estricto término, los pinches de las élites europeas y norteamericanas a las que no solo obedecen e imitan, sino admiran y temen.
    Son estas fuerzas del poder económico político quienes, en los gobiernos anteriores, pero especialmente en el de Peña Nieto, promovieron toda clase de reformas y proyectos destinados a ampliar sus riquezas a costa de sus dos víctimas fundamentales: los pueblos originarios y sus recursos naturales, de los cuales el proyecto del nuevo aeropuerto de la ciudad de México situado en Texcoco no es sino un eslabón más de tales actos de piratería.
    Contra todo orden civilizado;  sin consultar a los pueblos afectados con su proyecto; violentando los derechos humanos y de género de sus opositores y  echando mano de  los recursos públicos indiscriminadamente, Peña hizo avanzar el proyecto en cuestión hasta límites impensados, tratando de servir fielmente a los designios del capitalismo rapaz que lo maneja.
    Como si se tratara de una ópera bufa o una película de pesadilla, su pandilla tomó prácticamente por asalto la zona lacustre del valle de México tratando de rellenar la parte donde habría de situarse el nuevo aeropuerto, alimentando con recursos públicos la voracidad de los contratistas que, en breve tiempo elevaron el costo de la obra en tres o cuatro veces su valor original.
    ¿Qué hicieron entonces los partidos integrantes de la alianza por México, las cámaras empresariales, los gobiernos de la zona metropolitana, las autoridades agrarias y del medio ambiente? ¿Qué los Gomezleivas, los Hirart, los Healy, López Dórigas, Aguilar Camines y demás jilgueros del sistema? Callaron o aplaudieron, ocultaron información y distorsionaron los hechos, señalando como facinerosos o terroristas a los habitantes de los pueblos ribereños que con palos y machetes se atrevieron a defender sus territorios,  y hoy son los mismos quienes a voz en cuello dictaminan que con la consulta convocada,  Andrés Manuel López Obrador ha cometido el peor error de su vida política, condenando a su administración al fracaso, aún antes de que inicie.
    Sin embargo,  la conciencia ciudadana despertada el primero de julio pasado,  va tomando conciencia del papel que le corresponde en la coyuntura histórica iniciada con su triunfo electoral, en una oportunidad de oro que nunca más volverá a repetirse en este siglo si se deja arrebatar la iniciativa política a la que convoca su líder.
    Finalmente,  el logro principal de la consulta en curso consistirá en el aviso a la   oligarquía  que hasta ahora ha dispuesto como  ha querido de los bienes públicos simplemente con ordenar o amenazar a la corrupta clase política,  haciéndole saber que,  partir de  ahora (aun antes del primero de diciembre) las costumbres van a cambiar,  y que no será en sus consejos de administración o sus elegantes reuniones privadas donde se tomarán las decisiones sustantivas para la vida del país, sino en las consultas abiertas a toda la ciudadanía, que deberán ser  tantas como requiera la importancia de los asuntos públicos que se ventilen.
    Ni modo, la democracia no es ir solo a votar y regresarse a casa, sino mantener viva la presencia de los ciudadanos en cuanto espacio y debate de decisión pública se requiera. Así que todos a votar, incluso los críticos, por la alternativa que quieran pero todos a expresar su opinión, todavía hay tiempo de hacerlo.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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