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A una cuadra

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RELATOS DE VIDA

Una línea de fragancia y una mirada permanente, fueron los dos recuerdos que se quedarán por siempre en la memoria de Mariana; porque su presencia simplemente se esfumó ante el desconcierto y el “no sé qué hacer”.
Horas antes, la chica que se caracterizaba por ser una completa parlanchina, se ubicó en la parada de transporte público, sólo fueron cinco minutos de espera cuando por fin abordó la unidad con destino a casa, después de cumplir el horario escolar.
Encontró un espacio con dos asientos vacíos y se sentó del lado del pasillo, y se sumergió en las redes sociales para hacer llevadero el trayecto; navegó entre memes, mensajes, noticias, frases de amor y notificaciones de actualizaciones de amigos.
-Hola, buena tarde, podrías darme permiso para ocupar el asiento – fue la voz que la sacó de su diversión tecnológica, levantó la mirada y con un gesto de aprobación giró sus pies hacia el pasillo para que el nuevo ocupante pudiera pasar.
A pesar de siempre tener tema de conversación, ésta vez no fue así, pues la impresión y la fragancia la dejaron sin palabras, aunque por dentro enlistaba lo que podría decirle – Hola, me gusta tu perfume, ¿cuál es?, ¿a dónde te diriges?, ¿trabajas o estudias?, ¿dónde vives?, ¿tienes novia?- pero ninguna sola de ella salió de sus labios.
Más adelante, un nuevo pasajero subió, ubicándose exactamente a un lado de su asiento, era una señora de aproximadamente 60 años, que permaneció parada por no encontrar lugar; el joven compañero se levantó y enunció -Por favor señora, tome mi lugar- recibiendo enseguida la respuesta -gracias joven- y continuaron con el cambio de lugares.
Ahora Mariana menos se atrevía a dirigir la palabra, la distancia entre ellos era aún mayor, lucía inquieta, temerosa e impaciente; sólo podía seguir disfrutando del agradable olor que emanaba de su cuerpo.
Kilómetros y minutos más adelante, el joven gritó -en la próxima parada por favor- y apoyándose de los respaldos de los asientos caminó hacia la parte delantera, pagó su pasaje y descendió, mientras que Mariana no le quitaba la mirada de encima y él le correspondía desde la banqueta, ya fuera del transporte.
Una cuadra adelante, Mariana bajó, unos pasos adelante estaba su casa, pero antes de entrar se quedó parada unos minutos aún decidiendo si regresaste y buscarlo, estaba segura que era el amor de su vida, el pequeño instante que cruzaron miradas sintió una conexión perfecta; finalmente sólo lo dejó ir; sabiendo que durante un buen tiempo se recriminaría por no haber intentado buscar a quien pudo haber significado su felicidad.