¿A qué niños se festeja?

Bella edad la niñez, cantada por los poetas y narrada por los literatos, los educadores y los abuelos, quienes gustan de recordar la suya propia con la nostalgia reflejada en el rostro. La niñez se identifica con la edad de la inocencia, los juegos y los sueños; de las fantasías que habrán de convertirse en recuerdo de quienes la han dejado atrás y sólo les queda hablar de ella como la edad más hermosa de la vida.

 

La niñez fue reconocida como una etapa en la vida de los seres humanos hace relativamente poco tiempo. En su célebre obra ‘Emilio’, Juan Jacobo Rosseau descubre al niño como un ser inteligente, sensible y creativo al que la educación de su tiempo deseaba convertir en un adulto chiquito mediante una instrucción rigurosa, cruel y autoritaria. Pedagogos y literatos que lo preceden aumentan la atención en la edad infantil y las formas en que la escuela debe hacerse cargo de su formación.

De esa manera, la niñez terminó por convertirse no solo en una etapa más del desarrollo humano sino la más relevante en términos educativos, al grado de que las escuelas dedicadas a la formación infantil se convirtieron en el núcleo central de los sistemas educativos modernos.

La importancia dada desde entonces al niño, trajo como consecuencia una mitificación de la infancia considerándola por sí misma sinónimo de la edad feliz, como si tal condición fuera de carácter general. La sociedad y la educación imaginaron y siguen imaginando al niño como integrante de un núcleo ideal donde recibe el afecto y el apoyo permanente de sus padres y familiares y que basta perfeccionarlo con una buena instrucción para que su edad transcurra con toda normalidad.

Pero la realidad de la vida infantil no es esa burbuja a la que se aferra el idealismo de los pedagogos y administradores de la educación. La infancia, se sabe ahora, es una realidad distinta, donde el pequeño no cuenta, en la mayoría de los casos, con esas condiciones idílicas que los cuentos de hadas pintan y la escuela refuerza.

Millones de niños en el mundo -de los cuales más de dos y medio millones viven nuestro país, según los últimos datos-, trabajan para sobrevivir o ayudar a la manutención familiar. Como en los románticos cuentos y novelas del siglo XIX, la niñez actual aporta su cuota de sangre, sudor y lágrimas para que en el campo, las minas, los talleres o el comercio legal e ilegal el capitalismo se incremente a costa de retribuciones que no pueden llamarse sueldos, porque el trabajo infantil se encuentra prohibido y por tanto el menor trabajador no cuenta con la posibilidad legal de un contrato con su explotador.

Desde la hipocresía dominante, la suerte del infante se suele asociar con la responsabilidad paterna, haciendo a los padres de familia los directamente responsables de la suerte del niño, ocultando que la causa principal de su desprotección no es familiar, sino social y económica, y que el desarrollo del capitalismo global en las últimas décadas ha dejado en la pobreza en todo el mundo a millones de familias a cuyos miembros explota, enferma, divide y disgrega llevando la peor parte del castigo los niños, el eslabón más débil de la cadena de injusticias provocadas por un sistema económico inequitativo e indiferente a la suerte de sus integrantes.

Pero la explotación económica infantil mencionada, de suyo terrible, va cediendo su lugar a una pesadilla mil veces peor, imposible de imaginar por los espíritus sensibles que en el pasado denunciaron el maltrato infantil. El capital busca siempre la mejor ganancia y hoy, los negocios más redituables se encuentran fuera de la tradicional actividad de la industria o el comercio, en áreas de oportunidad tales como el narcotráfico, la trata de blancas, la pornografía infantil y hasta el tráfico de órganos, a cuyas mercados son conducidos miles de niños y niñas en todo el mundo a ciencia y paciencia de los gobiernos, quienes prefieren mirar para otro lado antes que combatir de frente tales negocios criminales.

Hoy, igualmente, cientos o miles de niños, solos o acompañados por otros o conducidos por delincuentes cruzan el territorio mexicano dirigiéndose a la frontera con los Estados Unidos ya no solo para alcanzar a sus padres, sino para tratar de sobrevivir o rehacer sus vidas por sí mismos en una sociedad menos injusta y agresiva que las suya. Pero los niños en esas condiciones no son los que hoy celebran gustosos junto a sus padres su día, inconscientes igual que estos de la posición privilegiada que detentan en un mundo donde la infancia feliz es tan solo un mito cuidadosamente reproducido y reforzado por una sociedad que se niega a reconocer la realidad en que vive la mayor parte de la infancia.

Son niños de carne y hueso, expuestos como nunca en la historia de la humanidad a la explotación y la muerte, como si el mundo quisiera deshacerse de ellos mientras entona dulces canciones en paisajes de ensueño tratando de exorcizar la pesadilla de esa otra niñez a la que no vemos ni escuchamos, pero que está ahí a nuestro lado sin que nos percatemos de su presencia. Ojalá, algún día caiga la venda de nuestros ojos y podamos compartir con ellos un poco de nuestra felicidad, al menos en un día como éste. Mientras tanto, por lo menos, dediquémosle un poco de atención y cuidado. Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON, Y VIVOS LOS QUEREMOS.

 

 

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