EL MÉXICO BRONCO: ¿ESTÁ POR DESPERTAR?

FAMILIA POLÍTICA
    •    “Un pueblo avergonzado, es león que se agazapa para saltar”.

Octavio Paz.

Don Jesús Reyes Heroles: intelectual, político, orador, ideólogo, estudioso del Liberalismo Mexicano, en trascendental discurso, el 5 de febrero de 1978, durante la ceremonia conmemorativa de la Constitución de 1917, expresaba: “Pensemos precavida y precautoriamente que el México bronco, violento, mal llamado bárbaro, no está en el sepulcro; únicamente duerme. No lo despertemos, unos creyendo que la insensatez es el camino; otros aferrados a rancias prácticas…” Si tales palabras se pronunciaran el día de hoy, se notaría que no pierden vigencia como instrumentos de política reflexión.
    Algunos mexicanos piensan que vivimos en la antesala del infierno; otros, que nuestro entorno es casi el reino de Utopía, donde la gente vive feliz, feliz, feliz… Pregunto ¿Cuál visión es la correcta? ¿Existen varios Méxicos diferentes y aún excluyentes en la percepción inteligente de su población? ¿Será que la apreciación de la realidad es una, según el juicio de un simple mortal, y se distorsiona al mirarla tras el cristal de un encumbrado beneficiario del sistema? ¿Por qué el gobernante y el gobernado no pueden formarse ideas similares de la sociedad en que viven? ¿Así ha sido siempre en el amor y en la guerra; por un lado la perspectiva de los triunfadores y, por otro, la visión de los vencidos? ¿Qué tan difícil es formarse juicios imparciales y objetivos cuando se observan los fenómenos sociales, siendo actor y no simple observador?… Para analizar estos complejos problemas, siempre habrá más preguntas que respuestas.
    El último despertar del México bronco que las generaciones actuales registramos en la bibliografía, en las vivencias directas o indirectas… es la Revolución Mexicana de 1910, la cual terminó con la Constitución de 1917 y la formación del PNR en 1929. Aparentemente se trata de dos entidades jurídicas y políticas diferentes; pero en realidad, es una sola: la creación de instituciones que permitieron dar a la triunfante clase política que emergió del movimiento armado, cierta identidad, tal vez mínima capacidad de negociación para esperar su turno de ejercer un poder, pasajero por definición.
La Constitución representó el proyecto de país al que aspiraban las heterogéneas corrientes y grupos armados, una vez que las armas se enterraron. El PNR no respondía, en sus orígenes, al concepto de un partido político; no nació para conquistar el poder; sino desde el poder; era, más bien, un frente nacional; un conjunto de tribus que aprendieron a esperar su turno para cobrar sus facturas, todavía con olor a pólvora.
La realidad nacional se trasladó paulatinamente del uniforme militar, a la corbata y el perfume de una burocracia selecta. No hay que olvidar que la Democracia ya se concebía, no solamente como un sistema jurídico y un régimen político; sino como un sistema de vida basado en el constante mejoramiento social y cultural del pueblo. Después de la confrontación (armada e ideológica), tuvo que venir la calma. El camino hacia la paz, pasa por la reconciliación y el respeto al adversario.
Instalado en su zona de confort, el México bronco vivió durante varias décadas; los militares y caudillos dejaron sus espacios a abogados y otros universitarios, quienes se pusieron el traje de políticos profesionales. Nos acostumbramos a vivir en paz, a ser observadores y esporádicamente actores de la dinámica lucha por el poder, dentro de unas reglas del juego escritas y no escritas. Pero, un día, el abuso, la corrupción, la delincuencia… reventaron los límites de la “normalidad” y tolerancia, hasta que el pueblo (aún semi dormido) dijo ¡Basta!
Luis Spota, en su novela “La Víspera del Trueno”, ante el hipotético fin del partido en el poder, allá en los tiempos de Miguel de la Madrid, describía un letrero que manos anónimas habían escrito en la fachada del Palacio Nacional: “Salió peor el remedio que la enfermedad”. Eso ocurría en la novela; en la realidad, la fiera dormía… así permaneció varios sexenios todavía.
Las grandes transformaciones históricas normalmente surgen de una revolución armada. La ferocidad de las luchas hace que los triunfadores deseen no dejar piedra sobre piedra del pasado inmediato, el cual, sin embargo, es útil para cargar con el lodo que el presente recibe como herencia. Un día, todos aquellos que tienen oportunidad de gobernar, deberán enfrentarse con su propia responsabilidad histórica.
Algún estudioso de la realidad mexicana, hace relativamente poco tiempo escribía: “México es un país post revolucionario, que amenaza convertirse en pre revolucionario”. ¿Será que el país, ahora, logró una revolución sin pasar por la violencia? ¿Acaso se invirtieron las etapas?…  Cosas veredes, Mío Cid.
Continúo con mi racha de preguntas: ¿Se respiraba miedo en Francia, en Rusia, en Estados Unidos o en cualquier parte del mundo, antes de reventar una sangrienta guerra intestina? Si en su tiempo hubieran existido las redes sociales ¿No cambiaría la percepción que tenemos hoy de los buenos y los malos?
Yo no sé cómo vaya a pasar a la historia este tiempo; lo que sí sé, es que el ambiente huele a miedo: sintonizar las noticias en la televisión; abrir las páginas de la prensa; interaccionar en redes sociales, transitar por las calles de cualquier ciudad de la República, donde son cotidianas violentas manifestaciones con las más diversas causas: transportistas indignados, vociferantes mujeres, estudiantes feroces, profesores confrontados, comerciantes extorsionados, damnificados de los terremotos, normalistas y padres de los 43 desaparecidos (seguramente muertos)… todo en su conjunto es un cóctel que nada bueno augura.
En estas letras no van explícitas o implícitas acusaciones para personas o grupos subjetivamente responsables; el objetivo es motivar la reflexión para que todos tomemos consciencia de nuestro lugar histórico y algo hagamos; algo… aunque sea escribir o clamar en el desierto, pero escribir con ética; clamar con verdad y con justicia.
 

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