LA GENTE CUENTA
Un sonido agudo fue el que me sacó de mi letargo: en mi rostro tenía una especie de mascarilla que se encargaba de asistir mi débil respiración; tenía un dolor agudo en mis brazos y piernas, pero la anestesia hacía que fuera llevadera. Alrededor de mí, dos personas de uniformes blancos me observaban con preocupación.
-No te preocupes. Ya casi llegamos al hospital –uno de ellos trató de calmarme.
-¿Dónde… dónde estoy? –una voz débil apenas salió de mi boca.
-Estamos en una ambulancia. Afortunadamente estas bien. No hay daños que lamentar.
¿Daños? Realmente no sabía comprender nada de lo que pasaba. Ni recordaba que había pasado antes.
-Quiero ver a mis amigas –mi dicción es muy lenta. Aquel paramédico solo pudo decir que “ellas estaban bien”.
Una vez en el hospital, un batallón de médicos me recibió y me atendió con sumo cuidado. Revisó cada uno de mis signos vitales, anotaron cada una de sus observaciones y se aliviaban los unos a los otros. “Afortunadamente no tiene daños considerables, solo golpes”, con eso resolvían mi caso.
Tiempo después, llegaron mis padres acompañados de un hombre de azul. Fue en ese momento en que recibí un bombardeo de preguntas: ¿dónde estabas?, ¿te hicieron algo?, ¿te sentiste amenazada?, debiste pedirnos ayuda; ay, mija, este mundo es cada vez más enfermo… Yo no podía recordar nada.
-Bueno, señores –los oficiales salieron un momento con mis padres, pero escuché todo-. En vista de que su hija apareció con bien, nosotros nos vamos a retirar.
Mamá comenzó a protestar.
-Oficial, pero debería investigar quien quiso lastimar a mi hija y sus amigas. Aparecieron vivas, ya sé. Y la Alerta Amber sí funcionó. Pero no me gustaría saber que esa persona que intentó secuestrarlas está en la calle con toda impunidad.
¿Mis amigas y yo secuestradas? Miro la marca de mis muñecas, y en efecto tienen indicios que fueron amarradas en contra de mi voluntad.
-Su hija tuvo suerte. Agradezca eso –fue su única y tajante respuesta.