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Inciensos

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PEDAZOS DE VIDA

Copal
Tras encender el popoxcomitl, saludó a los cuatro rumbos del universo, luego  “sembró” (colocó) en el centro la figura de barro que contenía el carbón ardiente en dónde el copal se había convertido en una nube de humo. Los de afuera del círculo imaginario seguían tocando los instrumentos musicales de los abuelos.

El agua no tardó mucho en caer, en bañar sus rostros y en recorrer sus cuerpos como una serpiente que evade las protuberancias de la carne: la piel se les puso chinita y comenzaron a llorar. No había duda, allá en el cielo, el padre Tlalok los seguía escuchando, y seguía disfrutando del copal ofrendado.

Sándalo
La habitación permanecía en un absoluto silencio, apenas iluminada por la luz de una veladora que ocupaba la mayor parte de su resplandor para hacer visible a la estatua dedicada a Ghanesa, y postrado ante él un hombre repite el mantra “om gam ganapataye namaha”, en espera de que su hijo, el más querido, sea librado con bien de aquella rara enfermedad.

Alcanfor
La gran escultura de más de dos metros que residía en el salón, expedía a pesar de los años un gran aroma, el árbol de alcanfor que había entregado su vida para honrar a “Buda” el iluminado, seguía tan aromático como cuando llegó, por eso en aquél templo budista de Asia, no estaba permitido quemar incienso con aroma de alcanfor, al árbol mismo que daba forma al iluminado, se le rendía honor con otros aromas, no con el suyo propio.

Canela
Fue con varas de incienso de canela, y con chile ancho seco que comenzaron a “limpiar” la casa. Andrea gritó “allá va, mamá” y todos alcanzaron a ver la sombra del maligno espíritu que huía entre los muebles viejos que se escondían en el cuarto de trebejos, los cristales reventaron como si hubiera explotado un tanque de gas, y el lamentó erizó la piel de varios, a pesar de que había quedado “limpia”, se negaron a seguir viviendo allí.

Mirra
Sí, tenía un chingo de olores, pero se distinguía más el de la mirra. Según la doña echaba las cartas y hacía limpias y amarres y todo… La gente le creía, sabían que doña “Ger” hacía buenos trabajos. Desde que había llegado al pueblo su imagen se había mantenido, hasta que Juancho el trailero, pasó por ahí, supo de ella, y la echó de cabeza. No tardaron en llegar los policías y llevársela por haber matado al hombre que ella nunca se pudo amarrar.