LA GENTE CUENTA
-¿Qué haces, hija?
Laura, una pequeña y risueña mujer de apenas 15 años, se armaba de sus pinceles, pinturas, gises con tonos pastel y un lienzo absolutamente blanco. Su mamá la miró curiosa subir hacia su habitación.
-Quiero pintar, mamá –respondió.
-¿Puedo ver?
Su madre era una admiradora absoluta del arte de su hija. Una vez, de cumpleaños le regaló un paisaje, una pintura que más bien parecía una fotografía, de un lugar remoto que tantas veces platicaba, y que remontaba sus más recónditos recuerdos.
Laura acomodó una silla en su habitación, de modo que su progenitora pudiera ver con detalle su creación. Recién terminaba de realizar sus tareas escolares, y la brisa de la primavera entraba por la ventana. Era el clima perfecto.
Con un pedazo de gis negro comenzó a darle las primeras formas a una figura humana: delineó la forma de su cabeza, la de sus manos y parte de su cuerpo; alrededor de aquella figura comenzó a imprimirle tonos pastel, a manera de olas, como simulando un ambiente con nubes azules, rosadas y anaranjadas.
Paso seguido, Laura comenzó a definir aquella figura: le puso un cabello, al principio castaño, pero después con un degradado con tonos claros. Su piel la pintó con unos tonos claros y uniformes, con algunas sombras alrededor. En perspectiva, era definitivamente una mujer.
-¿Quién es, Lau? –por primera vez, su mamá comenzó a intrigarse por la identidad de aquella figura.
-Ya lo verás –solo alcanzó a responder.
Siguió dando forma a aquel ambiente: en seguida comenzó a dibujar diferentes tipos de flores alrededor de la figura femenina, todas con el mismo tono que las nubes. Parecía una especie de paraíso, un jardín imaginario, un lugar perdido en algún punto de este mundo.
A la mujer del retrato le comenzó a dibujar ropa, un vestido también lleno de flores, lo que le parecía verse única, especial. Y finalmente, dibujó un rostro: unos ojos claros, nariz pequeña y unos labios rosados, que dejaban entrever una sonrisa. Y una vez finiquitados los detalles, con un gis, su puño y letra, escribió una dedicatoria: siempre te recordaremos.
-¿Sabes, mamá? Aún la echo de menos –fue su única declaración.
La madre de Laura quedó pasmada al descubrir la identidad de aquella misteriosa mujer. Tanto hija y madre se abrazaron, tratando de aliviar el dolor producido hace unos meses atrás. Y en cuanto cayó la tarde, ambas mujeres se dirigieron a una galería, donde el retrato de aquella mujer sonriente fue colocado junto a otras, víctimas de una cruel realidad.