Las grandes enemistades

FAMILIA POLÍTICA

“Trata a tus amigos, como si algún
día fueran a ser tus enemigos
y a tus enemigos, como si algún
día fueran a ser tus amigos”.
Luis Spota.

Este tema, por necesidad, debe nutrirse en pasajes bíblicos, mitológicos, históricos… Cada persona, dentro de su entorno, conoce odios, enemistades, desafectos, rencores… en diferentes niveles. Uno de estos rechazos afectivos que reviste caracteres de universalidad, es el del ángel rebelde Luzbel, quien, por saberse poseedor de una serie de cualidades y poderes cercanos a la perfección de su creador, se dejó tentar por su propia soberbia y se sublevó ante el Todopoderoso. Con la espada ejecutora y la armadura de general romano del Arcángel San Miguel, Dios sometió al insurrecto y a sus huestes de ángeles caídos.
    El lenguaje popular recrea una irreconciliable relación entre tirios y troyanos. Cuando el idioma cae en la irreflexión del uso cotidiano, hace que la gente repita sin investigar el origen de tal o cual refrán o sentencia; pocos saben, aunque a menudo invoquen la frase que Tirio, es gentilicio de Tiro, una ciudad fenicia cuyos habitantes, por cuestiones que se pierden en los tiempos mitológicos, tuvieron motivos suficientes para malquerer a los ciudadanos de la célebre Ilión (Troya).
    Se entiende y justifica la animadversión del general griego Agamenón, en contra del “bellísimo” príncipe troyano Paris, sólo porque tuvo el mal gusto de pintarle el cuerno y robarle a su esposa, considerada en su tiempo, la mujer más hermosa del mundo. El amor entre el noble y la consorte del poderoso guerrero, como se sabe, dio origen al conflicto bélico con más de dos lustros de duración, el cual terminó con la estratagema que ideara Odiseo (Ulises): introducir un gran caballo con la panza repleta de soldados, a las murallas aparentemente infranqueables de una Troya, borracha por el aparente triunfo de sus ejércitos, ante los poderosos invasores griegos.
    Héctor, el equivalente troyano de Aquiles, tuvo la mala fortuna de matar en combate a Patroclo, el más querido amigo del semidiós, con fama de invulnerable (Patroclo usó la armadura de su amigo para intimidar a los troyanos). Aquiles no quería entrar en la lucha, pero ante la muerte de su mejor amigo, cayó en cólera y fue hasta las murallas de la ciudad sitiada para retar y matar al campeón troyano, causante de tan imperdonable agravio. Su cuerpo, atado al carro de Aquiles, fue arrastrado y abandonado en el campo para que los buitres lo devoraran… Después tocó a Paris disparar una flecha mortal al talón del matador de su hermano; conocía la leyenda de que esta parte corporal, era la única que la diosa Tetis (madre de Aquiles), no sumergió en las aguas de la laguna Estigia.
    Cambiando de mitología, enemigos irreconciliables en la historia del mundo fueron, y siguen siendo, Caín y Abel, arquetipos de una figura universal: la enemistad entre hermanos. Se dice que uno era bueno y el otro malo; difiero: yo creo que uno era fuerte, pragmático, desprovisto de valores, aunque predispuesto a la tortura de los celos; el otro (Abel), seguramente era físicamente debilucho, aunque soñador y amante de la naturaleza. La fuerza bruta triunfó; aunque la historia registra el homicidio como victoria del mal sobre el bien.
    Así podemos encontrar múltiples ejemplos. Curiosamente, algunos homicidios no tienen motivos personales, sino circunstanciales o de jerarquías axiológicas. No creo, por ejemplo, que David odiara el gigante Goliat o que Judas Iscariote sintiera profunda enemistad por Jesús de Nazareth; más bien, algunos autores clasifican la traición más allá, incluso, de las treinta monedas de plata. Se dice que fue un crimen que se nutría en el amor.
    En el contexto local: el joven abuelo Cuauhtémoc dejó en la leyenda y/o en la historia, el célebre ruego al conquistador “Malinche, como Emperador, no fui capaz de defender a mi ciudad: toma este puñal y mátame con él”. Sinceramente, creo que no había enemistad entre las partes, sino una profunda y recíproca admiración.
    Durante la Independencia, se advierte un odio rayano en la patología, en el edicto de excomunión que lanzara el Obispo Abad y Queipo, en contra del sacerdote aun, Don Miguel Hidalgo y Costilla. La forma de maldecir cada parte de su cuerpo, es poco noble y poco cristiana; es la clara muestra de como ciertos seres son incapaces de separar las cuestiones de Estado de las filias y las fobias que pertenecen estrictamente al ámbito personal.
    De Juárez y Maximiliano se dice que, al ser ambos masones, compartían valores de corte universal y personal; es más, ambos se nutrían en la corriente ideológica de moda: El Liberalismo. El indio de Guelatao cumplió con su deber patriótico, aún en contra de la ética que profesa la fraternidad masónica y de buena parte de la opinión pública mundial; para esto, a mi juicio, no contaron enemistades, odios ni complejos raciales.
    Don Francisco I. Madero no era enemigo personal de Porfirio Díaz; sí su adversario histórico; de igual manera, Venustiano Carranza, de Victoriano Huerta. Calles fue protegido por Obregón, aunque después, la opinión pública lo acusara de magnicidio intelectual; el propio Calles, para justificar su posición como “Jefe Máximo de la Revolución”, prolongó su mandato por interpósitas personas: tres presidentes “de paja”; con Cárdenas trató de aplicar el mismo esquema, pero se equivocó. Su gran amigo, su protegido, casi su hijo, terminó con el Maximato; lo expulsó del país; reivindicó la investidura presidencial. ¿Enemistad u obligación trascendente?
    Más o menos en este esquema continuaron (¿continúan?) las relaciones entre los titulares temporales del poder y sus sucesores. ¿Hasta qué punto cuenta la amistad? ¿Cuál es el verdadero origen de las enemistades? ¿Pueden los amigos más cercanos, ser los enemigos más recalcitrantes? ¿Se puede reanudar una amistad sincera, después de un alejamiento con base en comprobadas traiciones? Los observadores, fuera del juego, alguna vez tendrán que definirse: ¿Con melón o con sandía?
    Cosas veredes, Mío Cid.

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