Gracias, colibrí

Letras y Memorias

    •    La casualidades llegan de la nada, se convierten en destino, y se afianzan en forma de un camino compartido


Hubo una vez que un jardín ordinario se tornó en el espacio más mágico de cualquier punto del universo. Aquella fuente que sigilosa cuidaba de los rosales, fue testigo de una llegada cálida y radiante, de unas alas bellas y de la tranquilidad que sólo se equipara a ese punto en que la tormenta ha cedido ante el cielo renovado.
Hace tiempo, por azares causados gracias a la mano noble del destino, apareció en mis murallas amarillas un bello colibrí de enorme mirada dulce y de plumaje precioso; llevaba en el color de su piel toda la gama del planeta y con sus delicados pero certeros movimientos, logró captar la atención de la ciudad entera, de toda la Tierra en realidad.
A mí, un humano ordinario, me alcanzó la maravilla que representaba el colibrí, se volvió esa hermosa y delicada ave, mi mejor amiga cuando los cigarrillos se adherían a mis manos y cuando el café era apenas suficiente en una noche medianamente estrellada. Mi hermoso colibrí me mostró que el mundo fuera del castillo en que me resguardo por las tardes, podía ser una nueva oportunidad de vivir y experimentar todo lo que uno no había vivido antes.
Cuenta una leyenda maya, que cuando un colibrí nos visita a nosotros los mortales, es para entregar buenas nuevas sobre un ser amado. En este caso particular, ese colibrí llegó para convertirse en el ser amado y en el ave redentora de los días malos.
Bastaba apenas un veloz aleteo para sentir la paz buscada al dormir. Bastaba mirarle fijamente para entender que las leyendas mayas a veces cambian en su narrativa y crean nuevos cuentos que se vuelven reales, tan palpables como el aire mismo o tan perceptibles como el abrazo divino de mi adorada ave.
Era abril, nunca la primavera me había sentado tan bien. A decir verdad, nunca una casualidad lo había hecho; o quizá no fue algo al azar sino, aquel momento definitivo y necesario entre las penas surgidas en lapsos pasados, esos espacios temporales donde la existencia cobraba factura entre costillas adoloridas y rodillas raspadas, cuyas memorias brillantes llevaban al hombre a enternecerse cuando veía de frente unos bellos ojos que le transportaban al cielo con apenas un par de parpadeos, o aleteos de colibrí.
El colibrí fue pues, una suerte de confidente, una luminaria en el espacio trasero de la oficina que tanto disfruto compartir; fue la chispa que encendió una vida monótona y gris. El colibrí me hizo preguntas y yo las respondí, le conté historias y la dulce ave se maravilló con ellas. Juntos fuimos recorriendo calles y recordando memorias. Ella –el ave-, me habló de tormentas conquistadas con el fulgor de sus alas y yo -el mortal-, le platiqué de poemas y hazañas de niño.
En todo ese tiempo compartido con mi adorada ave, jamás hubo un momento en que por la mente mía, no deseara ser tan libre y eterno, porque incluso cuando los huesos dolieran y los climas pesaran, la magia del colibrí no iba a terminar.
Del colibrí yo aprendí a enfocar cada rincón y conocí el secreto para detener el tiempo cuando no quería que este avanzara, aprendí a respirar amor y a exhalar paz y comprensión. Uno nunca deja de aprender y, en este caso, no termino de entender cómo es que obra el universo para que se nos presente aquello que necesitamos, así sea una fugaz compañía o una permanente y reluciente nueva vida.
Hoy salgo a la fuente y me siento en esa banca, tomo un cigarrillo y lo enciendo al compás del chiflido del viento, al tempo de los zapatos imitando música fascinante. Miro al frente y ahí está ella, observando mi alma, alma con la que conecto su majestuosidad.
El cigarro se consume lento y el viento despeina los cabellos, y de los labios salen palabras que sólo el colibrí sabe interpretar y que sólo la preciosa ave, ha de recordar; del canto dulce de ella, emana todo lo que este mortal quiere escuchar.
Las personas suelen creer que en determinado punto de la vida, se ha visto y experimentado de todo, que el mundo luce pequeño y es hora de alcanzar nuevos rumbos más allá de nuestras estrellas, pero con el colibrí no ocurrió así; su aparición en mi rutina me confirmó que este planeta siempre será un espacio pequeño cuando alguien abre sus vastas alas y te resguarda en ellas. Los mundos no bastarán siempre que de la nada aparezca alguien que en un par de días de convertirá en tu todo.
Y así avanzan las manecillas, y así transcurren los días. Conmigo escribiendo y pensando, extrañando y añorando, y con el colibrí llegando cuando las jornadas son más largas, anunciando que el mundo está bien, que todo está de maravilla, y que ella nunca se cansará de alegrarme el día y volar cerquita mío.

¡Hasta el próximo martes!
Mi Twitter: @SoyOsmarEslava
Postdata: “No importa lo que la vida haga de nosotros, yo contigo, y tú conmigo… siempre, por siempre”.

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