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Fragilidad

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La gente cuenta

Una luz tenue pero blanca comienza a invadir mis pupilas, un sonido mecánico simulando una respiración llega hasta mis oídos, y un distintivo olor a alcohol invade mis poros nasales; una sábana blanca impecable apenas cubre parte de mi cuerpo, y logro notar que cables transparentes salen de mi cuerpo hacia aparatos raros.
    Intento recobrar la movilidad, pero de pronto mi cabeza olvidó como moverme, mientras que un ligero mareo invadió mi cuerpo por un lapso de tiempo. De repente comienzo a reírme, producto de mi mareo, y figuras de colores comienzan a invadir mis ojos. Simplemente me dejo llevar por esta sensación.
    Pasan las horas, y todo parece estar en su lugar, las cosas en orden, a excepción de la luz, que ahora está apagada. Un hombre de bata blanca ingresa hacia donde estoy, y con voz parsimoniosa comenzó a inquirirme.
    -¿Cómo se encuentra?
    A duras penas comienzo a articular palabras en mis labios.
    -Mareado
    -Muy bien. Supongo que el efecto del sedante ya desapareció
¿Sedado? Mi mente tenía más preguntas que respuestas.
    -Doctor… ¿cuánto tiempo llevo aquí?
    Silencio incómodo. Trata de hacer cuentas con los dedos, después checa un poco mi expediente.
    -Pues, según esto, estás aquí desde hace cuatro meses…
    Un recuerdo aciago invade mi mente: luces de colores, estroboscópicas, Héctor haciendo bromas pesadas a los amigos en aquella fiesta, y de pronto se acerca a mí, me ofrece una bolsa llena de polvo blanco, y después de eso, nada.
    -No recuerdo nada… -respondo al fin.
    -Descuide, joven. Usted debe descansar. Después tendrá la oportunidad de acordarse de lo que sucedió.
    Y sin más, abandonó la sala en la que estaba, dejando en mi mente incertidumbre y un temor profundo.
    Fue la luz del sol que hizo recordarme que la noche había terminado y que un día nuevo comenzaría. Enfermeras gentiles ofreciéndome un poco de comida para sobrellevar el sufrimiento. Y de pronto, de todas las caras que entraban y salían, una conocida.
    -¡Carlos! ¡Estás vivo!
    Laura, una vieja amiga, corrió hacia mí con un torrente de lágrimas en su rostro. Como pude la consolé.
    -Creímos que habías muerto aquella noche.
    Mi incertidumbre volvió a crecer. Esta vez decidí a revolver todo este misterio.
    -¿Qué sabes de aquella noche?
    -Todo. Tu familia, todos y yo vimos todo en la tele. Ibas con alguien en un auto deportivo sobre la autopista. Un tráiler se les cerró y terminaron sobre el muro de contención.
    Un sudor frío me recorrió la cabeza ante tal declaración.
    -Creímos lo peor: el que iba manejando terminó con la cabeza destrozada…
    -¿Y yo?
    -Pues… también fue horrible de ver: tenías una varilla enterrada cerca de tu corazón.