“LA MOSCA”
Bonifacio Hernández, joven de 18 años era un chaparro y prieto, que venía de Huejutla a buscar trabajo; estuvo en el sindicato por días, hasta que lo mandaron a trabajar en la mina de San Juan Pachuca, tuvo que abandonar sus huaraches, para ponerse sus zapatos mineros, que le sacaron ampollas y parecía pollo quemado.
Dentro de la mina tuvo que soportar las maldades de los compañeros, sin protestar: le quitaron sus calzones, le dieron su bautizo, bañándolo con aceite, después le echaron aserrín, combinada con caca de caballo. Sus compañeros como apodo le pusieron “La Mosca”, le dieron pamba loca, varias mentadas de madre, patadas y golpes en la gorra. Era muy buena gente, jamás se enojó, sólo los veía y se echaba a correr, lo alcanzaban y le hacían el caballo, uno lo agarraba de las manos y otro de las patas, mientras que otro lo montaba, subiéndolo y bajándolo.
Cumplió un año trabajando con contrato y se puso muy buzo, conoció a una vecina, se hicieron novios y se casó por las tres leyes: el civil, la iglesia y por pendejo.
Ella lo educó y le daba consejos, que no se dejara de nadie, porque los mineros eran unos encajosos y muy borrachos; un día le dijo “El Loco”:
• ¡A ver si le dices a tu pinche vieja, que ya no le ponga tanto chile a los tacos! Está bien que a ti te gusten, pero a nosotros no.
• ¡Le voy a decir que me los ponga de dulce!
• ¡No tanto, cabrón! Pero que le baje, tú porque ya estás curtido, pero cuando voy al baño las lágrimas se me salen.
• ¡Entonces no te comas los míos!
El encargado les daba un golpe en la gorra y les decía:
• ¡Ya, cabrones! Ni parecen hermanos.
• ¡Párale!
• ¿Hermano? Mejor perro, si mi jefa hubiera parido a un pendejo como este, mi padre le hubiera retorcido el pescuezo.
El tiempo pasaba, a ellos los cambiaron de mina, trabajaban a 480 metros de profundidad y “La Mosca” como era cochero, lo traían como calzón de mujer mala, para arriba y para abajo. Un día platicaba con “El Camello”:
• ¡Primero Dios, mañana que salgo de vacaciones me voy a mi tierra, tiene más de un año que no veo a mis papás!
• ¡Ahí me saludas a tu Hermana y a tu jefa!
• ¡Y tú a la tuya!
“La Mosca” llegó a Huejutla, con zapatos de minero, bien arreglado, con petaca al hombro. Su vieja iba de tacón alto, vestido largo, muy pintada, la gente del pueblo se los quedaba mirando de arriba abajo y cuando sus padres los vieron, lloraron de alegría.
• ¡Hijo de mi corazón! Pensábamos que ya te habías muerto.
• ¿Dónde andabas?
• ¡En la ciudad de Pachuca! Está mujer es mi esposa, ya está panzona, pronto van a ser abuelos.
• ¡Pásenle, pues!
“La Mosca” no dejaba de platicar
• ¡Trabajo en una mina! Nos bajan a unos agujerotes, donde está muy caliente, se trabaja mucho, pero nos pagan bien, mis compañeros son muy cabrones y maldicientos, a mí me dicen “La Mosca”; hay muchos accidentes en la mina. Pero tenemos hospital y Clínica Minera y si nos enfermamos de chorrillo, tenemos un dispensario médico.
Sus padres abrían el hocico, escuchando con mucha atención lo que les contaba su hijo.
• ¡En la mina nos alumbramos con unas lámparas muy potentes, que alumbran hasta bien lejos! En Pachuca hay mucho camión, carros y mercados, tiene un relojote, que cuando da la hora, se oye en toda la ciudad.
Le dijo la señora mamá de “La Mosca” a su nuera:
• ¿Usted juanita, no habla?
• ¡Así la ven! Pero es re cotorra, cuando llego tarde me regaña y no quiere que me junte con mis compañeros, porque son muy maldicientos, muy borrachos y golpean a sus señoras.
A Juanita le caló la pobreza de aquella gente, se le partía el corazón y pensaba: “Si nosotros estamos jodidos, al lado de ellos, somos millonarios”. El señor vestía calzón de manta hasta los pies con huaraches, un sombrero todo agujerado, mugroso y viejo. La señora traía nagua larga y descalza. Lo mismo que los hijos e hijas. Diario comían tortillas con sal, con chile mordido, de vez en cuando, huevo con queso.
Lo que si no dejaban era su aguardiente. Dormían en un petate dentro de una choza, donde la lluvia el sol y el frío se colaba por todos lados. Llamó a “La Mosca” y le dijo.
– ¡Te deberías de llevar a toda tu familia a Pachuca! Metes a trabajar a tu papá a la mina, que finquen su casa en el cerro de Cubitos, al fin que todos lo hacen.
-¿De veras quieres que me los lleve?
– ¡Sí! Vivirían un tiempo con nosotros, mientras se alivianan.
-¡Le voy a decir!
Al día siguiente “La mosca” le dio la noticia a sus padres, que la recibieron con gusto, el señor no tenía nada, su sueldo que ganaba era de 15 pesos diarios de sol a sol. Contaba con un burro, un puerco, y un chivo. Pero cuando Bonifacio les dio la noticia, de volada hicieron maleta, vendieron los animales y así abandonando todo, don Serafín, y su vieja Crecencia, con ocho chamacos, 5 mujeres y 3 hombres llegaron a Pachuca a vivir en el cerro de Cubitos.
Con el tiempo don Serafín, entró a trabajar en la mina de San Juan
lo bautizaron, en la mina y le pusieron “La mosca Grande”, lo mandaron al mismo contrato y como se trataba de padre e hijo, hicieron una buena pareja, se acostumbró al trabajo en las profundidades, aunque fue difícil, porque él era un hombre de campo.
No se enojaba cuando los mineros le mentaban la madre, porque se las regresaba, hizo buenas amistades; los jefes los estimaban porque eran muy trabajadores y se cuidaban el uno al otro, el señor dejó de tomar aguardiente y le entró al pulque, se lo tomaba como agua al tiempo.
A los meses, con mucho trabajo, el señor fincó su casa, en el cerro y vivía muy feliz con toda su familia, mandó a sus hijos a la escuela, la señora trabajaba de criada, se trajo a sus hermanos, cuñados, sobrinos, primos y tíos y se metieron a trabajar en la mina, algunos como barrenderos en la Presidencia Municipal, todos fincaron, en poco tiempo, en el cerro de Cubitos ya había un chingo de “Moscas”
Una vez mandaron a “La Mosca Grande” a desembarcar una tolva a gran profundidad, se hace con una barreta, y se les mete dinamita. “La Mosca” agarraba la barreta, y “La Mosca Grande” le pegaba, con el marro, por los golpes se les vino la carga, llevándose a “La Mosca Grande” al fondo. “La Mosca” gritaba a todo pulmón:
• ¡Papá, papacito!
Rápidamente, por la reata se subió como chango, como 50 metros, se bajó como loco, corriendo por unas escaleras, abrió la puerta de la alcancía y cayó “La Mosca Grande”. Llorando “La Mosca” lo jaló, le limpió la cara, le sopló en la boca. Desesperado, le aventó a “La Mosca Grande” un bote de agua.
Se levantó hecho la chingada, se sacudió como lo hacen los perros mojados. “La Mosca” brincaba de gusto al ver que a su papá no le había pasado nada. Lo abrazó y le dio gracias a Dios.
La noticia corrió en toda la mina, de la valentía que había hecho “La Mosca”, a la salida le platicaron los ingenieros al capitán y la jefe de seguridad y les dijo:
• ¡Así son las pinches moscas, se hacen las muertas. Y luego, de momento, se levantan.
A las “Moscas” los liquidaron en la mina, luego pidieron chamba en la Presidencia Municipal, como basureros, andaban empujando su carrito de basura. Ellos son muy felices en su mundo.
Formaron un grupo de “Querreques” y se la pasan los domingos tocando y cantando, desde la mañana hasta la noche.
Ya no toman pulque, lo cambiaron por cervezas. En Huejutla, y sus alrededores corrió la noticia, de que sus paisanos estaban bien, y les cayeron como aboneros en quincena, en el cerro de cubitos.
Por su parte, la “Mosca” era muy feliz con su mujer, de 10 años de casados, tenían 9 chamacos y la gallina echada.