Letras y Memorias
• Basta con un instante para obtener una revelación que, si bien ya suponíamos, ahora plenamente podemos confirmar
Intento hacer memoria sobre la última ocasión que con gran ansiedad esperé un 6 de enero y, por ende, el Día de Reyes. No lo tengo muy claro, honestamente pareciera que, conforme pasan los años a uno le deja de crear expectación celebrar esta fecha o algunas más o menos relevantes.
El asunto es que, así como las fechas avanzan e importan un poco o un mucho, de acuerdo a los escenarios que estemos atravesando, lo que sigue quedando ahí, cerca del árbol, es la memoria intacta de los días sencillos y felices, aquellos en donde a las 4:00 de la madrugada, sigilosos salíamos de nuestros cuartos para investigar qué nos habían pasado a dejar los Reyes Magos.
En mi peculiar caso, casi siempre atinaban a regalar una o dos cosas de las expuestas en la carta previamente escrita, lo cual se agradecerá eternamente, pues ante los panoramas económicos, laborales, sociales y demás, esos personajes nunca dejaron de ser Reyes, y mucho menos, Magos.
Ahora que el pensamiento busca trasladarse a esos años maravillosos en donde a uno le permitían ir a la escuela a compartir los juguetes con los demás niños, también resulta necesario y hasta obligado pensar en aquellos que no tenían la suerte de quien les escribe, porque sí había casos más austeros, pero lo mágico de esta celebración normalmente dedicada a las niñas y niños, es que sin importar nada, las sonrisas se mantenían encendidas en todos los rostros de la cuadra o del salón de clases.
Nos parecen distantes esos días ahora que tenemos otras responsabilidades, como pagar cuentas, ahorrar, cumplir con el horario laboral y, claro, armar este periódico para que usted siga pendiente de la Historia de Cada Día. Sin embargo, yace aquí la importancia de ser sensibles ante aquello que en otros años ignorábamos.
Ahora, uno como adulto, con una visión más amplia sobre esta vida, entiende y hasta llora los sacrificios presentados por los míticos personajes que ponían regalos bajo el árbol navideño. Entiende uno que si en cierto momento no llegó a manos nuestras el juguete de moda o el videojuego añorado, no es porque la magia se hubiera acabado, sino por situaciones complicadas; y se valora aún más que pese a esa “falla” en la entrega, jamás le “fallaran” a uno en el pan en la mesa ni en el amor en casa.
Dice la Academia de la Lengua Española (sí, esa institución que suele generar gran polémica), que la definición de “epifanía”, está vinculada a una manifestación o revelación sobre un hecho. Siendo así, pues entonces es esta la epifanía que hoy nos acompaña y, para la cual, su servidor no tuvo que experimentar con algún opioide o alucinógeno. Más bien, aquello que hice fue poner a trabajar la cabeza en todos esos momentos de alegría que viví cuando niño -hace algunos ayeres-, y trasladarlos a las emociones que hoy noto en los más pequeños de mi amplia familia.
La mayor victoria que he tenido sobre esta vida adulta que muchas veces no me deja jugar de nuevo con mis figuras de acción o videojuegos, es poder sentirme niño aún cuando las barbas ya han crecido en este rostro, y cuando los cigarrillos abundan en mis manos. La epifanía de esta jornada me ha revelado que, uno siempre cree en los Reyes Magos, sólo que ahora ya no les escribe cartas pidiendo juguetes, pues en lugar de ello, solicitamos armonía, más paciencia, mucha fortaleza y amor hasta cuando no lo merecemos.
Que me duren muchos años más mis Reyes Magos, y que ustedes nunca pierdan esa sensibilidad que tenían cuando niños.
¡Hasta el próximo martes!
Postdata: Gracias a mis amigos del bachillerato por ayudarme a sentir de lleno esta epifanía, sin esas horas juntos de nuevo, la magia no habría sido posible en estos primeros días de enero.
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