LA GENTE CUENTA
Eulalio despertó de un largo letargo mientras sus labios pegaban con el suelo frío de una de las celdas de la comisaría. La misma frialdad de su celda lo hizo despertar de golpe para darse cuenta de su realidad. Y de pronto, uno de los vigilantes se dirigió, con sorna en su rostro:
-¿Ya despertaste, bello durmiente?
-Pos, ora… -Eulalio se frotó los ojos, incrédulo-. ¿Cómo diablos terminé aquí?
El oficial a cargo se adelantó a abrir la reja y ponerle las esposas al inculpado.
-Tu vieja te está esperando en la sala de interrogatorios.
Caminaron hacia un pasillo estrecho iluminado por una luz difusa y casi débil hacia una especie de oficina, fría por cierto, donde efectivamente María, su esposa, lo esperaba, al igual que el comandante de la policía.
Aún esposado, colocaron a Eulalio de un lado, mientras que su esposa lo miraba de frente, y el comandante se ubicaba a su costado derecho.
-¿Dónde te metiste, hijo de la chingada? –la primera en hacer el interrogatorio fue María, pero el representante de la autoridad la hizo calmarse.
-¿Qué me pasó, que estoy haciendo aquí? –la confusión le hizo que la cabeza le quisiera estallar.
-Mire joven –intervino el comandante-, está aquí porque mis elementos lo agarraron afuera de una iglesia, borracho y bocabajo.
El pobre Eulalio se sobó la cabeza de la pena.
-Bueno, así es el inútil de mi marido, pero no es nada malo, ¿o sí?
La cabeza del comandante giró de forma negativa.
-Para su información, el consumir bebidas alcohólicas en la vía pública está prohibido, pero ese no es el tema. Lo malo es que lo agarraron hurtando la iglesia donde se encontraba…
Eulalio intentó defenderse.
-Oiga, oficial, yo soy una persona honorable. Digo, a cualquiera se le da por tomarse una copitas, pero no soy de los que se les pasan las cucharadas.
-¿Ah, no? –rebatió el policía-. ¿Entonces podría explicar por qué estaba abrazado de la Virgen de Guadalupe cuando lo encontramos?
Silencio total. Ante tal confesión, la pobre de María trataba de borrarse la risa al imaginarse tal escena.
-Bueno… -Eulalio comenzó su relato-, no recuerdo mucho, pero me acuerdo que iba ya para mi casa cuando un hombre de barbas largas y blancas se me acercó a mí y me dijo: “hijo, estas muy mal”.
-Y supongo que lo llevó hasta la iglesia… -preguntó irónicamente el oficial.
-¡Sí! –respondió Eulalio-. Pero el señor, la neta bien buena onda, me dio unas moneditas, y del otro lado estaba una mujer muy bonita, morenita la condenada.
La risa disimulada de María se transformó en un enojo. Quiso fulminarlo con la mirada.
-¿Y después?
-Pues que el viejito la vio, le dijo algo en secreto, y regresa hacia mí, y me dice: vete, hijo. Que Guadalupe te acompañe”.
-¿Y por eso te llevaste una figurilla de la Virgen de Guadalupe?
-Bueno, mi señor. Seré lo que quiera, pero hasta borracho también soy bien obediente.