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La pureza de la vida

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Letras y memorias

    •    Siento que la existencia tiene valores distintos, dependiendo del grado de tristeza que tenga cada individuo en su alma


Guardo en mi cabeza con mucho detalle esa mañana, no existía gran diferencia entre aquel día, y el resto de mis anteriores días. Me desperté con pesadez anhelando desatar mis emociones con algún mortal indefenso, queriendo correr con la brutalidad y libertad de una estampida en la sábana, queriendo jugar a ser un tirano y cruel emperador.
El desayuno fue magnífico: nada. Al menos no mientras salía a desperdiciar un par de horas junto a personas que aborrecía, y que además, ni siquiera conocía y mucho menos me interesaba conocer o volver a mirar. Dos horas fuera de mí pero, ¿qué tanto pueden ser dos horas, si me he sentido fuera de mí durante temporadas más largas y tortuosas? Eran nada. Nada como mi ilusión por respirar una bocanada más, nada, como aquello que habitaba en mi frío corazón y en mi fallecida razón.
La sutileza de la leche y el chocolate me brindaron poderes sobrehumanos que después de todo, no eran más maravillosos que el ladrido de un perro; tanta belleza me rodeaba tanto que no tenía ni idea de qué es lo que debía apreciar. Como ambientación, gritos estruendosos y manotazos, voces roncas y furiosas, todo combinado en un sólo barullo que incitaba claramente a realizar un par de cortes sobre la piel que se jactaba de cubrir las muñecas de ambas manos, o tal vez, la invitación era para cortar un poquito a la altura de la yugular, no lo sé.
Como sea que fuere no tenía el filo del cuchillo cerca. Eso me frustró mucho, sin embargo, después recordé mi enorme cobardía y todos los sentimientos anteriores se esfumaron. Para hacer más cálido mi deseo de respirar tres metros bajo tierra, una serie de pistas musicales empezaron a crear un asqueroso eco en la habitación, la muy fría y nublada habitación. Aquí mi convivencia con aquellos que decían ser mi familia era común y sumamente corriente: compartir alimentos y bebidas. Rezaba porque algunos de estos manjares tuvieran cianuro o cicuta quizás; algún veneno potente y tradicional que en un santiamén me transportara inmóvil al inframundo; ese reluciente lugar del que un tal Jesucristo volvió para hacer su entrada triunfal, ¡cuánta soberbia de parte mía! Yo jamás vencería a la muerte.
Si no he logrado dar un pequeño golpe de autoridad sobre la vida, ¿cómo carajo iba a pasar por encima del momento culminante del ser? Si desde el principio hubiese sabido que venía a este mundo a morir, yo mismo habría enredado el cordón umbilical alrededor de mi cuello y me hubiera ahorrado miles de disgustos, decepciones y tristezas; y sobretodo, me habría ahorrado tiempo y unos cuantos miles de pesos. Aunque, si somos un poco realistas, también me hubiese perdido de miles de placeres y risas, días enteros de besos y fantasía. ¡Qué pánico, Dios!
Esta tristeza y el hueco en el pecho, son peores que lanzar una moneda al aire, hay mucha ciencia en esta cuestión de vivir para morir y morir para vivir eternamente. ¡Qué pesadez! Vaya que causa gran pena no tener motivos para ir hacia adelante, ya ni hablemos de sueños, de musas o amor, todo esto sobra cuando, la elegida, elegía a un nefasto ser inferior por encima de mi gran magnificencia. Todo sobra cuando hasta el oxígeno es insuficiente, cuando el mismo oxígeno mata de a poco.
Mamá siempre decía que los perezosos buscaban la muerte y por supuesto que era la voz de la razón, yo ya estaba cansado de la vida, me daba nauseas pensar en las cosas que tenía por delante. Me horrorizaba pensar qué iba a hacer con mi juventud y cómo serían los días futuros para alguien como yo. La vida me parecía simple y vacía, no daba crédito a lo que me rodeaba; era muy poco para mi. Por más que intentaba ser un buen ser humano y ponerle buena cara al mundo, la Divinidad me golpeaba una y otra y otra bendita vez con tanta fuerza que mis dientes se anclaban al suelo junto a mi roto espíritu.
Pasaba tantos días sobre este, que se me volvió costumbre y me pareció merecido mi miserable lugar. ¡La vida fue injusta, claro que si! Juré tomar mi revancha, pero igual que siempre, mis juramentos eran en vano, hoy podía decir “si” y mañana esa afirmación ya era un “no” rotundo. ¡Cuánta vergüenza!
Finalmente, luego de un muy profundo meditar que estuvo acompañado de desesperación y rabia; opté por la salida difícil y me lancé al cajón donde guardábamos los medicamentos… Me llené de píldoras y tabletas y todo cuanto pude ingerir. Figuras y aromas, colores y sabores, químicos… todos ellos fusionados en un apetecible platillo.
Para que el efecto fuese casi instantáneo, lo combiné con un enorme y suculento sorbo de alcohol, mismo que ya odiaba y que había jurado no volver a tocar. Tristes juramentos, vacíos y fugaces juramentos. Media botella después se hubo consumado mi obra. La bomba no tardaría en detonar y mientras eso pasaba, yo escribiría una carta de despedida al cruel mundo que me dejó esta bella salida.
Para desgracia mía -o suya- no la terminé. Me quedé dormido antes de lo esperado. Mi débil y suturado corazón se rindió así como yo me rendí frente a la vida y, finalmente, dejé de existir materialmente. ¡Cómo me habría gustado seguir muerto en vida! Ya era tarde para arrepentirse. Después de todo, eso jamás se me dio, y si pensaba seguir muerto, prefería que fuese de la forma correcta, de forma pura, hundido tres metros bajo tierra o hecho polvo.
Al final del día y según mis concepciones judeocristianas, polvo era y en polvo me habría de convertir, eso, mientras esperaba la segunda venida de mi Señor para ser juzgado por mis acciones; las más nobles y las más atroces. Siendo franco, amigos míos, siento que desde que morí, pasé de sólo existir, a vivir. Empecé a explotar al máximo mis sentidos y emociones, mis viejos ya no tendrían por qué ni por quién preocuparse, el mismo mundo dejó de sentirse atraído por mi poderoso magnetismo de tristeza, soledad y pena.
De cierta manera, redimí al mundo. Insisto, si hubiese sabido lo placentero que es estar muerto mientras se espera la Resurrección, hace años que me habría ido a la sala de espera a convivir con los valientes que pelearon esta guerra existencial; desde entonces soy tan feliz que todo el bendito tiempo estoy helado, así como muerto, pero ahora muerto de forma correcta y pura. Muerto heroicamente.
Soy tan feliz, que si la Providencia me diera la bendición de vivir de nuevo, sin dudarlo, amigos vivos, moriría desde el primer instante, pues descubrí que sólo así es como me siento vivo.

Postdata: Este texto en vísperas navideñas, representa un testimonio ficticio de aquellas acciones que orillan a alguien a despreciar su vida aún cuando sonríe por las calles; jamás nos dejemos llevar por una mirada porque el corazón puede hablar un idioma distinto.
¡Hasta el próximo martes!
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