LAS OTRAS NAVIDADES

FAMILIA POLÍTICA

“Estamos a casi 12 meses de haber
brindado por un año mejor, en el que
prometimos adelgazar, enamorarnos
 y progresar. Y aquí estamos: gordos,
solos y pobres, como siempre”.
El Grinch.

La distinción abismal entre los conceptos: Dios y Religión, es casi desconocida en el ámbito católico, apostólico y romano, que circunda nuestra realidad. Aún entre personas con cierta cultura general y presumible formación ritualista; esta diferencia puede ser fuente de discusiones, porque hay quien tiene su fe puesta en Jesús de Nazareth, la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo, la Santa Muerte o cualquiera de los seres que por alguna razón alcanzaron la canonización, según los mandatos institucionales cuya sede se encuentra en El Vaticano o en la consagración popular. Comprobados creyentes, incluso cercanos al fanatismo, se niegan a ir a misa, confesarse o comulgar, por el gran desprestigio que arrastra la Iglesia, desde sus históricos excesos que se plasmaron en la quema de brujas de la Santa Inquisición, hasta los escándalos de pederastia, complicidad y corrupción que caracterizan al alto clero de nuestros días; más aún si a éstos se suma la labor de nuevas sectas y corrientes de orientación metafísica, pretendidamente cristiana o de angelical inspiración esotérica.

Sea como fuere, el ambiente que los medios y la propia sociedad generan en estas fechas, predispone a que, con pretextos espirituales, la inmensa mayoría vayamos a festividades espirituosas, a la pachanga, al convivio laboral, familiar, social, religioso… Aunque es proverbial el maratón Guadalupe-Reyes; apenas llega el mes de diciembre, el espíritu festivo se apodera de nuestros espacios y se manifiesta en cualquier lugar. A la menor provocación surgen las felicitaciones y los abrazos; los brindis se ponen a la orden del día; se intercambian obsequios; se entrecruzan saludos por internet (antes eran tarjetas impresas) y redes sociales: frases, muñequitos alusivos, fotografías, videos, bendiciones, buenos deseos hacia los demás. Todos sentimos, a veces, verdaderos deseos de ser mejores, aprovechando el cambio de año.

Las peregrinaciones obstruyen calles y carreteras; los cohetones no dejan dormir y por donde quiera se escuchan las notas tiernas de las Campanitas de Navidad, Los Peces en el Río y el diálogo entre La Guadalupana y Juan Diego, quien debe cumplir el divino deseo de erigir un santuario en El Tepeyac, para Guadalupe Tonantzin. Inmediatamente después irrumpen con sonora energía las pre posadas y las posadas con sus ritmos tropicales y rocanroleros, que culminan solemnemente en un canto colectivo, el día 24 de diciembre: “Noche de paz, noche de amor…” ¿Cuánta gente sabrá que la Navidad tiene para los creyentes, un gran significado, más allá de curarse la cruda? Así, por inercia, se llega al año nuevo: continúan los abrazos, brindis, buenos deseos… aunque crece la nostalgia al acercarse el 6 de enero. El reencuentro con la realidad es terrible: estragos acumulados por muchas horas de excesos; aguinaldo que llegó y se fue con más pena que gloria; empinada cuesta que conduce al Montepío.

Inmersos en esa ficción “fifí”, los miembros de los estratos sociales, de medio para arriba, poco o nada reflexionamos para darnos cuenta de que existen realidades diferentes, dolorosas, injustas… lejos, muy lejos del idealismo religioso: los mundos “chairos” de los desposeídos; de aquéllos que no tienen para llevar a sus hogares (cuando tienen hogar) ni una modesta cena, ni un motivo real para festejar.

La miseria camina de la mano del analfabetismo bíblico, aunque la televisión proyecte la ilusión de ser “Totalmente Palacio”. Las iglesias se llenan de rezos aprendidos de memoria, desprovistos de voluntad para fortalecer los nexos con la divinidad; esencia de toda religión, ya que los orígenes etimológicos de la palabra “religare”, son las voces latinas “re”, volver y “ligare”, unir; esto es: retomar la unión primigenia del alma humana con la esencia de Dios.

Se reza en los templos, en las calles, en los hogares… pero en la mayoría de esas plegarias está ausente la esencia de la oración. No es lo mismo rezar que orar.

Las reminiscencias que duermen en el inconsciente, despiertan ante el murmullo de las voces que, bajo la invocación de toda la corte divina; en cánticos y letanías que tienen el pragmático propósito de hacerse escuchar por las potencias celestiales, para sensibilizarlas de recibir la lastimera oblación, cuyo precio es devolver a los suplicantes, miembros de su grey, los más inverosímiles favores, milagros y otras sensaciones de iluminación sobrenatural.

Aquí están los recuerdos: el peregrinar de La Sagrada Familia durante dieciséis noches, de una casa a otra, moradas que honran a sus dueños al recibir a tan ilustres personajes. De la paupérrima sociedad rural de mis ancestros, supervive la monotonía de las palabras colectivas de imploración que comienzan y terminan al mismo tiempo, en rápida y mecánica oralidad; todo esto, antes de culminar cada posada, con humildes jarritos de atole o café: no había para más. Salvo muy contadas excepciones, La Nochebuena pasaba por las familias sin cena y sin gloria.

Aún no terminaba la segunda década de mi vida, cuando escribí:

                                                           MONOTONÍA
                                                       
Canto de letanía,
monorrítmico y triste;
rezos en noche fría
de un diciembre que viste
ropaje de alegría.

Nopal discriminado:
tú no tienes esferas
de lujo elaborado,
el pobre, en sus quimeras,
lágrimas te ha colgado.

Navidad esquelética
de ramas de mezquite;
de pobreza profética,
de mística antiestética,
de mísero convite.

Tierra del Mezquital:
nunca serás paisaje
de níveo cuadro ideal;
tu navidad salvaje
es siempre, siempre igual.

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