¿Por qué la gente se bañaba cada 8 días?
El aseo diario, por más cotidiano que parezca, refleja las desigualdades en el acceso al agua
Llevaban el traje más viejo que tenían, con el cuello de la camisa subido hasta las orejas y los zapatos desabrochados, sin calcetines, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón y bajo el brazo, el paquetito de ropa limpia envuelta en periódico.
Era una escena típica de las mañanas sabatinas en la Ciudad de México, cuando los capitalinos acudían a las regaderas públicas para darse el “remojón” semanal. Iban una vez a la semana, porque bañarse con agua caliente cuesta y las casas apenas tenían letrina.
Esto se entendía como un mal hábito de las clases bajas, pero era un indicador de desigualdad.
El reportero Ariel Nafarrete narraba en sus crónicas el peregrinar por los baños públicos de la ciudad. Ocurrió en 1922, pero es una realidad que se mantiene en este siglo. Después de una hora de aseo las personas salían con las caras rojas por el agua caliente, la piel de las manos arrugada y con un apetito “de todos los diablos”, escribió.
Era momento de tomar “un toniquito”, que podía ser un chupito de tequila o una gelatina para quienes no bebían alcohol. “Yo recuerdo de un compañero mío de periodismo, excelente muchacho, activo, inteligente y correcto que pertenecía a la numerosa legión de los que nada más en su sábado o domingo se dan su semanario remojón”, decía Nafarrete.
Narró que el muchacho llegaba al trabajo con su ropa limpia envuelta en periódico, asegurando que prefería no asistir a misa con tal de bañarse una vez a la semana. “Mientras él trabajaba a mi lado, tenía que usar una de aquellas mascarillas que inventaron durante la guerra, contra los gases asfixiantes […] Y todo esto sucede porque el gobierno no obliga a los propietarios de casas que pongan en ellas baños bien acondicionados”.
El aseo diario, por más cotidiano que parezca, refleja las desigualdades en el acceso al agua. Su abastecimiento como servicio constante e ininterrumpido, es relativamente reciente en México. Para el doctor Raúl Pacheco-Vega, académico del Centro de Investigación y Docencia Económicas, “no hemos evolucionado en cien años. [Hoy] tenemos instrumentos jurídicos como el derecho humano al agua, con firmas de acuerdos internacionales, pero seguimos cometiendo los mismos errores”, afirma en entrevista.
El agua es un bien social y cultural, no sólo económico. Además, es un recurso natural limitado, fundamental para la vida y la salud. Por otro lado, el saneamiento básico es entendido como el derecho a eliminar higiénicamente las excretas y las aguas residuales, y tener un ambiente limpio tanto en la vivienda como en las proximidades.
Pero no basta con ponerlo en el papel, dice Pacheco-Vega. “Se trata de cómo desarrollamos infraestructura para poderlo implementar en la realidad. Y la forma de hacerlo es mediante un nuevo diseño institucional a través del cual la federación asigne apoyo a los municipios como parte del presupuesto”.
En 1923 autoridades capitalinas abrieron baños gratuitos cerca de los mercados. “Estos baños facilitarán a la clase humilde su aseo personal, que de otra manera le es tan difícil, por carecer de elementos para ir a un baño donde tienen que pagar”, dice una nota publicada en este diario.
Mientras este sector apenas tenía dónde lavarse, otro interpretaba el momento del baño como “el más conveniente, el más completo”. Una nota de 1924 dice: “El baño es abstracción de la mente, es como un examen de conciencia bien hecho. Nos muestra nuestros defectos y nos arrepentimos de ellos. Nos reconciliamos con nuestro verdadero yo”. Dos lecturas distintas sobre el mismo hecho en la misma época.
Hoy tenemos conceptos como escasez, inseguridad y vulnerabilidad hídrica para explicar las desigualdades por el agua. Fue el 8 de febrero de 2012 que se elevó a rango constitucional el acceso al agua y saneamiento en México. Tener un retrete y suficiente agua limpia para las necesidades diarias es un derecho humano.
Hasta 2006 un habitante de Lomas de Chapultepec consumía 63 veces más agua que alguien en la periferia de Ecatepec, pero este último pagaba diez veces más por ella.