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EL FUEGO SIMBÓLICO  

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Cada día 8 de febrero se festejaba el aniversario del Centro Social Deportivo Pachuca, que era el lugar de todos los trabajadores de la Compañía Real del Monte y Pachuca, tenía miles de obreros de todas las minas como socios y ahí se podía hacer deporte como juegos de salón, básquetbol, voleibol, frontón, lucha libre, atletismo, tenis, excursionismo y alpinismo.

Los trabajadores de la mina de San Juan Pachuca, habían formado un grupo: “Club Alpino Mineros de San Juan” entre ellos estaba Lorenzo Ángeles, Luis Dimas, Andrés García y algunos más, pero todos estaban unidos al Club Alpino Comando Halcones, formados por Santiago Alberto, Luis y Félix (léase, los hermanos Castillo) de distintas minas, todos eran grandes escaladores.

Cada año nos juntábamos para prender el Fuego Simbólico en la cumbre de una montaña, traerlo a pie y entregarlo en las profundidades de la tierra (La mina) a un Atleta, que lo llevaba corriendo a las instalaciones que se encontraban en la calle de Belisario Domínguez.

Una vez, ya se había bajado de diferentes montañas: los Frailes, El Dromedario, Peñas Cargadas y  de muchas otras partes, pero ahora se había decidido a escalar la roca del Corazón y entregarlo en la mina de San Juan. Muy entusiastas, lo apoyamos y los encargados recibimos la antorcha, que se iba a entregar; el tiempo estaba como ahora, hacía mucho frío y a veces lloviznaba.

A las 5 de la tarde salimos por el barrio del Arbolito, tomando la carretera que nos llevaba por la mina de San Buenaventura, El Cristo y La Magdalena, para salir al pueblo de Cerezo y tomar el camino llamado Tumba Burros, para llegar al Valle de las ventanas. Íbamos Alberto, Félix, Francisco, Benjamín, Luis dimas, Lorenzo Ángeles, Rafael Pérez, y otros más.

Llegamos al Valle del Corazón como a las 7 y media de la noche del sábado, en el camino ya habíamos planeado que el guía en el escalamiento iba a ser Francisco Castillo; el ayudante, Luis Dimas y de retaguardia iba Lorenzo Ángeles, en lugar de tienda de campaña, llevábamos una lona como de 3 metros cuadrados y en el centro del valle, nos íbamos a quedar. El frío no nos dejaba casi mover, tuvimos que cortar de un árbol una garrocha para pararla, poniéndola en el centro y con cuerdas y lazos, la amarramos de los lados; todos buscamos un lugar, al final, apenas cabíamos y nos hicimos bola para soportar el frío.

Eso sí, íbamos bien armados, tres de ellos con botellas de tequila, ese nos lo tomamos como charros: a tragos, comenzó a caer una llovizna, y nos juntamos todos, platicando y contando cuentos, estaba programado que  el escalamiento seria a la una de la mañana, y después había que irnos caminando para llegar a las 8 de la mañana.

Todo nos fue mal, por lo encogido que estábamos, nos daban calambres, ni el tequila nos quitaba el frío, ya había oscurecido totalmente, seguía nublado y no faltaba algún mamón que nos contaba un cuento, como lo hice yo:

“Un día estaban escalando unos alpinistas, en una montaña muy alta, lo hacían con cuidado, pero el tiempo estaba lluvioso, al pasar de un lado a otro dijo al guía:

  • No puedo pasar al otro lado, no alcanza el cable.

Le contestó uno:

  • Desátate

Se resbaló y se cayó. Se vino abajo como 15 metros y quedó atorado, pero el suelo estaba a unos 80 metros, el guía escuchó el golpe y el grito, pero no lo podía ver porque había caído cerca de una grieta, le dijo que tuviera calma que le iba  a aventar la punta de la reata y así lo hizo, le dijo que le llegó pero no podía amarrarse, porque tenía las manos quebradas.

Le dijo:

  • Acomódate o trata de hacerlo lo más que puedas y con la boca muerdes la reata, desde aquí te vamos jalando, ¿entendiste?

Le contestó:

  • Sí.

Poco a poco lo fueron subiendo hasta que vieron que iba a llegar junto a ellos, para darle auxilio, el guía le dijo:

  • No vayas hablar.

Le contestó:

  • ¡No!

Todos soltamos la carcajada, que fue interrumpida por unas pisadas, muy fuertes y un grito que creo que se escuchó hasta Pachuca, algo pesado pasó arriba de nosotros, de un momento a otro quedamos al intemperie, distinguimos a lo lejos la lona, que se movía de un lado a otro, y luego los lamentos de Benjamín, parecía que algo lo había pisado y se le había fracturado la quijada, pero aún así podía llorar y gritar.

Tomando el mando les dije:

  • Vamos a jalarlo, lo arrastramos de espaldas cerca de donde acaba el valle, así lo hicimos, porque no encontramos las lámparas por la oscuridad, y luego el miedo de ver cómo se movía la lona, que por la oscuridad parecía que flotaba como un fantasma, se acercó un poco a nosotros y todos corrieron para ponerse a salvo, me quede con Benjamín y mi hermano me dijo:
  • ¿Como le vamos a hacer? Mira la lona, se mueve de un lado a otro, pero en un solo lugar como si estuviera parada y ahí tenemos todo el equipo y las lámparas.

Les gritamos a los demás compañeros para que se juntaran, pero había una barranca y ya algunos habían caído en ella, les dije que no se movieran, íbamos a esperar que amaneciera, pero apenas  era las dos de la mañana.

Todo se había juntado: el frío, el miedo, la oscuridad, y de vez en cuando algunas gotas, más el movimiento de la lona.

Me dijo mi hermano que el herido se había desmayado, y le dije:

  • ¡Vamos a jugárnosla a ver qué es lo que tiene la lona!

Poco  a poco nos fuimos acercando y estando a unos metros, nos dimos cuenta que era un toro, que tenía la lona clavada en sus cuernos, le dije:

  • Vamos a quitarle la lona para que se vaya.

Al jalársela, el animal se espantó y corrió, llevándonos arrastrando por el valle, me gritaba mi hermano:

  • Suéltala.

Así lo hicimos el toro se la llevó.

Chocando entre los árboles y jugando al cieguito, encontré una lámpara, y con ella, las demás. Fuimos por nuestros compañeros y nos volvimos a juntar, les dije:

  • En lo que quedamos, los que van a escalar háganlo, nada más tres, prenden el fuego en la cumbre y se bajan, nosotros vamos a tratar de quitarle la lona al toro y a hacer una camilla y llevarnos a Benjamín, vamos a seguir la carretera y los esperamos en el Valle de las Ventanas, vamos a cortar camino, tenemos que irnos por carretera.

En eso, volvió en sí Benjamín porque se quejó, le dijimos que se callara, que eran las 3 de la mañana, cuando llegamos al Valle de los Enamorados, le dije a mi hermano que se fuera corriendo por la carretera, pegado a la orilla y pidiera auxilio porque ya no podíamos llevar cargando al herido, estaba tan pesado que parecía que había comido piedras.

Lo que más nos interesaba es que llegara el Fuego Simbólico a su objetivo, le cortamos por el Valle de las Ranas para salir a Cereso y al llegar, buscamos al policía del pueblo, quien pidió una ambulancia para llevarse a Benjamín al Hospital Civil, yo me quedé con él, mandé a los demás a que fueran a buscar a los que llevaban el Fuego Simbólico, al pasar el tiempo operaron a Benjamín, y salí del hospital a las tres de la tarde.

Encontré a Domingo Bustamante, que era el presidente del deportivo, quien me felicitó por llevar la antorcha con los demás y dar principio los juegos, llegué a mi casa y me quedé dormido, fue cosa increíble, me dormí 48 horas corridas y no olvido esa gran aventura; agradecí a todos los que participaron, que jamás se presentaron a bajar un Fuego Simbólico.