RETRATOS HABLADOS

* Cuando el poder desprecia la palabra

Por alguna razón desconocida, otorgamos atribuciones casi mágicas a la política y a quienes la ejercen, que con frecuencia son los políticos. Nos aseguramos de no estar cerca del territorio exclusivo para sacerdotes y sacerdotisas practicantes de misteriosos rituales, mediante los cuales hacen uso del poder que emana de los cargos públicos sin caer en su embrujo para salir indemnes luego de un periodo de gozo, sufrimiento o simplemente cumplimento del mandato otorgado por el voto popular.
    Fuimos sin duda felices en nuestra inocencia de pensar que seres únicos y dignos de ser casi semidioses vivían en ese monte Olimpo por el tiempo que les era asignado; cumplían divinamente son su misión para después regresar a ser mortales sin resabio alguno de su estancia en tierras de la divinidad.
    Después nos hartamos de haber aceptado la historia que nosotros mismos inventamos de la existencia de semidioses, al descubrir que muy lejos estaban de esa condición y por el contrario la piel terrenal los había llevado a cometer actos solo propios de quienes creen que el dinero es la felicidad, cuando de todos es conocido que tan solo es vanidad.
    Así que muy al estilo de lo que siempre hacemos en esto de la política a la que detestamos pero sabemos que es base de toda sociedad, convocamos a las tribus errantes para encontrar a quien pudiera subir al Monte Sinaí para recibir las nuevas y relucientes Tablas de la Ley, y de este modo poner orden entre personajes que formados esperaban la oportunidad de recibir los poderes mágicos que otorga el voto.
    Iluminado por el propio dueño del Monte Olimpo, supimos que no habría poder humano que detuviera su carrera al triunfo absoluto y aplastante, y a la recuperación de la dignidad en el ejercicio de la política, porque un escudo de honestidad le serviría lo mismo para petrificar a Medusa, que espantar al desastre que en seguridad vivían los mortales.
    Trampas, obstáculos, escenarios fabricados para llevarlo a tropezar le hicieron nada, y su capa color púrpura ondeó cual bandera a su paso. Invencible, único como el Pelida Aquiles caminó su primer año con paso áureo sin cambiar un ápice su rumbo. Todos al unísono elevamos clamores por los tiempos buenos que habrían de venir.
    Hasta que una mañana de las muchas en que gustaba dialogar con la gente que pregunta, la piel de mortal le impidió hacer de la serenidad y humildad la guía que siempre lo acompañaba, para ceder a la tentación de la soberbia y la fatuidad. Y al poeta que es voz única en los campos de las ideas, ofendió de la manera más baja, la que nunca en toda su historia hubiera tomado el atrevimiento de usar. No dijo que se negaba a recibirlo para escucharlo. No le cerró la puerta. Simplemente se remitió a recitar: “¡qué flojera!”.
    Desconocido para todos, igual los que seguían sus pasos desde siempre, cambió su faz y su rostro empezó a transformarse, a ser otro, paso a paso igual al de aquellos que con histórica lucha logró echar del poder, ahora no sabemos si para siempre.
    No solo despreció la voz del poeta sino el sentir más honesto,  menos interesado en otra cosa que no sea que el país encuentre por fin la paz que se merece. Despreció además al padre que perdió a su hijo, asesinado de la manera más vil y miserable en tiempos que la palabra dejó de tener sentido y valor.
    Despreció la palabra, y quien lo hace, tarde o temprano se pierde, y se pierde para siempre.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPerlata

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