¡Te veré después!

LETRAS Y MEMORIAS

Dedicado para el primer superhéroe que conocí; uno tan grande como su sonrisa y tan espectacular como sus fuerzas

Bárbaro sería que esas personas a quienes amamos, nos duraran por siempre. Que permanecieran intactas en esta vida, así como permanecen intactas en nuestros recuerdos luego de uno, dos, tres o 16 años desde su partida.

Abriendo pues, una nueva columna, quise aprovechar el espacio y la nostalgia para celebrar a quien cuidó de mí cuando mis padres no pudieron hacerlo, a quien puso las fuerzas restantes en su cuerpo para batallar incluso cuando la lucha ya la tenía perdida, gesto muy típico de los héroes de cómics.

Mi héroe no tenía capa, tampoco un ajustado traje de combate ni volaba por el cielo. Mi héroe fue más bien un hombre ordinario que hizo cosas extraordinarias cuyo mayor poder fue amar sin condiciones, y ser fuerte hasta que la edad le hizo mella en las manos y los pies; mi héroe llevaba siempre un sombrero para cubrir su cabeza medianamente pelona y debajo del espeso bigote, esbozaba una sonrisa en todo momento. 

Alejandro Márquez consintió mis caprichos de niño como si su vida dependiera de ello, y además me enseñó a trabajar y ser paciente antes de que siquiera entrase al jardín de niños. Él me enseñó a disfrutar los pequeños detalles de esta vida porque un día estamos y mañana, tal vez ni los Dioses sepan nuestros destinos…

Y aun cuando ya han pasado 16 años desde que adelantó su camino con rumbo a las estrellas, en quien les escribe el recuerdo permanece fresco, sobre todo en esas noches frías donde todos necesitamos un apapacho y la seguridad de que si el mundo se derrumba, tendremos a alguien sosteniendo los sueños nuestros.

Han pasado 16 años y se siente como si ese lapso fuera menor, y es que hay ocasiones en donde la mirada mía se abre como si algo fuera mal. Se siente un crujido en las costillas y entonces uno recuerda que la noche anterior estaba soñando con la vida propia y, de la nada, ya ha despertado y está la muerte enfrente, cerca de aquí.

Al afrontarlo, no sólo yo, sino cualquiera que sepa la pesadez de este evento propio de la naturaleza humana, entenderá este sentir: Te sientas en una escalinata, te encoges y lloras y pides que vuelva quien se fue, y no entiendes cómo es que funciona el mundo; cómo son los designios divinos que con toda crueldad te hacen pasar por un trago nefasto.

Recuerdas unas manos ásperas y con signos de vejez en ellas, recuerdas unos cabellos claros y una mirada de fatiga pero con el amor estallando en las pupilas. Y te aferras a que el soñador que ha despertado a la nueva vida te abrace y te haga sentir en calma cuando tú por dentro ya estás roto hasta las arterias. Quieres que esté de nuevo, que se quede un rato más, que te lleve si es posible.

Quienes ya han sufrido por esta causa, sabrán de lo jodido que uno acaba: Te aíslas un rato y pasas los días y las noches extrañando a morir. Regresas a donde eras feliz y notas que tu felicidad no está más, pero que dejó su semilla en ti, en tu nombre y apodo, en tu comida y en un llano, en un árbol y en fotos. Seguimos rotos pero alguien desde algún lugar, toma hilo y aguja y nos cose, nos remienda con dulzura, con paciencia.

Y entonces tomas algo de aire y sales al jardín y fumas. Miras al cielo y está ahí, entre nubes o estrellas; es una nube o la galaxia entera. Es una flor que sobrevivió al cambio de estación y es el camino que caminas a diario. Y entonces suenan canciones que son sedantes del dolor pero que, irónicamente, nos lastiman con su ruido; nos duele no tener de nuevo esa voz, no sentir su dulzura en los oídos.

Recordando a mi abuelo y sus cuidados, sólo puedo tener en mente la seguridad y amor que sentía estando a su lado. El misticismo que no comprendemos toma partida en el juego: Alguien te sujeta para que sientas una mano cálida aunque sea a la distancia. Y te gusta ser sujetado y sujetar. Te conforta un poco saber que hasta el universo muere luego de soñar, de estar vivo. Te da relativa calma recordar el suspiro que es la vida humana, amando y llorando, gozando y penando, riendo y creciendo. En ese suspiro escribimos historias y coleccionamos memorias. Somos lienzo y la mano del artista.

Y luego de 16 años mirando al cielo, sólo me queda la certeza de que mi ángel guardián ya no me espera en la cama, ni me invita a sentarme en su regazo mientras cuenta maravillosas historias. Mi ángel guardián, tu ángel guardián, se hizo brisa y está por todos lados, en cada imagen que captura y procesa tu pensamiento. Y así nos despedimos del sueño llamado vida, del sueño de alguien más, porque irremediablemente el nuestro continúa. Porque después de que alguien se nos va, nos tornamos en un ser nuevo: Somos belleza y gloria, somos la bendición de quienes se quedan, la alegría de otras vidas: somos ahora arte.

¡Hasta el próximo martes!

Mi correo: esma.odh@gmail.com
Twitter: iam_theoz

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