RELATOS DE VIDA
Indudablemente era tarde, en anteriores años el papel picado, la flor de cempasúchil, veladoras, nueces, pan de muerto, y las pequeñas probaditas de comida ya habían sido compradas para poder arreglar el altar y esperar la llegada de los familiares que se adelantaron al más allá.
Aunque aún era muy pequeña para preocuparse a tal magnitud, Paty cuestionaba a su mamá sobre las compras, argumentando que estaban muy atrasadas y tenían que arreglar la ofrenda para recibir a sus bisabuelos, abuelos y a sus pequeños hermanitos que no llegaron a nacer, pero que sabía que los visitaban para tomar la leche que no llegaron a probar.
La cantidad de trabajo acumulada por la madre, le dificultó iniciar las actividades anticipadamente, sin embargo ya contaba con las imágenes de todos sus difuntos para proceder a su arreglo con hojas de colores, labor que también emprendía la pequeña.
Llegada la noche, madre e hija iniciaron el ritual de colocar cada uno de los elementos de la ofrenda, iniciaron pegando el papel picado en la pequeña mesa del centro, después el lavado de las manzanas para ponerlas sobre un plato mientras Paty, estratégicamente, ubicaba las fotos.
Continuaron situando las nueces, un plato con pan de muerto, un vaso de agua; dos caballitos, uno con tequila y el otro con rompope; dos vasitos con leche, ramitos de flores, un par de veladoras, y una cruz de sal.
A pesar de la tardanza en las compras y las apuraciones, la ofrenda quedó lista; después de un rato de observarla pacientemente recodaron las anécdotas con cada uno de ellos, se despidieron para ir a dormir orando antes “esperemos que les guste la comida y en general la ofrenda, pequeña y humilde, pero de todo corazón, siempre en nuestra mente y corazón”.
Después de unas horas, Paty se sentía inquieta, sabía que algo había olvidado aunque aún no sabía lo que era y de repente se acordó, los cigarros de los abuelos y las sonajas que hace un año había comprado para sus hermanitos.
Se levantó sin avisar a su mamá, buscó en su clóset los juguetes y en la bolsa de su madre una cajetilla de cigarros de la que sustrajo dos; caminó segura al altar sin encender las luces, sabiendo que las veladoras estaban prendidas y podría ver con claridad su camino.
Ya al final del pasillo y a unos cuantos pasos del altar, observó a unas cuantas personas paradas alrededor de la ofrenda, los bisabuelos con sus caballitos de tequila y rompope brindando, las abuelas con el pan y las manzanas; y sus pequeños hermanos como dos angelitos suspendidos entre ellos, y aunque nunca los conoció, sabía que eran ellos porque tenía la mezcla de rasgos de sus padres.
Paty no podía creer lo que estaba viendo, aun así guardó compostura, esperó, los observó detenidamente, al final de cuentas tenía mucho tiempo que no los había visto y los extrañaba; después de un rato más, caminó lentamente hacia su cuarto y se acostó.
Al despertar, se levantó y se dirigió al altar, no se notaba ningún movimiento, nada fuera de su lugar; fue a su habitación y tirados a un costado de su cama, estaban las sonajas y los dos cigarros; consternada se sentó al filo de su cama, no sabía si había sido un sueño o sólo producto de su imaginación.