Amores castos

DE CUERPO ENTERO

    •    Amelia tiene 76 años y desde hace más de 20 quedó viuda, sus hijos emigraron a los Estados Unidos y casi nunca tiene noticias… 


El incienso envolvía el ambiente, llegaba a todas partes y siempre hacía sentir un entusiasmo redoblado por la devoción, y por mirar con firmeza los ojos con bondad del viejo y gran crucifijo de la parroquia. Amelia era la primera en llegar y la última en abandonar el recinto; todo mundo sabía que la misa empezaría pronto cuando veían que Amelia, con su caminar cansino, cruzaba el parque, siempre con la mirada al piso y un chal azul daban la impresión de que siempre estuviera rezando.
    No se podría imaginar la misa de siete de noche sin la presencia en primera fila de Meli, es por eso que hoy que el incienso invade por todas partes, así como su voz de soprano al cantar del credo, ha provocado que las decenas de parroquianos asistentes vuelvan la vista azorados porque sienten que algo está cambiando.
    Amelia hoy no ha podido cantar como siempre, aunque se ha esforzado con la fuerza que da el alma; siente que solo le sale un hilito de sonido, que cuando más insiste más le provoca un terrible miedo, por percibir que dejará de ser la Melita que todos asisten y consienten si su voz se va, seguro su vida lo hará a corto plazo.
    Amelia tiene 76 años y desde hace más de 20 quedó viuda, sus hijos emigraron a los Estados Unidos y casi nunca tiene noticias, le han platicado que el menor ahora mismo se encuentra alistado en el ejército americano en mares muy lejanos, y aunque no deja de encomendarlo a la Virgen de Guadalupe, muy en el fondo se siente preocupada porque a veces ya casi ni se acuerda de él. Melita solo tiene cabeza para pensar en su voz que se está acabando, y en esa terrible culpa que le arranca en pedazos su corazón enamorado.
    Don Norberto no solo ha sabido pasar desapercibido en las misas de siete, sino que así también, se puede decir que lo ha hecho en toda su vida. Si hubiera una forma de ejemplificar la rutina, los días y los meses de Norberto lo plasmarían con excelente maestría. Su mujer lo ignora, sus hijos lo detestan, y el mismo pueblo nunca lo ha tomado en cuenta; muchas veces él ha soñado con una comisión que el Sr. Cura le indique para la Semana Santa, pero como si no existiera lo brinca, para recaer nuevamente en los mismos de cada año. Norberto disfruta mucho de la voz chillona de Amelia, y desde que se dio cuenta que sus sonoros cantos se rompen antes de salir, ha sufrido una culpa que quiere destruir.
    ¡Es por mi culpa!, se dice sin reparo.
    Un domingo caluroso del mes de mayo, cuando el verde de los campos se descompone en diversos tonos, cuando las lluvias sorprenden con pequeños ríos que cruzan las calles, cuando el canto de cientos de pájaros cruza los cielos con rumbos alocados, Amelia vivió una gran experiencia de amor. Casi por casualidad al salir de la iglesia que estaba preparando para el rosario del mes de María, se encontró de frente a Norberto; como todos, quiso pasarlo de frente, pero con esa fuerza que da el corazón por las hormonas dormidas de hace tiempo, descubrió a un hombre que le pareció atractivo, y aunque al caminar usaba un bastón casi tan viejo como el campanario del templo, no pudo evitar empezar a hablar y a escucharlo con tanta atención que hubo un momento que sintió que la luz de la tarde le penetraba por los poros, ahora abiertos por el amor.
    Desde entonces, por esas casualidades provocadas en forma “indecorosa”, todos los días se detenía un poco para platicar, para recordar esos viejos tiempos del pueblo, las vidas de sus hijos y el clima caliente de la tarde. Justo cuando los arreglos del templo se acentuaron por ser el día último del mes de mayo, y cuando la iglesia tendría que adornarse con claveles blancos y rosas de un rojo encendido, y cuando el incienso con su olor penetrante invadía sacudiendo las fuerzas de las entrañas, Norberto atrapó a Amelia y sin darle tiempo la besó en la boca, la estrechó tan fuerte que tuvo miedo de romperle alguna costilla, y muy suavemente le acarició el cuerpo.
    Justo en el mismo lugar donde todas las tardes canta Melita, se acurrucó con Norberto disfrutando y sintiendo como hacía muchos años no había vivido jamás. Sus suspiros se mezclaban con el incienso travieso que no se iba, y el miedo de inicio se convirtió en pasión que justamente ahora se podría decir, solo Dios veía.
    Desde entonces han buscado otros espacios para sus cuitas de amor, y al no poder y no encontrar, solo el templo los ha recibido con bondad y con decoro.
    Desde entonces Amalia es dichosa, su caminar se ha vuelto más enérgico, y aunque sigue con la vista al piso, irradia felicidad y dicha. Sin embargo, ambos han creído que Dios no está a gusto porque su voz se le ha ido, y cuando intenta cantar como un jilguero, solo un hilito de voz se le escurre por el templo, y aunque Norberto se sienta muy lejos por la culpa, ambos asumen que son sus pecados los que le cortaron para siempre su linda voz.
    Amalia no volvió a cantar, y aunque sufre por una culpa que no logra destruir, solo espera las tardes de la misa de siete y del rosario que invariablemente encabeza, buscando acomedida ser la última en dejar el tiemplo. A cada momento siente muy cerca los ruidos tormentosos del corazón de Norberto y cuando la pasión se enciende, ha descubierto que la voz le regresa con intensidad redoblada.
    Así son los caminos amorosos de Dios.

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