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UN INFIERNO BONITO

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“EL ENANO”

En una de las vecindades grandes y viejas del barrio de La Palma, por la calle de Observatorio, subiendo por el callejón de Manuel Doblado, que colinda con las faldas del Cerro de San Cristóbal, en una vecindad a punto de derrumbarse, doña Inés estaba en chinga loca, en pleno rayo de Sol, lavando un montón de ropa de todos sus hijos.

El sudor le escurría por la cara y a cada rato se lo limpiaba con el dorso de la mano. Ponía las dos patas firmes en el piso y se movía para adelante repetidas veces, dándole duro y macizo, tallando la ropa. Llegó una de sus vecinas, con varios costales de ropa, y le preguntó: ¿Ya mero termina, Inesita?

¡Qué va! Pinches escuincles, nada más se les va en jugar y se andan revolcando en todos lados, dejan la ropa más sucia que un mecánico.

Iguanas ranas pasa con los míos. Eso es cosa de nunca acabar. ¿Qué va a hacer de comer?

¡Ni sé! Ya es muy tarde y no puedo ir al mercado hasta que acabe de lavar, si no me da mucha hueva y ya no lo hago.

¡Debería hacer unos ejotes con huevo y con salsita verde, es muy rápido!

Eso sería bueno, pero debería ver que esos cabrones no se lo tragan. Ellos quieren pura carne. De haber sabido me hubiera casado con un pinche carnicero. Y para acabarla de chingar, ya están haciendo la carta para los Reyes Magos. Lo malo es que los cabrones del gobierno hacen su caravana de Reyes; eso ilusiona a todos los muchachos y no dejan de pedir juguetes. Yo, como le digo a mi viejo, mejor los de gobierno en lugar de hacer su escándalo, les deberían de dar un juguetito y les saldría más barato.

Dirá nos saldría más barato a nosotros. Ni modo de que ellos pongan de su bolsa.

Lo malo es que no tenemos dinero. Con el pinche salario mínimo que gana mi señor apenas alcanza para el bofe de mi gato. Pensaba ir al empeño a dejar la herramienta de mi viejo, pero al saber que prestan una madre, ni ganas dan de ir.

Ya ni me lo recuerde, Inesita, porque estamos tablas. Mis hijos ahorita andan como seditas, los cabrones. Muy obedientes, porque saben que ya no tardan los Reyes. Nada más le voy a dar una enjuagada a mi ropa y me salgo tendida como bandida a buscar a mi viejo, porque si no se mete a la cantina y ya no lo saco al cabrón. Se gasta todo el dinero. ¿Cómo qué hora es?

Pasa de la una de la tarde.

¡En la madre! Ahí le encargo mis tiliches, porque mi viejo sale a la una.

Ándele, Angelita.

Doña Inés siguió lavando hasta que llegó su viejo, quien le dijo: ¿Ya mero acabas, vieja? Porque traigo un filo que me comería un pollo yo solito, como lo hizo Macario.

¡Vamos a la casa!

Doña Inés se metió a la cocina y en menos que canta un gallo, le sirvió: ¿Otra vez frijoles, vieja?

¡Es para lo único que alcanza! Les voy a poner tantito queso para que les dé sabor.

“El Enano” comía con muchas ganas, que hasta movía las orejas, y de tanto chile verde que mordía, le escurría el moco. En eso entraron sus hijos: ¡Papá, yo le pedí a los Reyes Magos un trenecito eléctrico y un coche de control remoto!

¡Yo una muñeca que moje su pañal!

Sus 14 hijos hablaban al mismo tiempo y no se les entendía; intervino la señora: ¡Dejen comer a su padre y luego vienen!

Cuando se salieron, se pusieron a platicar: ¿Cómo le vamos a hacer para los juguetes?

Yo te dije que hicieras un ahorro para estas cosas, pero parece que le hablé a un pinche burro.

¡Ya sé, vieja! Voy a juntar cajitas de cerillos y les pongo ruedas de fichas de refresco y les hago un tren a cada uno y a las niñas tú les haces unas muñecas de trapo.

¡No mames! Para qué quieres que te las avientan en la jeta. Si no estamos en nuestros tiempos. Ellos quieren juguetes de fayuca.

¿Qué te parece si les decimos que no les trajeron nada porque como traen juguetes de fayuca, la Policía Federal se los quitó y los metió al bote?

Ya no estés de mamón y busca la forma de cómo conseguir una lana. Yo me los llevo al centro, los duermo y tú llegas con algo. No hay que romperle la creencia de que los juguetes los traen los Reyes Magos.

“El Enano” salió muy triste de su casa, haciendo trabajar su cerebro al cien por ciento, pues tenía una dura prueba que pasar. Se metió a la cantina para tomarse un buen pulque para darle vida a sus neuronas, y se pusieran al tiro. El cantinero vio que el pobre “Enano” tenía la moral tan baja que por poco se tropezaba con ella, y le preguntó: ¿Te veo muy triste? ¿Se murió tu vieja?

¡Qué bueno hubiera sido! Pero es una bronca más gruesa. No tengo dinero para comprarles juguetes a mis chavos. ¡Pobrecitos! Le echaron muchas ganas a la escuela para que los Reyes se mocharan con algo bueno.

¿Por qué no se los pides fiados a mi suegra? Ella tiene un puesto de juguetes en el centro.

Esa pinche vieja es muy desconfiada. Perdóname, pero no a cualquiera le fía.

Dile que vas de mi parte, que yo soy tu fiador.

“El Enano” llegó con la suegra del cantinero y le dijo que le fiara unos juguetes, que iba a nombre de su yerno. La señora, con muchas condiciones y firmándole unas letras, le dio los juguetes, que metió en un costal, y pasó a darle las gracias al cantinero y a echarse la caminera. Se quedó un buen rato haciendo tiempo a que se durmieran los niños, y dejar sus juguetes en su zapatos. Él ya había leído sus cartas y se los llevaba sobre pedido.

Eran las 11 de la noche, y pensando que sus hijos ya estaban roncando, subió por el oscuro callejón cargando su pesado costal, que llevaba muchas ilusiones para sus hijos. Entró a la vecindad y suavemente empujó la puerta, y su señora le hizo una seña de que se saliera, porque todavía no se dormían. Muy misteriosa, salió a decirle: Esconde los juguetes. Todavía no se duermen los cabrones. Están platicando de los Reyes Magos.

¿Pero dónde los dejo? Solamente que me suba a la azotea y desde la ventana, no les quitamos la vista para que no nos den baje los vecinos.

Está bien. Te regresas a la casa y entras como si nada.

Ya vas, vieja. Y les voy a dar un susto para que se duerman.

Al entrar, por poco lo tumban sus mocosos. Estaban muy ilusionados. Le decían cada uno de ellos lo que les iban a traer. Enojado, les dijo: ¡Si no se duermen, los Reyes Magos se van y no les van a dejar nada, porque están despiertos!

Los muchachos ya no esperaron más, y en unos minutos ya estaban durmiendo. Le dijo la señora: Revísalos bien. A ver si no se están haciendo guajes.

“El Enano” miró a uno por uno, y quedó convencido de que estaban durmiendo. Le dijo a su vieja: Por las moscas, ponte como centinela en la puerta. Voy a traer los juguetes que dejé en la azotea.

Comenzó a escalar la barda que tenía más de 5 metros de altura, y como estaba medio chiles, perdió el equilibrio y se fue para el otro lado de la vecindad. La señora al verlo, corrió hecha la chingada, para recoger a su viejo que cayó arriba de unas láminas, rodó y se fue adentro de un tinaco de agua. Como hizo mucho ruido, espantó a los perros, que no dejaban de ladrar.

Salieron los vecinos armados con palos, creyendo que era un ladrón. Le rajaron toda la madre. Tenía rota una pata, las costillas sumidas. Al saber que era Arnulfo “El Enano”, retiraron la denuncia que le habían hecho por ladrón, y se lo llevaron a la Clínica Minera.

Despertaron sus hijos por el escándalo, y al ver que estaba un costal en la azotea, se subió el más grande y los bajó. Se repartieron los juguetes de acuerdo a lo que habían pedido, y les valió madre su jefe, que estaba internado por jugarle al Rey Mago.