LAGUNA DE VOCES

* La muerte tiene permiso en Banamex

El hombre dijo que no venía por Pachuca, ni México, sino por el mundo entero. Después quedó muerto boca abajo con la cabeza perforada de un balazo. Nadie sabe lo que hubiera hecho de haberse llevado la tierra hacia quién sabe dónde y para qué. Al morir se fue con todo y el universo, al menos el que conocemos, y la eventual posibilidad de que fuera hijo de Dios se quedará en el misterio. Muy posiblemente padecía de esquizofrenia, pero eso ya nunca se sabrá y si de alguna forma equivocó el escenario de su acción, porque no pretendía robar el banco donde apareció de pronto, sí en cambio logró la atención necesaria para asegurar que el mundo estaba por desaparecer.
    Desde la hora que sucedió no han dejado de sonar las sirenas de patrullas, ambulancias, hasta bomberos. Algo raro pasó ayer en la capital de Hidalgo que desató una alarma generalizada, como si de veras la tierra hubiera cambiado de rumbo y se dirigiera a un lugar oscuro, sin vida y en cambio con toda la desesperanza que lleva a un hombre armado con un machete a buscar y encontrar el suicidio. Porque fue un suicidio que puso en la mano de otro la acción final y única, la que todos evitan, porque según dicen los creyentes, el que se quita la vida se va derechito al infierno.
    Pero son asuntos de creer, y el hombre del machete aseguró en algún momento que su padre Dios le acompañaba. Sin embargo, por las ganas de acabar con todo y todos los que se cruzaba en su camino, debe ser una deidad de poca tolerancia y muy enojada con su creación, al grado de mandar a su hijo a dar por terminado el trato.
    Después en la jornada plagada de misterios de ayer, un hombre fue asaltado con 500 mil pesos que iba a depositar en otro banco, el Scotia de San Javier, y por supuesto que es dinero que no pasa la caja y no es registrado con el recibo correspondiente, es dinero que pierde el cliente. Mal y de malas.
    Ya todos esperaban qué más deparaba el arranque de semana, y corrió la versión de que una mujer pretendía arrojarse de una azotea. No fue así por fortuna.
    Hay días, afirman los conocedores de los presagios, que parece que el diablo se hubiera escapado de su prisión, y eso que nadie puede asegurar que de veras purgue condena en alguna cárcel. Y no es que los ejecutados por los rumbos de Tula y Tezontepec no cuenten. Cuentan y mucho. Pero en esos casos la muerte no habla por ella misma, es tan solo la que recoge los rescoldos de recuerdos, de nada.
    El hombre que hablaba en nombre de Cristo, porque al parecer esa era la identidad que confesaba, es diferente a las ejecuciones, aunque está claro buscaba lo mismo: ser ejecutado.
    Lo normal, si es que normal puede ser que aparezcan cuerpos de personas que antes de ser asesinadas fueron torturadas, es que el muerto no tenga siquiera identidad, porque con las siglas que ahora se manejan y el ocultamiento de rostros nadie sabe nada de nada. Lo normal es que se acepte la muerte porque es la vida que nos ha tocado vivir.
    Y el hombre del machete metió un ruido intenso en la rutia que nos acostumbra a ver con hartazgo lo que se repite hasta la saciedad: los cuerpos destrozados, a veces putrefactos, de quienes sabían que la luz se apagaría para siempre en cualquier momento.
    No, el del machete tenía una historia que contar, en la que estaba listo no para llevarse Pachuca, ni México, sino todo el mundo, con todo y que en el mundo van en paquete Pachuca y México.
    Todavía le disparó a dos de los policías que lo tenían rodeado, uno de ellos grave en el hospital.  Después en su cabeza retumbó la ojiva de acero y cayó de boca, sin esperanza alguna de sobrevivir, y la aparición inmediata, con prisa inaudita, de la muerte.
    Ayer no fue tanto el diablo, sino la muerte que se enseñoreó de Pachuca, la Bella Airosa.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
    

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