EL DERECHO DE MORIR II.

“Porque el delito mayor

del hombre es haber nacido”.

 

Calderón de la Barca.

 

 

Jerónimo de Moragas, escritor, pedagogo y psicólogo español, a mediados del siglo pasado escribía (cito de memoria): “La vida del ser humano se inicia en un punto Alfa y transcurre fatalmente hasta su culminación en el Omega”.  El primero y el último son acontecimientos puramente biológicos, el libre albedrío para nada influye.  ¿Alguien nos preguntó si queríamos o no nacer?  ¿Época? ¿Color de piel? ¿Nacionalidad?  ¿Condición económica?  ¿Forma y fecha de morir?…  En la antítesis “El hombre está condenado a decidir” decía Miguel de Unamuno.  No existe fatalismo absoluto ni total imperio de la voluntad.  El carácter impulsa, el medio limita: “El hombre es él y su circunstancia”, cito por enésima vez a Don José Ortega y Gasset.

 

Numerosas telenovelas han empapado de lágrimas a millones de hogares con el tema “El Derecho de Nacer”.  Éste, en la realidad es un bien jurídicamente tutelado, aunque debe admitirse que dicha protección es cada vez más controvertida, en virtud de las libertades que progresivamente conquistan las mujeres y la evolución de los valores tradicionales en materia sexual, familiar, económica, sociológica…  En defensa de una tradición casi dogmática se ubican los criterios de conservadurismo radical en grupos y asociaciones de naturaleza generalmente religiosa.

 

En la misma línea gassetiana puede afirmarse que el hombre cambia y su circunstancia también.  Baste un ejemplo vigente: la homosexualidad, en diferentes tiempos y espacios fue severamente reprimida, estigmatizada, excluida…  Después se toleró de manera clandestina…  Hoy está social y jurídicamente aceptado el matrimonio entre personas del mismo sexo y aún la adopción, sin que se consideren actos contra natura.  Ante una probable obligatoriedad, prefiero vivir al margen.  Soy respetuoso de la evolución de los derechos humanos pero adorador de la mujer, a la antigüita.

 

Nacer o no nacer  ¿Algún ser humano se enfrentó a tal dilema?  Este “derecho”, en realidad es la categorización jurídica del accidente biológico que una pareja provoca con sus urgencias sexuales.  Un niño se engendra con, sin o contra la voluntad de sus padres.  El óvulo fecundado, hombre o mujer en potencia, se encuentra en total estado de indefensión volitiva: “¿Qué delito cometí, contra vosotros naciendo?”  Se preguntaba Calderón de la Barca.

 

Mi vida  ¿Es mi vida?  ¿Es de Dios?  ¿Es de la sociedad?  ¿Corresponde al derecho penal la función de proteger al ser humano aún de atentados contra sí mismo?  ¿Se puede tipificar el suicidio como delito?  Sabemos que, los suicidas se consideran, por antonomasia, cobardes, blasfemos, renegados, casi enemigos de Dios. Según Ikram Antaki, en algunos lugares, sus cadáveres, eran (¿son?) objetos de múltiples profanaciones y sus bienes confiscados.  Disponer de la vida propia se considera un acto vergonzoso, socialmente reprobable, acto de herejía, pecado mortal, condenación kármica… 

 

La ficción literaria es más benévola.  El Werther de Goethe fue, en su tiempo, símbolo inspirador para una juventud que consideró sublime el suicidio por amor.

 

En “El Mundo Feliz” de Huxley los seres humanos se engendran y desarrollan en serie.  Obviamente, sus madres son frías y transparentes probetas.  Los puntos Alfa y Omega están programados.

 

En el libro “La Leyenda de la Atlántida” que, se dice, Taylor Caldwell escribió a los doce años en estado de trance, el poderoso Emperador Sati no quiso someterse una vez más al proceso de rejuvenecimiento, posible en su avanzada ciencia.  El soberano, después de cuatro siglos, cansado de vivir, ahíto de gobernar, decidió su propia muerte, no sin antes transmitir la corona a su hija, la bella Salustra, quien gobernó con prudencia, hasta que un gran terremoto terminó con el mítico reino de los atlantes.

 

Todavía en algunos países, se da el aberrante fenómeno de que la autoridad dispone de la vida de otros (pena de muerte), al mismo tiempo que considera un crimen el suicidio.  La justicia, en estos casos, protege a los verdugos (es el verdugo).  La voluntad de la víctima, no sólo se ignora; se condena, aún cuando libremente alguien decide ponerle fin por considerarse dueño de su propia existencia.

 

Aunque ya existen tímidos intentos legales, considero que el legislador debe llegar más lejos.  Al margen de prejuicios religiosos o de atávicos tabúes, el verdadero respeto a los viejos y a los enfermos terminales, debe plasmarse en normas que les permitan salir, si quieren, del dolor, de la soledad, del abandono, de las costosas enfermedades y de otros atentados a su dignidad, no por la puerta falsa, sino por la principal; bajo la protección del Estado.  ¡Ya basta de que el destino decida el punto Omega en vidas que están terminadas antes de la muerte!  El fin debe ser digno, lejos de la lástima, la miseria, el patetismo, el ridículo…!  El Orden Jurídico no sólo debe garantizar el derecho de nacer; también el derecho de morir.

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