“EL CHIRIMÍAS”
Beto “El Chirimías”, trabajaba en la mina de El Álamo. Diario tenía que caminar para llegar desde el barrio de “La Palma” a la colonia Cubitos, que está hasta casa de la chingada.
Fácil se la echaba en una hora a golpe de calcetín. De tanto caminar se estaba quedando chaparro. Se le habían desgastado las patas.
Un día, al salir de la mina, para cortar camino, se metió por uno de los callejones, donde le salieron un montón de perros que le dieron una corretiza; uno lo alcanzó y le dio una mordida en las nalgas. Las lágrimas se le salieron, y rengueando llegó a su casa, haciendo gestos, que parecía que chupaba un limón. Le preguntó su vieja:
• ¿Qué te pasó?
• ¡Ay, cabrón! Me mordió un pinche perro, allá por donde trabajo. La sangre me llegó hasta el zapato.
• ¡Bájate los pantalones, déjame ver! En la madre, te arrancó un pedazo de nalga. Te voy a echar alcohol. Como los perros no se lavan el hocico, están infecciosos y te puede dar rabia. Donde comiences a corretear carros, te encierro.
• ¡Ya cállate! ¡No le limpies tan fuerte que me duele mucho!
• ¡Te voy a aventar el alcohol de madrazo para que no lo sientas!
La señora le vació la botella. El pobre “Chirimías” se levantó hecho la madre. Como tenía los calzones a media rodilla, se cayó, dándose un hocicazo que se le aflojaron los dientes.
• ¡Sóplale, pinche vieja babosa!
• ¿Con qué?
• Con el aventador; me vaciaste la botella de alcohol, que se me fue por otro lado. Ya no sé ni por dónde me arde.
• ¿Por qué no le reclamaste al dueño del perro?
• ¡Cómo iba a saber quién era! Me salieron varios perros y corrí como loco. Quise agarrar una piedra, pero me embarré los dedos.
• Para mí que te estás poniendo como camarón. A lo mejor te subió la fiebre y te está dando rabia. Será mejor que te amarre en la cabecera de la cama, no nos vayas a morder a todos.
• Mañana que vaya a la mina me llevo a mi perro. ¿Dónde anda el Duque?
• ¡Ese pinche perro! Nada más anda de caliente, siguiendo a las perras. Luego ni le toca nada al cabrón, y se viene a tallar en el suelo.
• Cuando venga, lo amarras. Mañana se va a aventar una madriza con el perro que me mordió.
• Mientras, descansa viejo. Voy a ver a tu mamá, que todo lo sabe y si no lo inventa, para preguntarle qué te hago para que te mejores.
La señora Chepa bajó corriendo por el callejón, y chocó con su comadre, dándole un caballazo, que la tiró; hasta las patas levantó, pegándose en la cholla, que se le descalabró.
• ¿Qué le pasa, comadrita? Me dio un buen madrazo. Fíjese cómo baja corriendo. Discúlpeme que le diga, pero venía corriendo como loca.
• Perdóneme, comadrita, pero tengo una bronca terrible. Un pinche perro mordió a mi viejo, y lo veo muy mal. Voy a ver a mi suegra para que me dé un remedio. Ahorita se quedó durmiendo.
• Lo que debe de hacer es quedarse sentada junto a él, cuidándole el sueño, pero tenga un palo en la mano, y al menor movimiento sospechoso, arrójeselo en la mera cabeza. Yo sé lo que le dijo. A un tío mío lo mordió un perro y le dio rabia; odiaba el agua, luego mordió a su vieja y la mandó al Valle de las Calacas. Llamaron a la policía para decirle que en la vecindad había un perro rabioso. Llegaron, y antes de que se les acercara, le dieron un balazo a media madre, para que no los mordiera. Luego llegó salubridad y nos vacunó a todos. Hasta a mí me tocaron 30 inyecciones en el ombligo; al final quemaron la casa.
• ¡De todas maneras voy a avisarle a mi suegra! Si ve a mi perro, por favor, amárremelo. No lo deje salir hasta que llegue.
• Por ahí lo va a ver en la esquina. Está pegado con una perra. Llévese una cubeta de agua para que se las eche.
La señora llegó a la casa de su suegra, sacando la lengua y tomando aire. Con trabajos le pudo explicar que a su hijo lo había mordido un can desconocido. Doña Goyita, la mamá del “Chirimías”, al enterarse de lo que le había pasado a su hijo, corrió como atleta a su casa, junto con su nuera, que le dijo:
• ¡Cuidando suegra, ya está gruñendo!
• ¡No seas pendeja! Está roncando.
La señora lo despertó:
• ¿Qué te pasa hijo? ¿Cómo te sientes?
• ¡Ay, jefecita! Me duele mucho la mordida. Estoy acostado en una nalga y la otra la tengo volando.
• ¿Cómo es el pinche perro que te mordió?
• Es un perro grandote, café, con manchas blancas; se ve que es muy bravo.
• ¿En qué lugar te salió?
• Viniendo de la mina, al meterme a un callejón que atraviesa por unas casas a medio construir, cerca del cerro y de una casa grande con techo de lámina, de ahí salió el perro.
Dijo doña Goyita a su nuera:
• Tenemos que ir a buscar al perro, traerlo para llevarlo al antirrábico, porque no sabemos si está enfermo.
• No vaya, jefa. Sus dueños se ven que son muy peleoneros. Yo les reclame diciéndoles que amarraran a su animal. Me contestaron que quién me mandaba a meterme a su propiedad. Me mentaron la madre, y le hablaron para que me volviera a morder.
• Es necesario, hijo, que vayamos a traernos al perro. Más o menos por la señas que me diste, vamos a llegar fácil. Vamos a llevarnos un lazo y traerlo a huevo, aunque sea jalándolo. Pobrecito de mi hijo. Parece guajolote con el moco colgando; pero me cae que cuando vea al perro, le rajo la madre.
• Debemos hacer un buen plan, suegra, y ser pacientes. Llegarle como si fuéramos agentes de la coordinación, muy misteriosas. Cuando lo encontremos, lo lazamos sin darle tiempo a que abra el hocico.
• ¡Ya dijiste! Vamos de volada.
Las dos mujeres, muy preocupadas, a paso veloz, atravesaron el centro de la ciudad, hasta llegar por donde ahora es la avenida Pino Suárez, para subir por la colonia Cubitos, Caminaron mirando para todos lados, con las patas bien plantadas en el suelo; una con un palo en la mano y la otra dándole vuelta al lazo, como charro, lista para aventar una mangana. Miraban para todos lados, y había un chingo de perros. Hasta que se guiaron por el color.
• ¡Mire suegra, ese es!
• Vamos a llegarle como le hacen los pinches perreros de la Presidencia Municipal: lo agarramos a palos y patadas, lo amarramos del pescuezo y lo llevamos arrastrando.
• Ten mucho cuidado. ¡Espérate a que se apendeje!
Sin quitarle la vista al animal, de puntitas, se le iban acercando. Cuando estaban a punto de darle un palo y amarrarlo, escucharon una voz que las espantó. Era una vieja panzona y greñuda, que las paró en seco:
• ¡Quihubole! ¿Qué se les perdió en mi casa?
• ¡Venimos por ese animal! Mordió a mi hijo y nos lo vamos a llevar.
• ¡Se llevan, madres! Pinches viejas roba perros. Me uno a lo que dice el jefe de la policía: para terminar con su carrera delictiva, hay que llegarles de lleno. ¡Échatelas “Solovino”!
El perro, obedeciendo las órdenes de su ama, comenzó a aventar mordidas a lo cabrón, lesionando a las señoras, que regresaron a su casa con un fracaso definitivo. Y junto con el “Chirimías”, fueron a que las inyectaran en el ombligo. No les costó trabajo enseñarlo, pues ya lo traían de fuera.