LAGUNA DE VOCES

* Adoptar la historia pachuqueña

Pachuca siempre será la ciudad de los recuerdos más importantes en la vida de los que llegaron antes, durante o después del terremoto de la ciudad de México. Es decir que no fue ni el miedo, ni la desesperación lo que hicieron el camino ancho para empezar, un día de los 70 o los 80s, la historia común de vida, y la búsqueda eterna de los milagros y la magia que tienen sus calles del centro, tan siempre fruto del gusto de los hombres de poder en turno.
    Sin embargo se ha mantenido, pese a todo lo que ha sufrido, con lugares tan vitales para la memoria nuestra.
    Cada Plaza, por pequeña o grande que sea, comprendemos, empieza a cobrar un valor más vital por lo que en ella descubrimos una mañana, tarde o noche. Porque nuestras historias particulares que lograron entremezclarse con las de la tierra donde sabemos que viviremos hasta el fin de la existencia.
    Se sabe, cuando de alguna manera tomamos la decisión de ya no partir, no ir a ninguna otra parte, porque además de la familia que se llega a formar, es un amor entrañable por una ciudad siempre amorosa, pese a la fama de huraña que a lo mejor uno mismo le ha creado.
    Hacemos, construimos cada una de nuestras historias, cuando existe un escenario que de tanto cariño tiene una parte del alma que nos retumba en el pecho, y es por esa razón que cada piedra que edificó una casa, un monumento, empieza a adquirir el valor sustancial que siempre pensábamos que solos los viejos le daban.
    No es así.
    Por eso es que un árbol solitario que pudiera ser simplemente uno más entre tantos, adquiere características únicas por lo que pudo ser de vital en la existencia de los niños que ahí corrieron, rieron y a lo mejor lloraron.
    Cada uno debiera adoptar por eso un espacio del Centro Histórico pachuqueño, de la calle donde sabe que descubrió la razón fundamental para seguirle en el juego de la vida. Porque de otro modo tarde o temprano nos descubriremos ajenos, indiferentes a una ciudad que tanto nos ofreció la noche en que llegamos con una mochila al hombro y la seguridad de que se irían tal vez nuestros hijos nacidos aquí, pero nosotros nunca.
    Y no, no habrá requisitos para este ejercicio de la adopción de un pedazo de Pachuca antiguo, salvo ese: que sea parte de la historia de la capital hidalguense.
    Será alguna cantina –siempre sobreviviente del tiempo- la que algunos manifiesten como su recuerdo más preciado, y nadie dirá nada, porque el alma tiende a nutrirse del espíritu de las bebidas.
    A lo mejor una banca en el interior de la parroquia de la Asunción, es otro de los elegidos, tal vez el que con más insistencia se anote, porque nadie escapa a su magia, a leer la placa de que Mariano Matamoros ofició misa por más de tres años. Pero además de los personajes de Independencia, el hecho fundamental es que siempre se respira tranquilidad en su interior, serenidad.
    Una casa, tal vez de alguna calle si se tuvo la fortuna de vivir algún tiempo en sus patios de paredes gruesas y arcos alrededor de un patio enorme con fantasmas y todo eso que se mete para siempre en la memoria.
    Es necesario, urgente, que adoptemos centímetro a centímetro el Pachuca que hace históricas sus calles del centro.
    Porque de alguna manera ganamos un espacio en su historia, y por lo tanto algo de eternos tendremos, si logramos ser uno con sus lugares que todavía conservan el aire vital por donde algún día insistiremos en creernos vivos, aunque fantasmas seamos para esas épocas.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

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