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La práctica de la tolerancia

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EL ÁGORA

Vivimos tiempos difíciles. La gente transita las calles con los nervios a flor de piel. El individualismo solitario nos ha hecho creer que la agresividad es una respuesta válida a la necesidad de sobrevivir. Pareciera que cualquier roce o desencuentro efímero es suficiente para desencadenar un episodio de violencia.

Ejemplo de ello es el video viral de hace unas semanas, proveniente de Veracruz, en el que se observa la disputa entre dos automovilistas por un lugar de estacionamiento en una plaza comercial. Lamentablemente, el asunto acabó en tragedia, con una navaja incrustada en el ojo de uno de los involucrados, quien por increíble que parezca, seguía lanzando bravatas y buscando discusión después de haber sufrido un acto que pudo costarle la vida.

En esa línea, recientemente circuló en redes otro crudo video que muestra, en algún lugar del país, una trifulca acontecida a causa de un accidente vehicular. Aparentemente un conductor destruyó la puerta de un automóvil que circulaba en la misma avenida. Entonces, ya en plena calle, los dos se lían a golpes de manera brutal, resultando uno más hábil que el otro, dejándole en el suelo claramente inconsciente, para posteriormente subirse de nuevo a su auto y pasarle por encima sin mayor miramiento ante la mirada atónita de los transeúntes que gritaban mientras grababan con sus teléfonos celulares.

¿Qué nos pasa?, ¿por qué somos capaces de esto los seres humanos?, ¿serán signos particulares de la época que discurre o, más bien, la alarma se debe a que ahora nos enteramos con mayor frecuencia de estos hechos por contar con medios tecnológicos que no había generaciones atrás?, ¿o será simplemente que la coyuntura del país, en que la indignación permanece en constante evolución, nos hace sentir que las cosas se ponen cada vez peor?

Considero que la degradación del tejido social, que en ocasiones advertimos como novedosa, es en realidad la consecuencia de diversas acciones y omisiones gestadas durante décadas. Que después, cuando menos lo esperamos, nos sorprende con una bofetada de dura realidad.

No obstante, creo que el devenir humano es cíclico y que todo tiene dos polos. Ni lo malo es indefectible, ni lo bueno dura para siempre. Así, debemos buscar valores comunes a los cuales asirnos, con el objeto de impedir que nuestras sociedades se pierdan cuando transitamos en la oscuridad.

De esta forma llegamos a la tolerancia, concepto al que deseo referirme no como una solución única y aislada, sino como un elementos entre varios que con gran urgencia requerimos poner en práctica para que la coexistencia sea auténticamente pacífica y sostenible para todas las personas.

Al respecto, Victoria Camps, nos dice que: “La tolerancia es la virtud de la democracia. El respeto a los demás, la igualdad de todas las creencias y opiniones, la convicción de que nadie tiene la verdad ni la razón absolutas, son el fundamento de esa apertura y generosidad que supone el ser tolerante. Sin la virtud de la tolerancia, la democracia es un engaño, pues la intolerancia conduce directamente al totalitarismo.”

La tolerancia, entonces, no implica sencillamente “aguantar” o “soportar” a los demás, sino asumir el respeto como eje rector de nuestra interacción cotidiana. En palabras de Michael Walzer, “la tolerancia hace posible la diferencia; la diferencia hace necesaria la tolerancia”. Por ello, afirmó que la tolerancia es una virtud, tanto política como moral, que mucha falta nos hace hoy en México. Permitámonos pues disentir, pero reconociendo que son precisamente las diferencias lo que enriquece nuestra democracia.
* Abogado y profesor del Tecnológico de Monterrey