Home Nuestra Palabra Las ánimas

Las ánimas

0

LA GENTE CUENTA

-Oye, mano…
    -¿Qué pasó, carnal?
    -¿Ya viste eso, allí en el cielo?
    Mauricio, con cierta dificultad, trata de ver lo que su amigo, Roberto, le indica con el dedo. No ve más que un simple manto celeste oscuro, irrumpido por la cegadora luz de un farol, justamente en sus cabezas.
    -No, carnal –arrastra las palabras Mauricio-. No veo ni madres…
    -Ah, pos que wey estás, mano –la dicción de Roberto es ilegible-. Allí hay un chingo de puntitos blancos, chiquitos, chiquitos…
    La forma en que lo dice Roberto hace que su amigo se ría de forma simplona y hasta jocosa.
    -Ya, carnal, hay que irnos de aquí, o la tira nos va a caer.
    -Espérate, mano, que ando bien relajado. Mejor échate esta botella conmigo para que te sientas a gusto y con ganas.
    Con la mano temblorosa, le pasa una botella de vidrio mediana, con una especie de elixir de color ámbar, espumoso, de sabor etílico, pero a final de cuentas reconfortante. Al principio, Mauricio lo duda, pero decide tomarse todo el contenido de un solo trago.
    -Oye, no manches. Ya no me dejaste nada –reclamó Roberto.
    -Pero si tú me dijiste… -Mauricio trató de defenderse.
    -Ya, no hay pedo. Mejor seguimos viendo allá arriba.
    Mauricio trata de levantarse, aunque con cierta dificultad, pues la efervescencia de aquella bebida le quitó toda movilidad coherente. Roberto recarga su cabeza de forma retorcida, pues el sueño ha comenzado a vencerlo.
    -Beto… ya wey, levántate. Nos van a entambar. Tu vieja nos va a madrear, y acuérdate que tiene buen brazo.
    Se recarga de la pared para patear a su amigo suavemente, con el afán de despertarlo. De pronto, Roberto despierta alarmado.
    -¡Mau! ¡No mames! ¿Ya viste eso?
    Esta vez, su dedo señala a la oscuridad. Evidentemente no hay nada, tan solo asfalto nada más.
    -¿Y ahora qué traes?
    -Ayúdame, mano. Ya vienen las ánimas.
    -Las… ¿qué? –miró extrañado Mauricio-. ¿Qué pendejada estás diciendo?
    -¡Las ánimas, cabrón! Los pinches elefantes rosas vienen hacia acá. ¡Vienen por mí!
    Y con la misma alarma, pero de forma descoordinada y descompuesta, emprendió la graciosa huida, agitando los brazos de forma caricaturesca, mientras gritaba por la oscuridad.