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“El Mickey Miaus”

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Miguel Ramos Espinosa, de 35 años de edad, trabajaba en una fábrica de refrescos en la Paz, vivía en el callejón del Minero 112, en el barrio del Mosco, su vieja se llamaba  Ángela Pérez Hernández, y tenían 6 hijos, de 10, 9, 8, 7, 6, 5, y 4 años, la señora sufrió un accidente y la ligaron, si no le hubiera llegado a los 15 hijos e hijas.

Un día que subía por la calle de Ocampo, junto a la cantina “El Reloj de Arena”, estaban unos albañiles trabajando, a pesar de que pusieron una tabla para que le gente no pasara, se atravesó y en esos momentos se le cayó un bote con mezcla a uno de los albañiles, cayéndole en la mera cabeza. Se escuchó el madrazo hueco, y cayó como si le hubiera caído un rayo. Llamaron a la Cruz Roja y llegó. A pesar de que había mucha gente, nadie lo reconoció porque estaba todo sangrado, tenía la cabeza como calabaza.

Se lo llevaron al Hospital General, como no llevaba ninguna identificación lo recibieron como desconocido. Como tenía el coco abierto, lo metieron a operación y se quedó en terapia intensiva. Doña “Gela” daba vueltas y vueltas, de su casa al zaguán, a ver si ya venía su esposo. Se querían mucho, y era muy puntual, llegaba a las 3 de la tarde, a esas horas ya tenía la mesa puesta y servían y a mover bigote. La señora se puso muy nerviosa, pensando qué le pasaría a su viejo. Le dijo su hija:

–         ¡Ya mamacita, por favor, siéntese, mi papá ya no ha de tardar!

–         Es que siempre llega puntual, ¿no le habrá pasado nada?, es que aquí en Pachuca ya no se vive tranquila, hay tanto mariguano, y luego las peceras, los coches, manejan como locos.

Pasaban los minutos y a la mujer se le hacían horas interminables, no se quitaba de la ventana, se tronaba los dedos y rezaba en silencio, se salía al patio, se regresaba, se sentaba, se paraba, y les dijo a sus hijos:

–         ¡Siéntense, que les dé de comer su hermana, voy a buscar a sus padre!

–         ¡Ay mamá! Y si llega, ¿qué le decimos? Mejor te habías de esperar otro rato.

La señora se metió a su cuarto y le pidió al Cristo de su cabecera que cuidara a su viejo, que lo llevara con bien a su casa, se persignó y se salió otra vez, fue a la casa de su comadre Juana, y ahí se le rodaron las lágrimas, chillaba con tantas ganas, que no se le entendía lo que decía.

–         ¡Qué le pasa comadrita!

–         No aparece mi viejo, y el corazón me dice que algo malo le pasó, tenemos muchos años de estar juntos y nunca llega tarde, ¿no lo machucaría un carro?

–         ¡Ni lo piense, comadrita, se ha de ver retrasado con sus amigos, es sábado y luego se van a echar un aperitivo!

–         No lo creo comadrita, mi viejo no toma, es enemigo del alcohol. Mejor al rato vengo.

–         ¡Procure ser fuerte, no llore delante de los niños, los va a espantar, a lo mejor fue a ver a mi comadrita grande!

–         ¡Mi viejo no va a la casa de su mamá, no le perdona que se haya juntado con otro señor!

Sonaron las 5 de la tarde, y la preocupación de la señora llegó al límite. Se estaba poniendo como loca, le llamaba por su nombre, bajó un cántaro, se lo puso bajo el brazo y le gritaba: ¡Miguel! ¡Miguel! Ven a tu casa.

La señora medio que se alisó la greña, y salió hecha la mocha a la casa de su suegra, doña Chucha, que vivía en el barrio de Cubitos. Al llegar casi tocaba la puerta, la señora como estaba gorda le costaba trabajo ir abrir, pero Ángela no dejaba de tocar.

–         ¿Quién?

–         ¡Yo!

–         Soy Ángela, ¡ábrame por favor!

La señora quitó la tranca, una cadena, un candado, y el pasador. Como en esa colonia había mucho ratón, se atrancaban a piedra y lodo.

–         ¿Qué te pasa mujer? ¿Qué milagro que vienes?

–         ¡Vengo a preguntarle si de casualidad vino Miguel, porque no ha llegado a la casa!

–         Ese cabrón ya sabes que no viene, no puede ver a Jacinto, ya le anda buscando para que el otro se le aviente y se den un trompo, pero no sabe en los problemas que me metería, mi señor sería capaz de desquitarse conmigo. ¿Pero qué te pasa? Te veo los ojos como de cuyo, como si te la hubieras pasado llorando. ¿A poco se murió tu jefa?

–         Ni dios lo quiera, suegra, lo que pasa es que Miguel no ha llegado a la casa, y quiero que usted me ayude a buscarlo.

–         El corazón de madre nunca se equivoca, ya presentía yo algo, me puse muy nerviosa como a las tres de la tarde, me sentí muy triste, angustiada, no comí y me dio chorrillo, como que algo malo estaba sucediendo a mi hijo. Pero como dijo la gallinita, al grano, vamos a buscarlo.

–         Vamos primero a las barandillas, luego lo tiene encerrado y los uniformados son cábulas y no buscarlo, te dicen que no está, pero ya los tengo fichados, yo sé como llegarle a esos güeyes.

Ya eran las 8 de la noche, y llegaron hasta el pulguero de la policía municipal. Les dijo un policía que se registraran. Le contestó la señora:

–         Ya estamos registrados y bautizados.

–         No sea payasa, ponga su nombre, su dirección y a quién va a visitar.

–         Voy a ver al comandante Pistolas, ¿dónde está su oficina?

–         Lo conoce usted.

–         Clarines, somos cuates.

–         Pásenle, es todo derecho, hay unos escalones, y del lado izquierdo está su oficina.

La señora y su nuera iban aprisa, querían saber si Miguel estaba encerado. Le preguntaron al comandante de Guardia.

–         Buenas noches señor, nos puede informar si se encuentra detenido Miguel Ramos Espinosa.

–         Déjeme ver.

El policía sacó una larga lista y la revisó dos veces.

–         No está aquí. Como es su hijo, señora.

–         Es un chaparro flaco, que usa una cachucha como el chavo del 8.

–         ¿Es borracho?

–         El no toma absolutamente nada.

–         Entonces vaya a buscarlo a la iglesia, porque aquí tenemos puros borrachos, de los que han agarrado en el alcoholímetro, y los que se encuentran durmiendo en la vía pública, o andan haciendo escándalo.

–         Muchas gracias señor. Vamos Ángela. Ahorita vamos a la dirección General de Seguridad.

Hicieron lo mismo y no lo encontraron. Se sentaron un rato en una de las bancas del Jardín de Independencia, y le dijo la señora:

–         Ve a tu casa a ver si ya llegó. Para que no des doble vuelta, si ya está en tu casa ya no vengas avisarme. Te voy a esperar un buen rato y luego me voy.

La señora subió corriendo. Para cortar vuelta se subió por el mercado Primero de Mayo, llegó a su casa. Sus hijos ya estaban durmiendo. Buscó a su viejo pero no estaba. Cerró bien y se bajó. Al llegar, su suegra estaba durmiendo. La despertó.

–         ¡Ay, mamacita linda, no me andes espantado! ¿Qué pasó?

–         Ni ha llegado.

–         Vamos ahora a la Cruz Roja, al Hospital General, y cuando amanezca lo buscamos por todo Pachuca, casa por casa, nada le hace que digan que somos candidatos a diputados, porque esos cabrones así buscan el voto, te saludan de mano, pero ya que llegan a su puesto ni te pelan.

Llegaron al Hospital General y les preguntaron si tenía algún herido con el nombre de Miguel, y les dieron las señas. Les dijeron que no, que habían cambiado de turno, pero para que tuvieran una mejor información, que fueran en la mañana.

Preguntaron en la Cruz Roja. Les dijeron que tampoco, que  tenían un reporte de que habían llevado a un señor al hospital, pero estaba en terapia intensiva, y ahí no los dejaban entrar. Se despidieron, ya eran las tres de la mañana. Le dijo Ángela que le hablara su señor Jacinto para que se quedara en su casa, porque temprano lo iban ir a buscar. La señora dijo que la tenían bien pelona porque iban a buscar en las faldas de los cerros, en algún tiro.

Las dos señoras se unieron en un solo corazón, y estuvieron todo lo que faltaba para que amaneciera, subiendo y bajando el moco, y no durmieron de tanto estar chille y chille. No desayunaron y antes de que cantara el gallo, ya andaba preguntando por todos lados. Llegaron de nuevo a ver al comandante de guardia, pero ahora no para ver si estaba detenido, sino que estaba perdido.

Fueron al MP y levantaron un acta de que su señor Miguel Ramos Espinosa salió de su domicilio a trabajar a la zona industrial la paz, pero no ha regresado. Le dijeron que tenían que esperar las 72, horas, conforme a la ley, porque muchas veces andan los agentes buscándolos como locos, y resulta que se fueron con otra vieja, y regresan con la cola entre las piernas porque les pedía más de lo que tiene.

La señora abuela le dijo que no podía ser, ya que su señor es muy buena gente, todo un gato ratonero, se va a trabajar, regresa y ya no sale; amoroso con sus hijos, y cada semana lo primero que hace es caerse cadáver con el gasto. Le dijo el agente del Ministerio Público que también necesitaban unas fotografías recientes para pasarla a Alerta Amber Hidalgo y que salga en todos los diarios y en televisión.

Le dijo la señora Ángela que hay iba a estar lo cabrón, porque su señor es muy serio y no le gusta que lo retraten, únicamente usa su credencial, y no tiene más. Le preguntaron a la señora que si no tenía retratos de su hijo. Dijo que si tiene uno, que lo tiene encueradito cuando cumplió 6 meses. Les dijeron que en cuanto lo tuvieran se los llevaran y comenzaba la búsqueda.

Las señoras quedaron en cero, no arreglaron nada, y tampoco sabían cómo le iban hacer en comenzar a buscar. Le dijo la señora que fueran de nuevo al Hospital General, a preguntar como si fuera la primera vez, para que les dieran razón. Sirve que ahí afuera se aventaban unos tacos porque ya las tripas le chillaban, parece que se había tragado un gato.

Llegaron al Hospital y le preguntaron a una señorita:

–         Perdone doctora, ¿dónde puedo preguntar por un herido o lesionado, porque mi hijo no ha llegado a la casa?

–         Mire, váyase por donde entro y pregunte por la señora Laura, ella es la que se encarga de revisar los que llegan, los que se quedan y los que se van.

Preguntando a todas las personas que encontraban, llegaron con la indicada.

–         ¿Cómo dice que se llama?

–         Miguel Ramos Espinosa.

Mientras la recepcionista buscaba, ellas hacían jorobaditos con los dedos, pidiéndole a Dios que ojala y estuviera bien.

–         Miren, aquí tenemos a un señor que recogieron los de la Cruz Ruja en la calle de Ocampo como a las 3 de la tarde, el informe dice que al pasar por una banqueta le cayó desde la azotea de 6 metros de altura un bote lleno de mezcla. Se encuentra muy delicado porque tenía fractura de cráneo, lo operaron ese mismo día, pero a la fecha no ha reaccionado muy bien, nada más mueve los ojitos y está como changuito. Lo tienen en terapia intensiva, donde no podrán pasar a verlo. Esperen un momento, déjenme llamar al doctor.

Llegó un doctor gordo, mal encarado, ya viejo y les dijo:

–         ¿Ustedes son familiares del desconocido?

–         No sabemos quién es hasta que nos lo enseñen.

–         Llévelos, señorita, que lo vean por el cristal.

Las señoras se tropezaban rezando, pidiéndole a dios que fuera, nada le hace que quedara loco pero que estuviera vivo. Se asomaron por el círculo del cristal y gritó doña Ángela:

–         ¡Es él, es él!

Regresaron con el médico.

–         Mañana pueden venir a verlo, lo vamos a pasar al tercer piso en la cama 20, de una vez que le hagan el pase, y le verán a las 11 de la mañana.

Las señoras salieron muy contentas, y al día siguiente, a la hora que les dijeron ya estaban como aboneros en quincena. Pasaron con él y sí las reconoció. Lo llenaron de besos, y quedaron que iban a ir diario hasta que estuviera bien. A los 15 días lo dieron de alta, y lo primero que hizo la señora Ángela fue a comprarle un casco de bacinica, como los que usan los motociclistas de la policía municipal y estatal.