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LAGUNA DE VOCES

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* Vida más allá de la redacción

¿Cuánto tiempo de su vida es el que una persona debe dedicar a trabajar, y cuánto a disfrutarla sin las prisas de los horarios, la preocupación de los dineros, la afición a sentirse indispensable e irremplazable en una oficina que seguirá ahí, justo donde la dejamos, luego que pasen los primeros cinco años de nuestra ausencia?
    Tuve mi primer trabajo a los 18 años como corrector de galeras (las de ese entonces) en un periódico de la ciudad de México. Desde entonces a la fecha han pasado 38 años, ¡38 años! Y caigo en la sorpresa de que a los 57 cumplidos, enfilado rumbo a los 58, siempre había tenido por afición, y seguramente por gusto, vivir en la redacción del diario en que laborara.
    Resultaba una costumbre quedarme prácticamente solo, para estar al pendiente de la edición o bien como reportero de guardia, atento a que sonara el teléfono para ser el primero en llegar a cubrir la nota que ningún otro tendría, pero que regularmente tenían, incluso sin ir al lugar del accidente, que es lo más frecuente suceda en las madrugadas.
    Sin embargo estar en la mesa de redacción, donde se decide el titular que llevará el periódico a la mañana siguiente, es uno de los gustos que pocos se pueden dar, pero que a la postre acaba por convertirse en una obsesión por ver, antes que nadie, el rostro del que apenas está por nacer, y habrá de morir apenas pasadas unas horas.
    Descansar una vez a la semana, y por supuesto ni sábado ni domingo, se convirtió en una rutina, aceptada -ya casado- por la esposa y los hijos, y fundamentalmente por uno mismo. Como reportero el asunto era diferente, porque se podían adelantar o guardar notas de lunes a viernes, y simplemente mandarla temprano para llevar una vida normal, como los demás cristianos.
    Estar en la mesa de redacción es otro asunto, y más vale resignarse con gusto, porque llegar los sábados o domingos para intentar un cierre meteórico, es tan absurdo como irresponsable. Se haga lo que se haga, la salida siempre será después de la medianoche, para encontrar a toda la familia dormida, lista para empezar una nueva semana, en tanto que la de uno nunca termina.
    Pero es un trabajo que gusta, que permite llevar el pulso de la información, sentirla, sopesarla, distribuirla en las páginas, con encabezados que se repiten una y otra vez, hasta que uno finalmente gusta.
    Sin duda la vida se va más rápido en una mesa de redacción. Sin fines de semana reales, los días son igual de vertiginosos que la vida del periódico. No duran, se esfuman.
    Por eso la pregunta del principio. Porque soñar con dejar el último aliento y suspiro en la oficina suena bonito, casi heroico, pero francamente tenebroso. Se corre el riesgo de parecer un vampiro, con la piel casi transparente por vivir entre las sombras de la oficina, amén de ser el eterno protagonista de una soledad absoluta.
    No sé usted, pero se me antoja que más allá de las paredes de una oficina donde he vivido los últimos años debe existir algo, y creo que es la vida, la que pasa cotidianamente en las notas que leo y releo para cabecear, pero en las que no estoy, nunca estoy, porque escondido entre humo de cigarro y prisa, dudo mucho pueda crear una historia donde sea, finalmente, protagonista, y no más espectador.
    Eso creo.

Mil gracias, hasta mañana.

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twitter: @JavierEPeralta