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LAGUNA DE VOCES  

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* Luna lunera, cascabelera

           Toda la vida que conocemos cambia totalmente cuando se va la luz, y las lámparas que alumbran el parque de por si taciturno, se apagan. Los árboles pueden adquirir tonalidades misteriosas, a veces de miedo, pero lo que más sorprende, cuando hay oportunidad de verla, es la luna.

            La luna es la aproximación más cercana a nuestros sueños, y a ella le encargamos muchas veces el presente, el insomnio, para que lo cambie por el sueño que tanto se extraña. Tiene, como vigilante de la noche desde tiempos inmemoriales, el poder de ser la única luz que vieron durante muchos siglos nuestros antepasados.

            Ahora con la luz artificial hemos tomado la costumbre de olvidarla, y por lo tanto de acostumbrarnos a dejar de mirar el cielo, lo que se traduce, además de una postura de jorobados, en la imposibilidad de soñar como antes lo hacían los abuelos.

            Mi padre alumbró buena parte de su juventud con un quinqué, y con esto quiero decir, las eternas pláticas luego de la cena con su padre Ezequiel, igual que su tío Manuel que caminó en busca de poderes ocultos hasta el crucero de un camino.

            La luz taciturna de la única forma que tenían para alumbrarse, dio origen a multitud de historias que después logró rescatar su hermana Fortunata, para terror y noches sin dormir de sus sobrinos cuando acudíamos a la fiesta del pueblo el primer domingo de julio.

            Miraban con absoluta constancia la luna para predecir el tiempo, y de este modo saber si la madrugada en que salían al campo sería propicia para su labor. También a la hora de sembrar, porque si era apenas un remedo de risa presagiaba malos resultados, y todo lo contrario cuando estaba maciza, llena hasta desbordarse.

            La luz artificial trajo todo tipo de ventajas, y amplió el horario de vigilia, pero también acabó con la fantasía que atribuía figuras de todo tipo a un árbol, a la sombra de una rama, a la sombra de nosotros mismos.

            Porque, a diferencia de una gran lámpara por muy potente que sea, cuando el gigantesco reflector que llega del cielo a nuestro cuerpo, la sombra es glamorosa, sorprendente, cobra vida y se aleja por momentos de nosotros, que no atinamos a encontrar la posibilidad de recuperarla. Muchos la han perdido en días de oscuridad y una luminosidad absoluta del satélite nocturno.

            Además que, lo ha dicho el poeta, siempre es la mejor confidente a la mano de todo enamorado, y si bien no da soluciones a esos males del corazón, sí ofrece el consuelo de sus rayos, que rebotan del sol y aunque fríos, apacientan el alma.

            Resulta una confesión única decirle que a veces nos duele el alma, otras que nos brinca el pecho de felicidad, y muchas veces simplemente la necesidad de decirle que ella seguirá y nosotros nos iremos sin entender mucho de la vida. Ella sí lo sabe.

            Por eso resultaría una buena acción de consuelo para el ser humano, dejar de vez en cuando toda la ciudad sin luz, aunque está claro que no todos resultarían tan espirituales, y seguramente se multiplicarían los asaltos y todo tipo de tropelías.

            Luego entonces queda el campo, tirarse de espaldas en la hierba, y contemplar no solo la luna lunera, sino todas las estrellas que son sus acompañantes, y por alguna misteriosa razón seguramente encontraríamos paz y renovado interés en lo cotidiano de los días.

            Resulta ser, me dicen, que se había fundido una pastilla trifásica del alumbrado, de tal modo que mañana estarán de nuevo los faroles de luz amarillenta. Ya regresaremos con la luna, que seguirá en su lugar y contará historias como las de abuelo Ezequiel y tía Fortunata.

 

Mil gracias, hasta mañana.

 

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

twitter: @JavierEPeralta