La conquista de la Luna  

  • “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un paso gigante para la humanidad”

 

Caída la noche de aquel 20 de julio de 1969, después de las ocho de la noche, vi atónito en un televisor con imágenes en blanco y negro, como dos hombres de apenas 39 años de edad descendían a la superficie de la Luna; yo tenía 16 años y mi asombro era tal, que salí al patio de la casa para ver la Luna y buscar la nave que daba vueltas sigilosas sobre el satélite. ¡Qué ingenuo!

                Me repetía las palabras de Armstrong cuando descendió: “este es un pequeño paso para el hombre, pero un paso gigante para la humanidad”, porque no podía imaginar el alcance de la ciencia para impulsar una nave a una distancia mayor a los 300 mil kilómetros, y que además lo pudiéramos ver en vivo; descendió después Aldrin y por más de dos horas realizaron una caminata, para después de 20 horas regresar a la nave nodriza, donde Collins los esperaba para el regreso a casa.

                Por esta ocasión permíteme que te cuente una historia de mi corazón.

 

Ese 20 de julio, cursaba el primer año en la preparatoria número 7 de la UNAM, Ezequiel A. Chávez, y apenas tres meses antes mi madre había muerto; después de un parto y por una atención absurda de un galeno, mi madre sangró tanto que se fue cuando aún no cumplía los 40 años de edad, justo la misma edad de los astronautas. Solía buscarla en el cielo, porque una mujer única y tan generosa, no podía estar en otro lugar, fue así que cuando supe que el hombre llegaría a la Luna, a mi edad soñaba que la podrían ver y me entusiasmé. Me daba pena platicarlo porque ya no era un niño, pero estoy seguro que ese domingo 20 de julio de 1969, mi madre sí vio a los astronautas, y además de enviarnos saludos con ellos, me hizo quererla ver siempre mirándonos desde la Luna.

Mi madre era poeta, sabía alinear las palabras y decir muchas cosas, sabía que la Luna no era de queso, pero sí un refugio para el amor, sabía que la Luna llena era guía de los navíos en la mar, y que se le consideró una diosa en tiempos ya idos; sabía muchas cosas de la Luna, pero sabía más de nosotros sus hijos, que la buscábamos cada que la noche llegaba.

La llegada del hombre a la Luna se cifró más en mi mente, porque también mi madre llegó al cielo en el mismo año, inclusive antes que el Apolo XI.

El tiempo es como una tuerca que da vueltas cada día, sin embargo, hay fechas que reavivan momentos que nunca se apartan, porque, aunque los días vuelen, el amor de mi mamá siempre cae sobre toda su familia ahora ya ampliada.

En ese año en la radio escuchábamos: “Esos fueron los días” con Mary Hopkins, “Hey Jude” de los Beatles, “Eloisa” de Barry Ryan, y hasta “María Isabel” de Los Payos.

En México era presidente el mal recordado Gustavo Díaz Ordaz con historia negra de represión apenas un año antes, y en Estados Unidos lo era Lindon B. Johnson; la moda imponía el pelo largo en los hombres y pantalón acampanado, y en el mundo entero las mujeres usaban la minifalda, y recién estrenábamos la anticoncepción hormonal.

Sí, fue una gran conquista del hombre y de la ciencia, porque descubrimos que la enorme capacidad de soñar no tiene límites, y que solo es cuestión de esperar para que eslabón a eslabón los milagros sucedan.

Han pasado los años y pudiera ser que te parezcan como imágenes arrancadas en blanco y negro, o que ya 50 años son muchos, que el mundo ahora es mejor con la velocidad del ciberespacio, con los teléfonos inteligentes, o inclusive con las plataformas voladoras; seguro es que la modernidad nos azora a todos y debemos estar abiertos a lo nuevo y revolucionario de la vida; sin embargo, hoy te comparto que los aniversarios deben servirnos para la reflexión.

Mi mamá se fue el mismo año que el hombre conquistó la Luna, y yo creo que desde entonces la Luna refleja su sonrisa, su presencia constante, y teniendo todo el panorama de la Tierra siempre nos ha vigilado y cuidado con amor.

1969 fue un año de conquistas.

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