Momia mía

PEDAZOS DE VIDA

Fue en el bello y “mágico” pueblo  de Zacatlán de las manzanas donde la conocí aquella tarde de música en vivo y cerveza sin jugo de tomate. Este lugar quedó maldito como muchos otros a los que fuimos, en los que dormimos y disfrutamos de nuestros cuerpos, sin embargo el pueblo mágico de impresionante mural en la pared de su panteón dejaba ver que lo mágico no siempre es hermoso pero eso sí, siempre es una ilusión.

Después de aquella noche en la que me aventuré a luchar contra el dragón hecho de burlas que sus amigas hacían de mí, y de que por fin lograra tener la atención de la mujer que con recelo me miraba desde el otro lado del lugar, supe de sus propios labios, cómo es que se llamaba. Nombre que también ha quedado maldito en mi recuerdo junto con el sabor de la “manzana al horno”.

Mi estancia en Zacatlán era de una semana, de la cuál cinco días fueron los fantásticos, los primeros dos fueron perdidos, los últimos la gloria. Era lo que yo necesitaba, un romance de pueblo con una mujer de esas que se convierten en la perdición de uno. La costumbre se hace maldición y la maldición destruye. Aquella tarde, cenamos una salchicha envuelta con queso en una tortilla de harina enrollada con tocino, todo frito en aceite… una momia aderezada con mayonesa, catsup y salsa picante.

Siete meses duró aquello, como ya te dije, no fue el único lugar que quedó maldito, pero Zacatlán me dejó la mayor marca, porqué fue ahí donde comenzó todo, dónde cobró vida la relación, dónde comíamos momias como símbolo de nuestro “amor” que sería como una momia. Por siempre y para la posteridad.

Ay momia mía, ¿cuál amor? ni para siempre ni para la posteridad, las momias que venden atrás de la iglesia de Zacatlán, no son más que recuerdos de los ingredientes que al ser consumidos se convierten en lo mismo al salir del cuerpo, así lo nuestro una momia que se convierte en recuerdo, un tormento por siempre y para la posteridad.

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