“EL PLEITO”
Una vecindad en el callejón de Manuel Doblado, del populoso barrio de “La Palma”, todos los días parecía una olla de grillos: chillidos, gritos, pleitos, alegatas, ladridos de perros, mentadas de madre, y se soltaban los madrazos.
Un día, en el lavadero se encontraban en chinga loca, la señora María, quien junto con doña Carlota, platicaban sin dejar de lavar la ropa, que estaba tan sucia que el jabón se les cortaba. Y dijo doña María:
¡Ay, Carlotita! Me cae que ya no aguanto esta vida que llevo. Desde que Dios amanece, hasta que anochece, no paro de trabajar. Y a mi pinche viejo parece que le cortaron el ombligo en la cantina, pues llega siempre bien burro. Cuando estoy descansando me para a que le dé de tragar. Ese no perdona.
Comienza a hacer sus panchos, quebrando las cosas, me habla de trabajo, de sus amigos, luego se pone a chillar por su jefa, que se murió hace 10 años.
Cuando estoy más dormida me comienza a trastear y quiere
que hagamos el amor. Le digo que me duele la cabeza, y me
dice el cabrón, que eso es lo que hace falta, para que se me
quite el dolor.
¡No se empate, Mariquita! Igualito es mi viejo. Yo creo que el
cantinero les vende pulque muchachero, porque hay veces que no me deja en paz. Tenemos muchos escuincles y quiere más, pero el chiste no es hacerlos, sino mantenerlos.
Pero yo tengo la culpa, por juntarme con Blas. Mi madre me lo decía, que ni siquiera lo pelara, pero nos veíamos escondidas en un callejón oscuro, y ni hablar.
Cuando estaban más entradas en su platica llego la “Pelona”, la niña de doña María, dando unos gritotes que las espantó. Iba sangrando de una pierna y como pambazo del susto.
-¿Qué te pasó?
-¡Me mordió el perro de don Chon!
-¡Ay, cabrón! Por poco y te arranca una pata.
-¡No le para la sangre, Mariquita, mejor llévela a curar a un centro antirrábico, el perro de seguro tiene rabia, nunca lo bañan!
La señora le subió la pierna al lavadero y se la lavó echándole mucho jabón.
-¡Ahorita vengo Carlotita! Voy a reclamarle a la vieja.
Sacudiéndose las manos llenas de jabón, limpiándoselas con el babero, agarró a la niña de la mano y a pasó veloz, llegaron a la casa de don “Chon”, que se encontraba en el fondo de la vecindad. Como la señora estaba furiosa, tocó muy fuerte la puerta, y contestó doña Elvira:
-¿Quién?
-¡Su mera madre! Abra o le tiro la puerta.
-¿Qué quiere?
-¡Su pinche perro mordió a mi hija!
-¡El perro no tiene la culpa, señora. Los muchachos vienen a molestarlo! Cuando está echado durmiendo su siesta le avientan piedras, es lógico que se enoje, es como si yo le agarrara a usted la cola.
-¡Inténtelo!
-¡Ve! Todos nos enojamos. Le digo que mi perro es muy mansito.
-¿Mansito? No mame. Ese pinche perro, se ve que es bravo de nacimiento; es cruzado por muchos perros callejeros. A lo mejor tiene rabia, por eso quiero que vayamos al Centro de Salud, y le pague las curaciones.
-Mi perro tiene todas las vacunas, hasta la de la gripe. ¡No le pago nada y hágale como quiera! Si mi perro mordió a su hija, ahora que su hija muerda a mi perro y quedamos a mano.
-¡Ah, sí! Hija, ve por un garrote a la casa, y ahorita le rajo la madre al perro.
-¡Ya señora! No la haga de tos. Entiéndalo, su hija hizo encabronar al perro y por eso la mordió. ¿Qué quiere que haga?
Doña María se calentó y le dio una cachetada a doña Elvira, que por poquito la tumba. Doña Elvira se puso roja como chinicuil, y como está grandota, de dos madrazos tumbó a doña María; le dio de patadas. Uno de sus hijos fue a avisarle a su padre, que estaba muy contento con sus amigotes, contándoles un cuento:
-Una vez estaban unas gallinas echadas poniendo sus huevos, y una de ellas leía el periódico, y les dijo: ¡Hey, chicas, vengan y escuchen lo que dice el periódico! El presidente municipal, mañana pondrá la primera piedra, pobre cuate, si a nosotras nos duele la cola al poner un huevo, imagínense al pobre, poner una piedra”.
Le dijo uno de sus cuates:
-¡No seas mamila, Blas! Mejor vamos a echarnos la caminera.
-¡No! Tengo que ir a ayudarle a mi vieja a cargar las bolsas de mandado, luego llega pujando, la cabrona, y si me ve que estoy aquí comienza a echar sus truenos.
En esos momentos entró su hijo corriendo:
-¡Papá, papá! ¡Están madreando a mi jefa!
Como le habló al tiro al Blas, se estaba ahogando con el pulque, que se le fue por otro lado, y le dio una tos muy violenta, que se puso morado, las venas del cuello parecían reventársele. El cantinero le echó aire con su sombrero, mientras “El Chirimoya” le daba golpes en el lomo, y otro de sus amigos se le paró enfrente y le decía:
-¡Mira, un pajarito!
Durante varios minutos trataron de volverlo en sí, le pegaron más duro en el lomo, y poco a poco fue recuperándose y nada más hacía:
-¡Cajum! ¡Ummmm! ¡Agg!
Respiró varias veces, se tomó la caminera y salió corriendo a apoyar a su vieja, a quien encontró con un ojo cerrado y el otro de rendija, y con el hocico roto, toda desgreñada, llena de tierra.
-¿Entre cuántas te golpearon, vieja?
-¡Nada más doña Elvira! !Pinche vieja, me agarró descuidada!
-¡Újule! Yo pensaba que eras más brava, pero valiste madre.
-Me sorprendió!
-¡No me digas que te dio un faul y por eso te ganó! ¿Por qué fue el pleito?
-¡Su perro mordió a “La Pelona”. ¡Hija, ven!
La chamaquita le enseñó la pierna a su padre, que hizo gestos.
-¡En la madre! ¡Por poco y te la arranca!
-Dame un lazo, ¡ahorita voy a sacar de su casa a ese pinche perro, y lo voy a matar públicamente!
-¡Ten cuidado, porque ya llegó su señor!
-Entre hombres se arreglan mejor las cosas. Si quieres acompañarme para que aprendas cómo se resuelven los problemas.
Blas llegó caminando, muy nalga, tocó la puerta de una patada, y salió a abrirle don Chon, un señor que trabajaba en el rastro cargando reses, y estaba muy mamado.
-¿Qué se le ofrece? No ande tocando de esa manera, parece que está en su chiquero.
-¡Vengo a llevarme a su perro en calidad de detenido, porque mordió a mi hija y necesita un correctivo!
-¡Pase por él!
Blas como estaba medio borracho, se metió al patio de la casa con el lazo que llevaba, le hizo una gasa en la punta, y le daba vueltas como le hacen los charros para echar una mangana, para alazar al can, que nada más se lo quedaba mirando. Falló varias veces, hasta que logró lazarlo del pescuezo, y al jalarlo, el perro se le aventó encima.
-¡Ay! ¡Quítenmelo!
El animal no lo saltaba de un brazo y le buscaba el gañote. Blas gritaba desesperado, hasta que “Chon” le quitó al perro, y lo metió a su casa. Blas tenía el 60 por ciento de cuerpo lleno de mordidas, más en la nalgas, que las paraba al tratar de levantarse.
-¡Usted está de testigo que su perro está rabioso!
-¡El que está rabioso es usted, pinche viejo borracho. Ahora yo le voy a rajar la madre!
-El pobre Blas recibió una madriza, que lo dejaron todo sangrado y chipotudo. Salió todo revolcado, y le dijo a su vieja:
-¡Ya ves, por andar buscando pleitos!
-¿No que eras muy chingón?
-¡Me agarró descuidado, igual que su vieja te agarro a ti!
-Vamos a poner un demanda en el ministerio público, para que los metan al bote.
Doña María le preguntó a uno de sus hijos:
-¿Por qué el perro de doña Elvira mordió a tu hermana?
-Estaba durmiendo, le amarramos un cuete en la cola, le prendimos, y andaba como loco; luego se volteó y nos correteó. Mi hermana se apendejó, se quedó de babosa, y el perro la mordió.
La señora María comprendió que sus hijos tuvieron la culpa, y ya no le buscó ruido al chicharrón.