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Sueños son mi realidad

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LA GENTE CUENTA

-Oye
-Sí, dime.
-¿Ya viste aquella nube?
    Felipe alzó la vista hacia el cielo. Era un tiempo apacible, no había contaminación, mucho menos ruido. Podría estar a un lado de su novia, Joana, echados en el pasto del parque y ver el tiempo pasar.
    -No, amor, ¿cuál nube?
    -Aquella, la que parece un ave.
    Inclinó la cabeza un poco para poder vislumbrar la forma a una de las nubes, y por más que se esforzó, no logró hacerlo.
    -Sí, mi amor. Ya la vi.
    -Yo la veo y me recuerda a una paloma. Así, con su color blanco de las nubes.
    Felipe tomó la mano de su amada por un instante.
    -Ay, amor, me agrada mucho tu imaginación.
    Joana va más allá, y se acurruca junto a Felipe, mientras él rodea su estilizada figura con su brazo.
    -¿Sabes algo, Felipe? Tanto tiempo que pasé sufriendo por cosas infantiles, y jamás me di cuenta que todo lo que necesitaba era a ti.
    -Por favor, amor, no pensemos en eso…
    -Es que fui tan estúpida… Tus consejos, tus palabras, todo aquello fue para conquistarme, y jamás lo vi de esa manera.
    -Joana, por favor. Mejor sigamos observando las nubes, pensemos en lo felices que ahora somos.
    Ella decidió ya no volver a hablar de aquel tema, y en cambio, se dispuso a observar detenidamente a Felipe.
    -¿Qué sucede?
    -Hoy te ves más guapo.
    Felipe no evitó mostrar cierto bochorno en su rostro por esa muestra de cariño de Joana.
    -La verdad, tú te ves muy fantástica.
    La chica alisó un poco su vestido, una estela de flores con un fondo rojo brillante, el mismo color que sus labios. Ella también se sonrojó.
    -Bueno, es que me puse este vestido pensando en ti.
    Felipe volvió a mirar al cielo, con cierto brillo en sus ojos; Joana interpretó la señal.
    -¿Sabes? A veces le agradezco a la vida por dejarme entrar a la tuya. Era algo que deseaba, y ahora que te tengo aquí, tirados en el pasto, mirando las nubes, creo que no puedo sentirme más feliz.
    Sus rostros comenzaron a acercarse lentamente. Antes de que Joana juntara sus labios con los de Felipe, comenzó a musitar.
    -Ya es tarde
    -¿Qué?
    -Ya es tarde. Tienes que levantarte.
    Felipe despegó los ojos con dificultad, haciendo un mohín de molestia, abrazando la almohada, mientras que unos incipientes rayos del Sol inundaban su cuarto.  
    -¿Qué pasó, hijo? ¿Se te volvieron a dormir los gallos? –se burlaba su madre a lo lejos, mientras movía la escoba de un lado a otro.