El fin práctico de las artes

La opinión de: Guillermo Fadanelli
    •    La creación artística no es responsable de la pobreza o la corrupción, por el contrario, ofrece certezas de la existencia humana


Luis Cardoza solía decir: “La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”. Respaldo esta afirmación; el arte nos da noticias de nuestra existencia, ratifica que somos seres complejos y que, a partir de nuestra experiencia, tenemos la capacidad de inventar mundos alternativos al real y formas expresivas inéditas. En suma: hacemos de la imaginación y la creatividad herramientas para fortalecer la libertad, el conocimiento y la diferencia. Una sociedad que no respeta la singularidad de sus individuos, que no fomenta su inteligencia o su capacidad de reflexión, y que lesiona su libertad a través de la manipulación, el poder parcial, la tiranía o el decreto monárquico se halla condenada a una perpetua crisis humana. El arte y el lenguaje producen crítica y ésta, a su vez, edifica la noción del arte. Crítica, sorpresa, reflexión e incluso rechazo son expresiones de la sensibilidad alterada y conmovida por cualquier obra artística.
Un coleccionista de arte, llegó a confesarme alguna vez que él, en realidad, habría preferido coleccionar artistas, encerrarlos en jaulas y observar su comportamiento detenidamente. No bromeaba, pues su curiosidad por esos extraños seres era más que genuina. Efectivamente, este hombre deseaba poseer al artista y a su obra, puesto que la necesidad de apropiación que suscita el objeto artístico es una de sus características más destacables.
¿Es necesario exclamar, una vez más, que la crisis económica y ética que afecta a la sociedad mexicana desde hace varias décadas continúa haciendo estragos? La pobreza económica, la corrupción, la educación básica destartalada y la glotonería mediática se han convertido en enfermedades crónicas. La creación artística no es responsable de estas lacras, al contrario, ofrece certezas de que la existencia humana no es banal y de que un individuo no tiene que conformarse con la imposición de una vida social desgraciada a la que, en la mayoría de los casos, considera injusta. Hace varios días una senadora se pronunció en contra del mecenazgo y patrocinio de las artes por parte del gobierno. No entraré en detalles al respecto, pues no encontré una postura persuasiva, sino más bien vehemente y alineada (y muy respetable de no ser por el escaño que ella ocupa). La pobreza afecta también a muchos artistas y los obliga a entrar a la jaula del mercader, a realizar trabajos que limitan su producción, a abandonar su obra, a comprometer su libertad creativa. Es un tópico inocente afirmar que si una persona es en verdad un artista crearía su obra tanto en la pobreza como en la riqueza. Quien afirma algo así denota que jamás ha sufrido carencias o que duerme en establos de oro y plumas.   
La izquierda acomodada, “exquisita” o “divina” (como la denominaron Tom Wolfe y Jean Baudrillard, respectivamente), o la “derecha” pudiente o adinerada pueden despotricar contra las becas a artistas o investigadores porque la ausencia de ellas les resulta indiferente. (En relación a los términos “izquierda” y “derecha”, creo que continúa siendo de provecho El hombre sin alternativa, de Leszek Kolakowski. Recordemos que los conceptos son maleables y modificables, no palabras bíblicas). Cualquier cantidad que lleva en la bolsa un líder sindical, un magnate de monopolios y medios de comunicación, un accionista bancario, o un potentado financiero (todos ellos intocables), es muy superior a todas las becas reunidas que el gobierno, en nombre del Estado, dispone para los artistas. Me siento incómodo intentando reunir en un sólo término la diversidad temática, temperamental y creativa, pero estoy seguro de que no exagero la importancia de su papel en sociedades cuya inequidad económica es cruel. La educación y las artes crean cultura común y su descuido es imperdonable. Para darle gravedad a mis palabras me encomiendo a John Stuart Mill y John Dewey. Y que sus libros e ideas nos acompañen.

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