Alguien se pregunta ¿por qué los mexicanos nos empezamos a sentir mal después de los 40 o 45 años, cuando antes de esa edad aunque comamos mal, fumemos, no hagamos ejercicio y estemos gorditos simplemente no pasaba nada? Alguien se pregunta ¿por qué México comparte los primeros lugares mundiales en sobrepeso, obesidad y diabetes y nuestra esperanza de vida está estancada en 75 años y como país perdemos millones de años de vida saludable? Alguien se pregunta ¿por qué nuestro sistema gasta en enfermedades cardiacas y diabetes la mitad de su presupuesto anual en salud?
La respuesta es sencilla, seguimos siendo un sistema curativo. Parecería simplista reducir la respuesta a estas preguntas a una pequeña oración cuando muy diversas y educadas opiniones han tratado de dar respuesta a éstas y otras preguntas similares. Sin embargo, México está pagando el costo del éxito que nuestro sistema de salud tuvo a mediados del siglo XX cuando la mortalidad se concentraba mayormente en enfermedades infecciosas, lesiones o epidemias.
Ahí el sector salud mexicano construyó infraestructura hospitalaria comparable con cualquier país desarrollado, entrenó a los mejores médicos especialistas y a los mejores salubristas públicos, y amplió la cobertura en salud con instituciones como el IMSS, el ISSSTE y los Institutos Nacionales de Salud.
También se mantuvieron y se fortalecieron en el tiempo políticas públicas de avanzada como la vacunación; se redujo considerablemente la muerte materno infantil y otras enfermedades relacionadas con el rezago social, y recientemente se incrementó significativamente el financiamiento a través del Seguro Popular, lo que en su conjunto duplicó en pocas décadas la esperanza de vida de los mexicanos.
Los factores de riesgo de las enfermedades cardíacas y la diabetes se van presentando de manera gradual y silenciosa desde la juventud y en su mayoría no se sienten, hasta que en la edad adulta se expresan en infartos, derrames cerebrales y/o amputaciones, ceguera o insuficiencia renal crónica. Por ejemplo, un adulto de entre 50 y 60 años con diabetes no controlada a tiempo puede caer en insuficiencia renal y pasar los 5 últimos años de su vida con hemodiálisis (terapia de sustitución renal) y entradas permanentes al hospital, con una pésima calidad de vida, además de perder alrededor de 10 años respecto de su ya limitada esperanza de vida (75 años). Hoy desgraciadamente sólo el 25% de los diabéticos están controlados, lo que implica que el sistema curativo los va a seguir conociendo en urgencias o en el quirófano en la edad adulta y la mayoría de su tratamiento paliativo se dará en el hospital, con la carga financiera que esto implica.
Ante estos fenómenos, un sistema que espera al paciente para curarlo de una infección o una lesión, hoy ya no sirve. Necesitamos un sistema que se anticipe a la ocurrencia de la enfermedad a partir de identificar en edades tempranas los factores de riesgo. Desde la regulación se han hecho esfuerzos considerables para mejorar el etiquetado de alimentos altamente calóricos y refrescos. La publicidad de estos productos ha sido restringida y se han legislado impuestos a los mismos, lo que seguramente dará resultados positivos en el medio y largo plazo. Solamente existe un actor que le puede dar la vuelta a este problema y es el sistema de salud público.
En un sistema curativo, pongamos el ejemplo hipotético de Santiago, un estudiante de prepa pública de 16 años que por estadística tiene 36% de probabilidad de tener sobrepeso u obesidad. Santiago a los 30 podría ser prediabético sin sentirlo y sin enterarse, y por ahí del 2045 el sistema de salud lo conocerá por el área de urgencias u hospitalización ya con diabetes.