LA GENTE CUENTA
-Ya, díganme la verdad. ¿Quién fue?
Sonia movía el pie de forma rítmica, a la vez que el impacto de sus tacones sobre el suelo resonaba en cada una de las paredes, haciendo que el interrogatorio se tornara dramático. Julián y Manuel, con los ojos misericordiosos, dignos de cualquier niño de cinco años, trataban de convencer sus inocencias.
-¿Me van a decir quién fue, verdad?
En el fondo de aquella escena, una mesa pequeña se caracterizaba por tener solo un mantel encima, pues acababa de sufrir un peculiar accidente que le costó la existencia al jarrón de barro, hecho a mano, recuerdo de uno de los tantos viajes que habrían hecho los tres, y que ahora yacía inerte sobre el suelo.
Los hermanos frotaban de forma nerviosa sus manos sobre su pantalón, tratando de secarse de las manos el sudor tan copioso que brotaba de ellas. De vez en cuando, los pequeños intercambiaban miradas de complicidad, suplicando jamás revelar el secreto.
-No me queda de otra –advirtió Sonia-. Tendré que contar hasta tres para que me digan la verdad –e inició el conteo-: una… dos…
Los chicos abrieron los ojos con verdadero terror: sabían perfectamente lo que sucedía en cuanto su madre terminaba de contar el número tres.
-Hay que decirle –suplicó temeroso Julián.
-Pero, lo prometimos –murmuró Manuel, tratando de disuadir a su contraparte.
-De todas maneras lo va a saber. Yo sí le voy a decir.
Y aunque Manuel trató infructuosamente de hacerlo callar, Julián hizo su confesión.
-Fue Manchitas.
Sonia no se esperaba esta respuesta. ¿Fue quién?
-Sí, mami –comenzó a detallar Julián-. Es un gatito que nos venía siguiendo cuando salimos de la escuela. Creo que también pudo brincar la reja, porque se puso a jugar con nosotros en el jardín. De pronto ya no lo vimos, hasta que oímos el ruido.
La madre miraba incrédula. Julián se especializaba en fantasear, pero esto ya era el más grande colmo.
-Yo les di la oportunidad, pero ahora van a ver. Se van a quedar sin videojuegos, sin domingo, y sin salir, por mentirosos.
Sonia la hizo de escolta de sus hijos hasta llegar a su habitación. Abrió la puerta de un golpe, y un pequeño gato, de manchas negras, salió asustado de aquella oscuridad hasta perderse en la entrada de la casa.