Antonio Pérez García era un perforista de la mina de San Juan, estaba casado con la señora Natalia Hernández, vivían en la última casa del callejón, pegado casi a la carretera que sale a Real del Monte. Siempre pasaba a la cantina “La Hermosa Mila” a echarse su pulque, su vieja lo esperaba con la mesa puesta, el plato servido y llegaba a mover oreja.
Un día se pasó a la cantina, y salió a las 7 de la noche, estaba oscureciendo, cuando entró al patio de su casa escuchó unos gritos, que parece que le estaban apretando el gañote; corrió como loco a ver qué pex, encontró a su señora arriba de la mesa, como si estuviera bailando un jarabe tapatío.
- ¡Ahí, ahí está!
Señalaba con el dedo, sin dejar de gritar.
- Una rata, está debajo de la vitrina, ¡mátala!
Don Toño se agachó a asomarse. De momento le salió la rata, que lo espantó y se fue para atrás, pegándose en el suelo en la cabeza.
- ¡Ah cabrón! Si parece conejo.
Con un palo en la mano, se levantó y vio que la rata se metió debajo de la mesa, donde estaba la señora, y como loco, comenzó a tratar de darle al roedor, que se iba para un lado y para el otro, la señora no dejaba de gritar.
- Ya salió, viejo, se metió debajo de la estufa, dale duro con el palo.
Don Toño era burlado, porque el animal se metía y se salía, eso lo hizo enojar y con la escoba trató de darle en la madre, tirando la estufa, a la que se le rompió el depósito de petróleo, luego el trastero, quebrando los trastes.
Le sudaba el coco y la señora lo estaba dirigiendo desde arriba:
- Allá, se fue para allá, ya se vino, viejo, otra vez se fue.
Sudoroso y muy enojado, le dijo a su señora:
- Bájate a ayudarme.
- ¡No! Me da mucho miedo.
- Entonces cállate el hocico, porque por eso se espanta.
La señora se bajó:
- Lo que pasa es que te está mirando la cara de pendejo, a ver dame la escoba.
La señora se empino a ver dónde estaba la rata, al localizarla, le picó con el palo de la escoba y salió pasando por sus pies: la mujer, muy espantada, aventó la escoba, subió a la mesa y le volvió a gritar:
- Allá va, no dejes que se escape.
La rata corrió y se perdió en el rincón de la casa. Antonio fue a ver por qué ya no salió, dándose cuenta que ahí había un agujero. Se les había escapado, puso el bote con agua tapando el agujero, y le dijo a la señora:
- Ya se escapó, voy a ver a mi compadre para que me diga a dónde sale el agujero, y además como está construyendo, que me preste unos kilos de grava, cemento y cal, para taparlo. Ahorita vengo.
- Voy contigo, ¿qué tal si sale? Me da mucho miedo.
- Está bien,
La señora lo agarró muy fuerte del brazo, como estaba oscuro, se tropezó y cayó al suelo, llevándose a su marido de corbata. Se levantaron, ella echándose saliva en sus rodillas y Antonio sobándose las nalgas.
- Te estoy diciendo que me esperaras, pero has de venir de cola, ¡que madrazo nos dimos!
Llegaron a la casa de su compadre, al salir los saludó muy contento:
- ¡Qué bueno que vienen a vernos, pásenle!
- No agradezcas mi visita compadre, vengo a pedirte que me prestes cemento cal y arena, para tapar un agujero donde se metió una
- Llévate lo que quieras.
Llegando a su casa, se puso en chinga loca, abrió más el agujero y lo cargó de mezcla, tapándolo con piedras y cemento.
- Esta pinche rata ya valió madre, ahí quedó
- Antes de dormirnos, vamos a hacer cuentas de lo que me quebraste, para que mañana que vayamos al centro, pasemos al mercado a que lo compres.
- Pero, ¿para qué hacemos cuentas? Son vasos, tazas y platos.
- Además se rompieron los vidrios de la vitrina, a esta silla le volaste una pata.
- Vamos a dormirnos, vieja, ya es noche, pero antes vamos a levantar los tepalcates.
Para arreglar y dejar limpio, se tardaron horas, y se durmieron tarde. Don Toño, por la mañana fue a la mina a pedir permiso para ir a comprar lo que se quebró, y echar un ojo, a ver si no se había escapado la rata.
Al otro día se fue a trabajar, cuando estaban en el comedor de la mina, Antonio les platicó a sus compañeros la aventura que habían pasado él y su vieja correteando a una rata.
- La cosa estuvo dura, pobre de mi vieja, temblaba como gelatina y estaba muy espantada, me cae que si no llego a tiempo da el mulazo, cayéndose de la mesa, cuando pasó la rata junto a mí sentí un horror tremendo, que casi me oriné en los pantalones. Pero fuimos a comprar veneno, una ratonera grande y martillos de dos picos, por si sale, ella sola la
Uno de los mineros le dijo:
- No se haga ilusiones, don Toño, ni poniéndole todo eso la va a matar. Yo tengo un método, que no falla, que al probarlo la rata, se pone con las patas para arriba, ahora que salgamos, vamos a ver a mi compadre que trabaja en Loreto, en el departamento de cianuración, el cianuro es el veneno más poderoso, que tan solo a olerlo, se mueren. A la salida vamos a su casa, vive en El Arbolito. Pero no hace los favores de gorra, tenemos que dispararle el pulque del bueno.
- ¿Estás seguro de que no falla?
- Sí, una vez que salió de trabajar, no se lavó la cara, al llegar a su casa, su vieja le dio un beso en el cachete y ya se andaba pelando.
- Ya dijiste, ¿me esperas o te espero?
A la salida se fueron a buscar al “Niño”, el compadre de su amigo; le soltó la sopa y le dijo que sí.
- Mañana te lo tengo.
Don Toño llegó a su casa, ocultándole a la señora lo que ibana hacer, y le preguntó:
- ¿Qué has hecho toda la mañana?
- Haciendo el quehacer, echándole un ojo a la tumba de la rata, a ver si no se ha salido, todo está como dijiste.
- Voy a quitar las ratoneras, ya mañana estaremos seguros de que esa rata, si no muere en su agujero, será en otro lado, pero va a pasar a mejor vida.
Al día siguiente Toño se fue a trabajar, después se puso de acuerdo con su ayudante, para que fueran a la casa de su compadre, que les iba a dar el cianuro. Llegaron y se saludaron:
- Venimos por lo que le dijo su compadre.
- Ya tengo el cianuro, solamente vamos a prepararlo, debemos manejarlo con mucho cuidado.
- Como digas.
Ve a la tienda y compra dos bolillos.
A su regreso, “El Niño” se puso guantes, una máscara, partió el pan como si fuera a hacer una torta, con el mayor cuidado, metió el cianuro en cada bolillo, y los enredó en su servilleta, todo lo hizo con mucho cuidado. Se lavó las manos como cirujano y le dijo:
- Mételos en el guangoche.
- Gracias, no sabe cómo se lo agradezco.
- Echándonos un melón, ya invité a unos cuates.
Llegaron a la “Veta de Santa Ana” y le preguntó al cantinero:
- ¿Te trajeron el mejor pulque?
- Simón, tienen apartada aquella mesa, allá les van a servir.
Así, entre platicas, se pasaron el tiempo y cerca de las 10 de la noche, se despidieron. Don Toño, a pesar de ser el mejor pulquero de la mina, le había pegado: de momentos se iba de lado, estaba bien borracho. Le pregunto a un señor que bajaba:
- Perdone, señor, ¿usted sabe dónde vive Antonio Pérez?
- No se haga pendejo, es usted,
- Ya lo sé, pero, ¿dónde vive?
- Ahí, váyase derecho.
Con mucho trabajo, llegó a su casa, apenas podía dar el paso; su señora fue a alcanzarlo, lo metió a su casa, le quito su guangoche y lo acostó en la cama.
- Pobrecito de mi viejo, es campeón del pulque, pero ahora valió madre.
Se llevó el guangoche y al ver que tenía la servilleta, saco los bolillos, y dijo en voz alta:
- Se acordó de mí, me trajo unas tortas.
Al día siguiente, después de que cantó el gallo, Antonio buscó a su vieja, y no estaba a su lado, la fue a buscar y estaba tirada, muerta, a un lado estaban los bolillos, a uno de ellos le faltaba un pedazo, que era de una mordida. No sabía qué hacer, llamó a la policía y se lo llevaron al Ministerio Público; investigaron que había muerto por envenenamiento. No quiso decir dónde compró o consiguió el cianuro, o quién se lo dio; en el juicio le echaron 20 años de cárcel.