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Un Infierno Bonito

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“EL CALLADO”

Mandaron a nuestro contrato de la mina al nivel 370, a un cuate que le decían “El Callado”.

Era de nuestra misma edad, unos 20 años, pero muy tonto. Para que ustedes lo identifiquen, si conocen a un pendejo, este sería su ayudante, aparte de eso tenía una mirada triste, y se le veía en su cara como si quisiera chillar, y para acabarla de chingar, se llamaba Silvino.
Para una de mis mayores desgracias, me lo mandaron de pareja. Teníamos que subir anillados unos 50 metros de altura. El anillado son unos troncos de árboles con más de un metro de largo y que pesaban unos 60 kilos.
Los teníamos que subir por escaleras, y nos tocaban 10 a cada uno. Para mi estaba cabrón, yo pesaba 48 kilos, pero en la mina no se fijan si pueden hacerlo o no. Ellos te mandan y les vale gorro, son unos méndigos. Busqué la forma de subirlos,  lo más práctico era ponerle unos lazos, como si fueran tirantes y cargarlos en la espalda como mochila. Mi compañero los amarraba con una reata y los jalaba, descansando continuamente, habíamos subido cinco y descansamos un rato.
-¿Estás cansado?
-Sí.
-¿Quieres agua?
-Sí.
-¿Eres de Pachuca?
-Sí.
-¿Qué no sabes decir otra cosa cabrón?
En un momento me hizo enojar, pero luego comprendí que era imposible hacer hablar a un burro.
Seguimos trabajando pero no me había dado cuenta que mi compañero, amarraba el anillado pero en la otra punta, se amarraba de la cintura. De pronto se vino hacía abajo el anillado llevándoselo de corbata, para su suerte eran pocos metros.
Escuché cuando cayó, sonó a bote viejo, llegue con él y se sobaba una pierna, estaba descalabrado, en la rodilla tenía una herida grande, hacía gestos de dolor, con la franela se limpió la sangre de la cabeza, y se amarro la rodilla, y sin decir palabras, intentó subir nuevamente, le dije:
-¿Dónde vas?
-Tengo que seguir trabajando.
-Descansa un rato a ver si te para la sangre.
Yo también estaba cansado y tenía un problema, otra de las cosas que les pasa a los mineros, es que nos salen tlacotes, (son barros enterrados, pero grandes y duelen a madres) hasta calentura da, a la fecha no sé por qué salen, algunos dicen que por el calor, otros dicen que por la madera podrida, y salen de la cintura para abajo. Cuando ya se tienen comienzan a doler, y se pone colorada la zona, hay que esperar que brote un punto blanco, y cuando sale, el roce de la ropa no se aguanta, teníamos que ir al hospital de la compañía.
Allá las enfermeras los sacan con unas pinzas y los exprimen con todas sus fuerzas, y los hacen gritar como marranos. Son tan dolorosos, que el doctor del hospital da dos o tres días de incapacidad. A mí me había brotado donde comienza la nalga, de abajo hacia arriba, y me molestaba mucho, me había lastimado el anillado, para mí era tan grande el problema, que tenía que quitarme el calzón, y con mi franela hacerme una falda como bailarina.
Fui a ver a mi compañero, y le dije:
-Si te pregunta el encargado qué te pasó, le dices que te resbalaste, no le digas que te amarras con la otra punta del lazo porque nos chingan a los dos.
Pero se me quedó mirando y me dijo:
-Yo tengo que seguir, es mi primer día de trabajo y necesito dinero porque mi jefa está enferma.
Como a la media hora llegó el encargado, que como estaba flaco y alto, le decíamos la “Tripa”; al verme le dio gusto.
-¡Ese es mi Gato Seco! Qué bueno que ya acabaste temprano.
Se quedó mirando a mi compañero, y me preguntó.
-¿Qué  le pasó a este? ¿Lo atropelló el motor?
-Se cayó.
-¿Te caíste? ¿Cómo?
-Me resbalé, señor. Me vine abajo con todo y anillado,
-¿Qué así naciste de pendejo o te graduaste con el tiempo? ¿Cuántos anillados han subido?
-10. Entre los dos.
-¡Chinguen a su madre! Yo pensé que habían terminado, 10 pero cada uno.
-Y tú, cabrón… mira cómo andas, pareces bailarina enseñando todas las nalgas.
-Es que se me reventó un tlacote.
-¿Por qué no me dijiste? Hubiera mandado a otro en tu lugar.
-Mañana lo mandas y nos dejas descansar hoy.
-¡Sí, cabrón! Qué fácil…  Me urge que suban el anillado.
Al día siguiente fui al hospital y me dieron tres días de incapacidad, cuando regresé me mandaron a subir cuartones y medias cañas, me daban trabajo de obra negra.
Les pregunté a mis compañeros:
-¿Dónde anda el “Callado”?
-Se fue al hospital para que lo curen, ese cuate está salado, el primer día de trabajo y se lastima…
Al mes regresó, comenzamos con la misma tarea, al salir del turno se le cayó una pegadura que le fracturó un brazo. El minero tiene una creencia o superstición, que cuando alguien se lastima seguido, es porque la mina no lo quiere, y para su seguridad debe salirse, lo mismo que cuando llega la hora de irse a trabajar, y no le dan ganas. No debe de ir, porque le está diciendo que va a sufrir un accidente.
Estábamos en el comedor, la comida de los mineros es muy pobre, en una parrilla calentábamos los tacos que llevábamos. La mayoría era de frijoles. Otros llevaban de chile pasilla con huevo, había compañeros, que en un frasco llevaban arroz con caldo de frijol, y lo echaban en un plato y sopeaban con la tortilla, otros llevaban un pedazo de carne para darle sabor al caldo. El que la llevaba decía:
-Uno entre diez no toca el pedazo de carne, me la chingo yo solo.
Y de un bocado se la echaba. Los demás llevaban tortillas que dejaban tostar en el comal y nos las comíamos con sal, esa era nuestro alimento diario.
De tomar, algunos llevaban pulque en botellas de dos litros, ellos le llamaban “La niña”. Otros tomaban agua simple o llevaban refresco.
Mientras comíamos, nos platicaba Panchito. Así le decíamos porque era una chingaderita de hombre.
-Mi padre nos platicó, que a uno de mis tíos la mina no lo quería y terminó dándose en toda la madre, lo mismo pasa cuando uno no quiere ir a trabajar.
-¡Eso es huevonada pendejo!
Respondió Panchito:
-¡Me cae que no! Un día entraba a las seis de la tarde, ya casi era la hora, no me dieron ganas de ir. Mi pinche vieja comenzó a rebuznar, diciéndome de cosas, y para que no estuviera chingando me fui de mala gana. Cuando iba a llegar a la mina, me daban muchas ganas de regresarme pero recordaba la jeta de mi vieja. Yo era ayudante de motorista y estábamos llenando la primera corrida, y al echarse para atrás el motor, que se descarrila la concha y ¡chíngale! Que me apachurra en la roca, hasta soné como claxon. Me rompí este hueso que tenemos aquí, ¿cómo se llama?
-Esternón.
-Ese mero, me cae que ya me estaba petateando. Duré seis meses internado, dicen que me pusieron una placa de aluminio, miren como tengo, ¡tiéntenle!
-A mí se me hace que te vieron la cara de pendejo, te han de haber puesto un pedazo de fierro viejo, porque está todo chipotudo,
-Vieran visto a mi vieja, me fue a ver sin dejar de chillar la cabrona, se sentía culpable por mandarme a trabajar sin ganas. Ahora me la traigo bien apantallada, cuando no tengo ganas de ir a trabajar le digo:
-Hoy no quiero ir a trabajar vieja.
Y me responde rápido:
-¡No vayas, no vayas!
-El día que se de cuenta que la vacilas te va a dar en la madre.
-¡A mí me la pela! Está grandota y bien mamada, pero son dos veces que me la sueno por ponérseme a las patadas.
Le preguntó “El Ranchero”:“EL CALLADO”

Mandaron a nuestro contrato de la mina al nivel 370, a un cuate que le decían “El Callado”. Era de nuestra misma edad, unos 20 años, pero muy tonto. Para que ustedes lo identifiquen, si conocen a un pendejo, este sería su ayudante, aparte de eso tenía una mirada triste, y se le veía en su cara como si quisiera chillar, y para acabarla de chingar, se llamaba Silvino.
Para una de mis mayores desgracias, me lo mandaron de pareja. Teníamos que subir anillados unos 50 metros de altura. El anillado son unos troncos de árboles con más de un metro de largo y que pesaban unos 60 kilos.
Los teníamos que subir por escaleras, y nos tocaban 10 a cada uno. Para mi estaba cabrón, yo pesaba 48 kilos, pero en la mina no se fijan si pueden hacerlo o no. Ellos te mandan y les vale gorro, son unos méndigos. Busqué la forma de subirlos,  lo más práctico era ponerle unos lazos, como si fueran tirantes y cargarlos en la espalda como mochila. Mi compañero los amarraba con una reata y los jalaba, descansando continuamente, habíamos subido cinco y descansamos un rato.
-¿Estás cansado?
-Sí.
-¿Quieres agua?
-Sí.
-¿Eres de Pachuca?
-Sí.
-¿Qué no sabes decir otra cosa cabrón?
En un momento me hizo enojar, pero luego comprendí que era imposible hacer hablar a un burro.
Seguimos trabajando pero no me había dado cuenta que mi compañero, amarraba el anillado pero en la otra punta, se amarraba de la cintura. De pronto se vino hacía abajo el anillado llevándoselo de corbata, para su suerte eran pocos metros.
Escuché cuando cayó, sonó a bote viejo, llegue con él y se sobaba una pierna, estaba descalabrado, en la rodilla tenía una herida grande, hacía gestos de dolor, con la franela se limpió la sangre de la cabeza, y se amarro la rodilla, y sin decir palabras, intentó subir nuevamente, le dije:
-¿Dónde vas?
-Tengo que seguir trabajando.
-Descansa un rato a ver si te para la sangre.
Yo también estaba cansado y tenía un problema, otra de las cosas que les pasa a los mineros, es que nos salen tlacotes, (son barros enterrados, pero grandes y duelen a madres) hasta calentura da, a la fecha no sé por qué salen, algunos dicen que por el calor, otros dicen que por la madera podrida, y salen de la cintura para abajo. Cuando ya se tienen comienzan a doler, y se pone colorada la zona, hay que esperar que brote un punto blanco, y cuando sale, el roce de la ropa no se aguanta, teníamos que ir al hospital de la compañía.
Allá las enfermeras los sacan con unas pinzas y los exprimen con todas sus fuerzas, y los hacen gritar como marranos. Son tan dolorosos, que el doctor del hospital da dos o tres días de incapacidad. A mí me había brotado donde comienza la nalga, de abajo hacia arriba, y me molestaba mucho, me había lastimado el anillado, para mí era tan grande el problema, que tenía que quitarme el calzón, y con mi franela hacerme una falda como bailarina.
Fui a ver a mi compañero, y le dije:
-Si te pregunta el encargado qué te pasó, le dices que te resbalaste, no le digas que te amarras con la otra punta del lazo porque nos chingan a los dos.
Pero se me quedó mirando y me dijo:
-Yo tengo que seguir, es mi primer día de trabajo y necesito dinero porque mi jefa está enferma.
Como a la media hora llegó el encargado, que como estaba flaco y alto, le decíamos la “Tripa”; al verme le dio gusto.
-¡Ese es mi Gato Seco! Qué bueno que ya acabaste temprano.
Se quedó mirando a mi compañero, y me preguntó.
-¿Qué  le pasó a este? ¿Lo atropelló el motor?
-Se cayó.
-¿Te caíste? ¿Cómo?
-Me resbalé, señor. Me vine abajo con todo y anillado,
-¿Qué así naciste de pendejo o te graduaste con el tiempo? ¿Cuántos anillados han subido?
-10. Entre los dos.
-¡Chinguen a su madre! Yo pensé que habían terminado, 10 pero cada uno.
-Y tú, cabrón… mira cómo andas, pareces bailarina enseñando todas las nalgas.
-Es que se me reventó un tlacote.
-¿Por qué no me dijiste? Hubiera mandado a otro en tu lugar.
-Mañana lo mandas y nos dejas descansar hoy.
-¡Sí, cabrón! Qué fácil…  Me urge que suban el anillado.
Al día siguiente fui al hospital y me dieron tres días de incapacidad, cuando regresé me mandaron a subir cuartones y medias cañas, me daban trabajo de obra negra.
Les pregunté a mis compañeros:
-¿Dónde anda el “Callado”?
-Se fue al hospital para que lo curen, ese cuate está salado, el primer día de trabajo y se lastima…
Al mes regresó, comenzamos con la misma tarea, al salir del turno se le cayó una pegadura que le fracturó un brazo. El minero tiene una creencia o superstición, que cuando alguien se lastima seguido, es porque la mina no lo quiere, y para su seguridad debe salirse, lo mismo que cuando llega la hora de irse a trabajar, y no le dan ganas. No debe de ir, porque le está diciendo que va a sufrir un accidente.
Estábamos en el comedor, la comida de los mineros es muy pobre, en una parrilla calentábamos los tacos que llevábamos. La mayoría era de frijoles. Otros llevaban de chile pasilla con huevo, había compañeros, que en un frasco llevaban arroz con caldo de frijol, y lo echaban en un plato y sopeaban con la tortilla, otros llevaban un pedazo de carne para darle sabor al caldo. El que la llevaba decía:
-Uno entre diez no toca el pedazo de carne, me la chingo yo solo.
Y de un bocado se la echaba. Los demás llevaban tortillas que dejaban tostar en el comal y nos las comíamos con sal, esa era nuestro alimento diario.
De tomar, algunos llevaban pulque en botellas de dos litros, ellos le llamaban “La niña”. Otros tomaban agua simple o llevaban refresco.
Mientras comíamos, nos platicaba Panchito. Así le decíamos porque era una chingaderita de hombre.
-Mi padre nos platicó, que a uno de mis tíos la mina no lo quería y terminó dándose en toda la madre, lo mismo pasa cuando uno no quiere ir a trabajar.
-¡Eso es huevonada pendejo!
Respondió Panchito:
-¡Me cae que no! Un día entraba a las seis de la tarde, ya casi era la hora, no me dieron ganas de ir. Mi pinche vieja comenzó a rebuznar, diciéndome de cosas, y para que no estuviera chingando me fui de mala gana. Cuando iba a llegar a la mina, me daban muchas ganas de regresarme pero recordaba la jeta de mi vieja. Yo era ayudante de motorista y estábamos llenando la primera corrida, y al echarse para atrás el motor, que se descarrila la concha y ¡chíngale! Que me apachurra en la roca, hasta soné como claxon. Me rompí este hueso que tenemos aquí, ¿cómo se llama?
-Esternón.
-Ese mero, me cae que ya me estaba petateando. Duré seis meses internado, dicen que me pusieron una placa de aluminio, miren como tengo, ¡tiéntenle!
-A mí se me hace que te vieron la cara de pendejo, te han de haber puesto un pedazo de fierro viejo, porque está todo chipotudo,
-Vieran visto a mi vieja, me fue a ver sin dejar de chillar la cabrona, se sentía culpable por mandarme a trabajar sin ganas. Ahora me la traigo bien apantallada, cuando no tengo ganas de ir a trabajar le digo:
-Hoy no quiero ir a trabajar vieja.
Y me responde rápido:
-¡No vayas, no vayas!
-El día que se de cuenta que la vacilas te va a dar en la madre.
-¡A mí me la pela! Está grandota y bien mamada, pero son dos veces que me la sueno por ponérseme a las patadas.
Le preguntó “El Ranchero”:
-¿Qué pasó con tu primo?  
-La mina nunca lo quiso al pobre cuate, duró mucho tiempo aguantando, madrazos. El primer día de trabajo se machucó una pata con una máquina, y le mocharon tres dedos, luego se apendejó y levantó mucho la mano, y lo agarró el Trole, y por un pelito muere chamuscado. Estuvo de cribero, le puso una plasta a un gabarro que no podía partir a marrazos, le explotó la pólvora con todo y gabarro, y un pedazo le saco un ojo. Pero no se rajaba, se lo mandó a poner de canica, y como es buen padre, se la presta a su hijo para que juegue.
-¡Chinga a tu madre!
-Ahí tienen al “Cepillo”, a ese no lo quería ni su madre, ni la mina, ni sus hijos, porque era muy cabrón. Se fue a trabajar al metro a México, le cayó un derrumbe y le mochó los dos brazos.
En esos momentos llegó el encargado y les dijo:
-¡Aguas! Quiero decirles que a lo mejor regresa a trabajar “El Callado”, si llega a venir, no le vayan a mentar la madre porque ayer se murió su jefa.
Pero ese cabrón ya no regreso nunca jamás a la mina…
-¿Qué pasó con tu primo?  
-La mina nunca lo quiso al pobre cuate, duró mucho tiempo aguantando, madrazos. El primer día de trabajo se machucó una pata con una máquina, y le mocharon tres dedos, luego se apendejó y levantó mucho la mano, y lo agarró el Trole, y por un pelito muere chamuscado. Estuvo de cribero, le puso una plasta a un gabarro que no podía partir a marrazos, le explotó la pólvora con todo y gabarro, y un pedazo le saco un ojo. Pero no se rajaba, se lo mandó a poner de canica, y como es buen padre, se la presta a su hijo para que juegue.
-¡Chinga a tu madre!
-Ahí tienen al “Cepillo”, a ese no lo quería ni su madre, ni la mina, ni sus hijos, porque era muy cabrón. Se fue a trabajar al metro a México, le cayó un derrumbe y le mochó los dos brazos.
En esos momentos llegó el encargado y les dijo:
-¡Aguas! Quiero decirles que a lo mejor regresa a trabajar “El Callado”, si llega a venir, no le vayan a mentar la madre porque ayer se murió su jefa.
Pero ese cabrón ya no regreso nunca jamás a la mina…