RELATOS DE VIDA
Son muchas las imágenes que destellan en mi mente cada vez que escucho la palabra ‘mamá’, una mujer hermosa, a pesar de estar siempre desalineada del cabello, aunque siempre perfectamente maquillada.
Una persona, si bien con firmeza en el rostro por las penas que acuñaban su alma, transmitía paz y dulzura, tanta que a cualquier otro ser inspiraba confianza y cariño, que en todos lados era bien recibida y querida, y en la calle era repetidamente saludada.
Mamá, es esa señora capaz de mostrar todas las emociones en poco tiempo, que podía estallar en risa o en llanto, en depresión y en optimismo, en coraje y en total felicidad; y no por bipolaridad; sino como una forma de liberar las ideas y sentimientos que acuchillaban sus entrañas.
Recuerdo haberla visto muchas veces, desde la ventana de mi cuarto, recargada en la lavadora que se encontraba en el patio sosteniendo un cigarrillo con toda delicadeza, con la vista fija algunas ocasiones hacia el cielo y otras más en lado contrario, como si juzgara la forma de sus pequeños pies con forma de pambazo.
Previo a esa rutina, que habitualmente era por las noches ya cuando estaba acostada, me persignaba, rezábamos, me volvía a persignar y le seguía un beso en la frente y un ‘te amo’ cálido y fuerte.
Después se dirigía al patio arrastrando los pies con pesadez, acomodaba la cajetilla y encendedor en el “chaca-chaca”, sacaba un cigarro y tomaba el objeto proveedor de fuego, se acomodaba y lo prendía lentamente, en tanto lo observaba como si se tratara de una vela en espera de un milagro.
A través de la poca luz que la Luna proveía a mi habitación, miraba detenidamente cada movimiento, cómo se acercaba el cigarrillo a sus delineados labios, cómo inflaba los cachetes rosados para retener el humo aspirado y cómo exhalaba semejando las fumarolas de un volcán que está a punto de desaparecer, pero que aplacaba la revolución de su mente, cuerpo y alma.
Había ocasiones en que fumaba hasta tres cigarros, tal vez porque uno solo no le alcanzaba para deshacerse del mal que guardaba en su interior, pero que en un instante lo sacaba, para ingresar a la casa renovada.
Nuevamente entraba a mi cuarto para verificar que estuviera dormida y bien acomodada, me daba otro beso más y susurraba al oído “te amo”, y caminaba a su habitación con bríos esperanzadores y una sonrisa en su cara.
A pesar de su vicio, mamá olía delicioso, probablemente porque las toxinas que entraban en su organismo, provenientes del tabaco, sufrían una transformación al ser retenidas en la boca, seguramente en sus fauces se integraban a los sentimientos podridos, y en cada bocanada de humo liberaba el químico y el malestar emocional; se trataba de un encuentro privado, donde el cigarro y ella eran los protagonistas, y era también el único momento para ella.