El túnel del niño bueno

HOMO POLITICUS

Erase una vez un niño bueno que se portaba bien y que no le hacía nada a nadie, todo el mundo lo quería, y su ama de llaves, sabía que el niño con unos amiguitos construía un túnel para resguardase, lo mismo de los mirones que de aquellos que no entendían su sensibilidad y nobleza.

El mayordomo y el chofer eran amigos del niño, prácticamente los tenía comprados, al igual que al ama de llaves, quizá por la ternura de sus ojos, quizá porque había roto su chochinito y les había compartido una de las monedas que atesoraba. El túnel del niño guardaba un triciclo, que uno de sus amigos lo había adaptado para que encima de unos rieles corriera a gran velocidad, el niño ya lo había probado y funcionaba como bólido de Fórmula 1, ese triciclo era muy querido por el niño, porque aseguraba que cuando se subía a él, alcanzaba la libertad.

Al niño no le gustaba la disciplina del mundo real, era dura, estricta y de doble moral. El niño se percataba que pese a que los adultos censuraban el mundo de las golosinas como la blanca, la consumían tanto como los niños, pero como causaba adicción y engordaba, los adultos la censuraban y a escondidas la consumían y degustaban.

En ese mundo, el niño vivía incómodo, deseaba crearse un mundo donde el pusiera las reglas del juego y lo había logrado, atrás del túnel había todo un mundo que era suyo, en el cual dictaba leyes y compartía sus golosinas, mientras que los adultos ignoraban la existencia del túnel. En ese mundo que los adultos combatían, la fantasía, el éxtasis y las risotadas se desbordaban, la alegría se desbordaba. Empero, en los entretelones del mundo adulto, se consumían las golosinas que ante su abuso, le provocaban a adultos y niños diabetes, una enfermedad que los consumía rápidamente.

El niño terminó con ayuda de sus amigos el túnel. El túnel había sido dirigido hacia una casa abandonada, en construcción donde no se asomaban ni los perros, era un lugar lúgubre, su obra negra y sus sombras, la convertía en el lugar idóneo para escapar, para acceder a la libertad.

Un día antes del escape, el niño le dio las ultimas monedas del cochinito al ama de llaves y al mayordomo para que no alertaran a los adultos que se encontraban entretenidos platicando en la gran casona; uno de los adultos comentaba: nuestros jefes en estos momentos surcan en su avión el espacio, llegarán al país del vino y la pastelería fina, ¡qué envidia!, advirtió uno de ellos.

Mientras se prolongaba la tertulia en la gran casona hasta altas horas de la madrugada, el niño se introdujo al túnel, se subió en el triciclo y lo condujo a toda velocidad al final del túnel, salió hacia la casa fantasma y se perdió en la oscuridad.

Nunca se supo más del niño, pese a que los adultos lo buscaron y lo buscaron, incluso, ofrecieron una recompensa para quienes dieran informes de su paradero, mientras los vecinos de los adultos cuchicheaban, “deberían renunciar”, como los dueños de la casona son incompetentes; mientras tanto, el niño estaba en un lugar paradisiaco, donde las olas del mar y las palmeras pedas de sol entrecruzan las brisas que el océano impele.

El niño al ver la inmensidad del mar dijo a sus amigos: nunca me obligaran a volver a la gran casona, de la venta de las golosinas viviré por siempre y a ustedes les pido mi custodia y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Fin

Nota. Cualquier semejanza de este cuento con la realidad, es una lamentable coincidencia.

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